-¿En algún momento quisiste rebelarte a la gran tradición musical de tu familia?

-No, siempre tuve mucho respeto, traté de estudiar mi instrumento y de estar en grupos donde realmente asumieron estas cuestiones con mucha responsabilidad y de manera profesional. Escalandrum es un poco ese resultado, ya que es un grupo de músicos que trabaja seriamente, que ensaya mucho y trata de ensamblar de la mejor manera. Ésta ha sido siempre mi búsqueda, y en ese camino mi familia me inspiró, más allá de que pueda existir presión.

-Una pregunta inevitable: ¿cómo era tu relación con Astor?

-Era excelente. De hecho, él me regaló mi primera batería, además de aconsejarme muchísimo y de insistir en que estudiara con los mejores maestros. También me insistía en que escuchara jazz, ya que era ahí donde consideraba que se encontraba a los mejores bateristas. Lo cierto es que tuvimos una buenísima relación hasta que cumplí 20 años.

-¿Es cierta aquella historia de que quemó media obra en un asado en Punta del Este?

-Sí, eso siempre se dijo y hay testigos. Quemó media obra porque necesitaba “mirar para adelante”... Era un personaje increíble. Y la verdad es que sólo un tipo de esa envergadura puede hacer algo así. Un creador, un tipo inspirado que confía en que lo que va a venir va a ser mejor. Por eso es buena la anécdota.

-Teniendo en cuenta la impronta académica que te precede, tu ingreso a la música fue poco convencional.

-Sí, aunque en verdad durante mi infancia estudié piano clásico, de modo que cuando agarré la batería ya tenía seis años de piano clásico detrás -que luego dejé abruptamente para siempre-. Durante un tiempo, en mi adolescencia abandoné la música hasta que comencé a estudiar batería. Entonces sentí una verdadera conexión que se extiende hasta hoy, y la verdad es que me encantó, me volvió loco.

-Te formaste en Argentina y Estados Unidos, integraste diversas bandas y en 1999 creaste Escalandrum. ¿Cómo viviste ese proceso?

-Me formé en Buenos Aires y fui a Estados Unidos para hacer un posgrado que consistía en un curso de un año intensivo en el que reafirmé todo lo que había estudiado e incorporé nuevas cosas, como aprender a leer partituras a primera vista, incorporar más variedad de estilos, mejorar mi técnica, ser mejor baterista de ensamble, qué tocar y qué no en diferentes situaciones. A partir de ese momento inicié un largo camino, volví a Buenos Aires y empecé de abajo, tocando en cualquier lado y armando formaciones. Iba a ver a mis referentes, como Luis Salinas, que tocaba con Jota Morelli en batería y con el uruguayo Daniel Mazza en bajo. Cuando terminaba el show iba y les preguntaba, por ejemplo, si conocían a un bajista que quisiera tocar esto. A partir de las recomendaciones empecé a formar bandas, y a los pocos años de estar en el circuito underground, mi primer show fuerte incluyó al mismo Mazza, quien me invitó a acompañarlo en su primera gira a Uruguay con su propio grupo. Eso fue increíble. Tocamos tres noches seguidas en Alemdalenda -lugar donde se escuchaba muchísimo jazz-, a donde fueron los Fattoruso, el Negro [Ruben] Rada, los Ibarburu y varios más. Al tiempo me llamaron para tocar en una banda de folclore, y a los 15 días ya estábamos tocando de soporte en un recital de Mercedes Sosa en el Luna Park, y a primera hora del día siguiente me llamó Lito Vitale para que tocara con él. Todo ocurrió de esa forma muy intensa, y no tuvo nada que ver con tener contactos. Cuando me veían tocar, les gustaba y me convocaban. Ahí aprendí que la verdadera vidriera no es levantar un teléfono o golpear una puerta, sino simplemente tocar en vivo y donde sea. Las mejores giras que tuve en mi vida surgieron cuando estaba tocando. Así surgió, por ejemplo, una gira de seis meses tocando jazz por Paraguay. La verdad es que tocar en vivo es muy importante, y formar una banda no debe ser un límite, hay que ir por ello: preguntarles a tus referentes y encontrar a alguien que necesite tocar. Ésta fue mi historia hasta que formé Escalandrum.

-¿La definirías como una banda de jazz argentino?

-Totalmente, es una banda de jazz con un color argentino. Fue algo que se dio de manera natural. Lo que sucede es que nosotros hacemos mucha música original, somos músicos a los que nos gusta muchísimo el jazz, pero también tocamos tango y folclore. Por eso, a la hora de componer se cruzan todas esas influencias, pero desde el approach del jazz. Y queda esta mezcla que, por suerte, resultó muy buena y muy aceptada, con un sonido definidamente urbano. La verdad es que tuvimos influencia de todas las músicas, incluso uruguayas. En el disco Misterioso incluimos el tema “Fattogrosso”, candombe en tres dedicado al trío Fattoruso, y en nuestro primer disco también hay un par de candombes. Nuestra obra siempre termina teniendo el color de acá. Tocar un candombe por alguien como yo, que nací en Argentina, sin haber tenido la experiencia de Massa antes, y que él me lo haya hecho comprender, no sonaría nada bien. Por lo menos hice el esfuerzo para entender de dónde provienen sus toques. Creo que ahí ya podés hacer una mezcla de estilos con más autoridad.

-¿Del lugar de enunciación de donde proviene esa expresión?

-Claro, y desde ese lado uno lo puede romper.

-En ese sentido, ¿creés que existe cierta tendencia a buscar caminos más personales dentro del jazz?

-Sí, está habiendo una tendencia, tal vez por la globalización y porque uno tiene la posibilidad de escuchar músicas del mundo. Hay cuestiones que te afectan con más fuerza que otras, y todos somos individuos diferentes, de modo que es natural que se comience a escuchar música muy distinta, que puede variar del jazz con ritmos de India al jazz colombiano. Creo que esto se debe al acceso a la información, además de que no existe tanta rigidez como antes. Cuando querías mezclar un estilo con otro te querían matar.

-Como le sucedió a tu abuelo.

-Ahora no pasa eso. No hay músicos que sean juzgados por mezclar un ritmo con otro, o que salgan en la tapa de un diario por la herejía de hacerlo. Está todo más relajado, digamos.

-El primer homenaje que Escalandrum le dedicó a Astor fue 12 años después de estar juntos.

-Ya teníamos cinco discos de música original, y sentí que realmente podíamos hacer algo diferente. También sentía la música de mi abuelo de un modo distinto. La escuchaba sin bandoneón, con improvisaciones, con el ensamble tan ajustado que teníamos. Porque nuestros tres vientos tocan juntos desde que son adolescentes, y que estos tres tipos, que son los mejores saxofonistas de Argentina, toquen juntos desde hace más de 20 años es buenísimo para encarar hacer una parte de bandoneón. Me imaginé todo eso y les pregunté qué les parecía. Casi se volvieron locos. Cuando tiré la noticia fue como una bomba, porque sintieron la responsabilidad que se venía. De hecho, el disco Piazzolla plays Piazzolla [ganador del Gardel de Oro en 2011] se llamó así por votación. Yo quería llamarlo sclandrum plays Piazzolla. También hicimos otro disco de mi abuelo, un proyecto eléctrico que se llamó Las cuatro estaciones porteñas, que también fue con invitados, y ahora acaba de tener dos nominaciones a los Gardel, como producción del año y como mejor orquesta de tango. Es un trabajo en el que hacemos sus estaciones porteñas y a varios temas más.

-Esta vez vuelven a Montevideo pero de la mano de la Orquesta Filarmónica.

-Seguramente comencemos solos el concierto para después sí tocar juntos. Vamos a hacer seis o siete temas clásicos como “Adiós Nonino”, “Lunfardo”, “Romance del diablo”, “Buenos Aires hora cero”. Esto es algo que nos gusta muchísimo hacer, así que va a ser un lindo show y un buen homenaje a mi abuelo, con un teatro y una orquesta espectaculares.