La relación entre Alan Ayckbourn y Jorge Denevi ya es cosa seria: en 1982, el dramaturgo y director uruguayo estrenaba por primera vez un texto del británico, Dormitorios. Hoy, con su reciente Miedos privados en lugares públicos, Denevi ya lleva versionada una decena de textos de este prolífico autor, considerado el retratista de las disfunciones familiares.

Miedos privados en lugares públicos -llevada a la pantalla por Alain Resnais con el nombre Corazones- despliega más de 50 escenas en cuatro espacios diferentes: seis personajes sobreviven la soledad diaria que les impone su existencia. Así, Nicole (María Mendive) intenta dar forma a su relación con Dan (Emilio Pigot); Stewart (Julio Calcagno) se apasiona por su compañera de trabajo Charlotte (Ileana López); su hermana Imogen (Mariana Lobo) intenta una relación mediante la web; y Ambrose (Pepe Vázquez) debe cuidar a un detestable padre enfermo.

El sentimiento que domina esta pieza es la soledad, pero no una soledad doliente, sino desesperada. Lo que no se produce es resignación, y por eso el drama da paso a la comedia y el amor se convierte en un absurdo, mientras los personajes no descansan en su persistente búsqueda. En ese clima -al que Julio Calcagno e Ileana López salvan de la asfixia-, los personajes son seres aparentemente incapacitados para establecer vínculos sociales o amorosos, y por esto mismo son relegados a la soledad y el aislamiento.

Hábitos cotidianos

Los cuatro espacios escénicos conviven a lo largo del espectáculo y, en algunos casos, coinciden: este terceto de historias mínimas vuelve a poner en cuestión los difusos límites entre lo cinematográfico y lo teatral, convirtiendo la obra en un conjunto de recortes que retratan seres perdidos ante su situación de incertidumbre, malestar y desasosiego.

Jorge Denevi, uno de los pocos teatreros que han contado con una prolongada labor en la televisión nacional -primero integrando Telecataplum y luego dirigiendo elencos de humor-, ya es conocido en el medio como un gran director, no sólo de actores sino también de comedias contemporáneas. En Miedos privados en lugares públicos cada uno de los actores interpreta su personaje en perfecta sintonía con sus anarquías interiores: Charlotte es una fiel creyente evangélica que graba escenas eróticas y Stewart se desdobla en animosas estrategias para no confesar su atracción por ella; Ambrose no puede olvidar la relación que lo unió a otro hombre, y Nicole se niega a renunciar a una pareja que nada tiene que ver con ella. Esta pieza se destaca por su constante desafío a las limitaciones propias del hecho teatral -sin que por esto renuncie a la tradición cómica de la que proviene-, a la vez que impulsa la hibridez genérica y vuelve protagónicas estructuras como las del cine o la novela coral.

Pareciera que a los personajes de Denevi se los puede identificar como miembros de la misma familia, unida por su visión algo nihilista de los vínculos humanos. Un claro ejemplo de esto fueron Las conquistas de Norman -también de Ayckbourn-, en la que, en la misma tradición de La familia Coleman, el público ríe mientras en el escenario se despliegan escenas durísimas. Así como en el mundo onettiano, en Miedos privados... nunca se alcanza la comunicación. Pero aquí los personajes no son proclives a la inacción y al escepticismo, sino más bien a cierta ingenuidad y a una lucha diaria por intentar, de una buena vez, dar con el otro. Intentan conocer su mundo y cambiar de tácticas, incluso cuando guardan secretos que determinan su existencia. La particularidad de este mundo es que ninguno de ellos es consciente de sus limitaciones, confirmando la soledad del sujeto en su deambular cotidiano.

Fogosas flores de celuloide

“Es lo más parecido a una película que he hecho en el escenario”, dice el propio Ayckbourn sobre la obra. “El cine siempre ha sido de gran interés para mí como escritor. Miedos privados en lugares públicos es una obra muy rápida, la acción cambia en forma permanente, tiene alrededor de 50 escenas y dura menos de una hora y media. Son tres historias diferentes que apenas se vinculan entre sí. Es como Pulp Fiction sin violencia... Es como una pacífica Pulp Fiction...”.

Pulp Fiction sintetiza tradiciones aparentemente distantes, como la delicada violencia de las películas de gángsters, el histrionismo de las caricaturas y la cultura popular, jugando con su propia autorreferencia. En esta película de Quentin Tarantino el lenguaje se convierte en violencia, hablando por -y desde- ella misma. En Miedos privados... el lenguaje se convierte en intentos fallidos, pero intentos al fin, de erradicar el tedio que impone la soledad, o probablemente la propia existencia. La única certeza es la inutilidad del esfuerzo, del amor y de la comunicación, aunque ninguno de los personajes llegue a sospecharlo. Sólo queda el lenguaje como medio de supervivencia y como forma de distorsionar -y superar a su modo- la realidad que los rodea, incluso cuando sea inevitable perderse en el intento.