Semiólogo, filósofo, especialista en los mass media y afines, Umberto Eco, de 83 años, les hinca el diente a los problemas de la comunicación, con su agudo estilo, desde la década del 60. Con su nueva novela, Número cero, vuelve a la carga contra el mal periodismo, la mentira y la manipulación de la historia. En una entrevista para la agencia Efe, el escritor italiano explicó que el libro es su manera de contribuir a clarificar algunas cosas: “El intelectual no puede hacer nada más, no puede hacer la revolución. Las revoluciones hechas por intelectuales son siempre muy peligrosas”, sostuvo. Por si no había quedado claro su pensamiento, agregó: “Una vez escribí que el intelectual verdadero no es el que habla a favor de su partido, sino en contra”.

La historia de la novela empieza con la creación de un diario por parte de un empresario italiano y está ubicada en 1992. El autor eligió ese año porque en esa época surgió “Manos limpias”, un proceso judicial que se llevó a cabo en Italia y que descubrió una extensa red de corrupción que involucraba a políticos y grupos empresariales, y que generó revuelo en la opinión pública. “Parecía que la lucha contra la corrupción iba a cambiarlo todo, pero llegó [Silvio] Berlusconi y las cosas fueron justo lo contrario”, remató Eco.

Un personaje de Número cero se expresa de forma tan polémica como su creador de carne y hueso: “No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias, y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia”. La nueva novela es más corta que las anteriores de Eco (la más famosa, El nombre de la rosa, de 1980, llega casi a las 600 páginas): “Las otras eran como una sinfonía de Mahler, y ésta es más de jazz por el argumento, con temas más rápidos, como es el periodismo”.

Con motivo del lanzamiento del libro, el escritor brindó extensas entrevistas en las que ahondó sobre la crisis de los periódicos que, a su criterio, no empezó ahora, sino en 1954 con la llegada de la televisión, dijo al diario español El Mundo. “Antes decían lo que había pasado el día anterior, pero desde ese momento la gente ya lo sabe. Los periódicos se parecen cada vez más a los semanarios, lo que, a su vez, pone en peligro a los semanarios. Pero es que un diario no tiene la capacidad de un semanario de hacer las cosas tranquilamente, porque se trabaja al filo de la noche”.

El creador del célebre Apocalípticos e integrados también enfocó su diatriba en internet, y dijo que no está seguro de que ésta haya mejorado el periodismo, “porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters”. También arremetió contra las redes sociales, argumentando que en Twitter y Facebook es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas; en cambio, en el viejo periodismo, “por más asqueroso que fuese un periódico”, había un control. “Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el del premio Nobel y el periodista riguroso”.

Ante la pregunta del periódico español sobre cuál es su técnica para no caer en lo apocalíptico, Eco contestó que es escribir libros, describir los problemas y tener la esperanza de que alguien que los lea piense, por ejemplo, que va a ser más cauto a la hora de leer un diario. Además, ejemplificó: “El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría cualquier otro ciudadano”.

Fiel a su estilo, el semiólogo no perdió la oportunidad de darle un palito a Berlusconi, al contestar cuál es la clave para seguir manteniendo la pasión por contar, con sus 83 años a cuestas: “Siempre he contado algo. Antes contaba chistes, pero en los últimos años he parado, porque Berlusconi ya contaba demasiados”.