Elisa Contreras fue la Irene de los nostálgicos jugueteos metateatrales de El vestidor, escrita por el sudafricano Ronald Harwood; la Emily en la británica aventura criolla La memoria en donde ardía, de Mary Vázquez; la Louisie de la desesperada Antes de la caída, de Arthur Miller. También la primera vecina, la Señora del carnicero Beynon, la Señora Pan Fresco Número Dos, y más, en la minuciosa y pueblerina Bajo el bosque de leche; la Joan de El tiempo y los Conway; la suegra de Leonardo en la explosiva versión de Mariana Percovich de Bodas de sangre. La lista podría continuar y agotar la nota (sería la elección más apropiada de homenaje a la actriz en su retiro de la Comedia Nacional que, en parte, esta reseña quiere ser, y, en cierto sentido, sería adherente al Kronos gombrowicziano que le da sustento), pero este espacio de crítica sugiere medidas más civiles.

De credenciales nobles (entre las mayores que pueda tener un actor por estos lares, y cito el Diccionario biográfico del teatro uruguayo, de Pignataro y Carbajal: “hija y nieta de actores españoles que integraban la compañía de Margarita Xirgu y que, como ésta, se vieron obligados a permanecer exiliados a causa de la Guerra Civil Española”), Contreras fue todas esas mujeres y medio centenar más en las cuatro décadas de carrera.

Para su despedida del elenco oficial, Contreras decidió ser Rita Gombrowicz, la esposa del escritor polaco Witold Gombrowicz. Más específicamente, la Rita Gombrowicz que pergeñó el dramaturgo y director Michal Znaniecki, en Kronos: una calma erótica, a partir de la aparición en 2013 de Kronos, el último y, aparentemente escandaloso, diario del polígrafo (porque a diferencia de su célebre y anterior Diario, publicado en una veintena de lenguas, Kronos aún no tiene traducciones). Mientras, valgan las reseñas del libro y las declaraciones de los curadores que lo consignan como una “meticulosa tabulación mensual de sus preocupaciones: sus aventuras eróticas, consignadas en forma de listas de nombres de sus partners, y su salud o falta de salud, son carnales, corporales prioridades. Finanzas, viajes, encuentros, invitaciones, intercambios de regalos y cartas están listadas” (del sitio: http://culture.pl/pl).

Comenzados ambos proyectos alrededor de 1953, Kronos sería algo así como el Doppelgänger del Diario, su versión más cruda (en un escritor que no escatima crudeza) y antiliteraria.

O, aunque más arriesgado, para acercarnos a él, valga la transposición teatral: la palabra de Znaniecki que filtra voces, conflictos y escándalos para montarlos en escena. Pistas que deben bastar para entender parte del conflicto de la pieza, tal como se lee en la página de la Comedia Nacional: “Rita Gombrowicz, su mujer, ha esperado 40 años para publicar un retrato lleno de notas, fotos y aclaraciones. No tenía (no tiene) miedo a desvelar los secretos más íntimos de su relación con el maestro. ¿Cómo afronta las discusiones de la opinión pública cuando finalmente descubre la bisexualidad del héroe polaco? ¿Cómo puede esconderse detrás de las descripciones sarcásticas de su futuro marido? ¿Cómo puede reaccionar a las burlas, acusaciones, moralismos?”.

Los 40 años de silencio no son baladíes (si buscáramos coincidencias, ese 40 correspondería a la carrera de Contreras, pero mejor no): Rita, ante todo, lidia con su historia a través de las palabras (sobre ella y sobre él mismo) del escritor. Ella se busca entre la prosa seca, se descubre otra, analiza cada adjetivo y verbo que el polaco le dedica, se añade a las listas de muchachos y prostitutas con los que aquél se acostó, y sopesa la revelación al gran público de tanta intimidad. Y aunque cueste creer que la opinión pública “finalmente descubre la bisexualidad del héroe polaco” en 2013, cuando tengo bajo mis ojos la traducción italiana de una “Cronología de la propia vida”, escrita por el mismo Gombrowicz en francés, donde se lee, bajo la entrada 1941: “experiencias homosexuales con jovencitos del pueblo de Buenos Aires”, la operación del director no se modifica en lo más mínimo. No se trata de la recepción escandalizada, sino del espacio intramuros, íntimo, de Rita. La “opinión pública” queda fuera de la pieza; como todo, es filtrada por Rita.

Viendo el espectáculo es posible imaginar -sólo como ejercicio- los motivos que llevaron a la actriz a elegir la pieza para su última representación como parte de la Comedia. Es un rol que la constriñe, de la manera que constreñía a los primeros actores de antaño, a practicar rangos amplios de emociones, a probar ductilidades, a prestar su cuerpo, para el caso específico, a esa oximorónica “calma erótica” que da título a la obra. Y lo logra confinada a un cuadrilátero-tarima cerrado con telas semitransparentes, que la condicionan en sus movimientos y la condenan, por la misma cobertura del velo, a la invisibilidad parcial de su gestualidad (aunque la sala Delmira Agustini no es grande, desde la platea es difícil ver sus expresiones, pero su voz límpida, en cambio, es inconfundible). Contreras es una Rita compleja: dubitativa y segura, cobarde y valiente, dependiente e independiente, espectacular y sobria. Es una Rita oximorónica, y no es poco.

Aislé, provisoriamente, a Contreras (como el mismo director) porque las motivaciones del resto de la puesta son menos fáciles de imaginar. Por ejemplo, las que llevaron a incluir, para escenificar fragmentos de vida pasada, la duplicación del personaje -recurso explotado hasta la obscenidad- a través de una Rita joven (Florencia Zabaleta). Y, finalmente, la existencia de dos bailarines que evocan las aventuras homosexuales del escritor, a través de movimientos de un tono lírico difícil de asociar al polaco (y a las listas frías de las que se habla). Si el cuadrilátero-tarima funciona como una interferencia adherente, efectiva, que oscurece la recepción de una situación oscura, lo que está afuera aparece como interferencia que distrae, accesoria, y muy poco gombrowicziana. Una clave de recepción posible podría ser concentrarse sólo en los movimientos y parlamentos de Contreras-Rita. Viene en nuestra ayuda, como metodología, el mencionado Diario de su marido. Reproduzco las primeras entradas y cierro.

“1953 /I. / Lunes / Yo. / Martes / Yo. / Miércoles / Yo. / Jueves / Yo.”

De la misma manera, sustituyendo el egocéntrico Gombrowicz por su esposa, miremos, este viernes, por última vez, sólo a Rita.