The Dirties nunca podría haberse hecho diez años atrás, cuando las heridas de la masacre de Columbine, perpetrada por Eric Harris y Dylan Klebold, todavía permanecían demasiado abiertas. No necesariamente por tocar el tema, teniendo en cuenta que, en este sentido, desde 2002 en adelante surgieron un montón de películas sobre o inspiradas en el atentado. Dicha lista incluiría no sólo Elephant, de Gus Van Sant, o Bowling for Columbine, de Michael Moore, sino una plétora de films de calidad variable, como el hipnótico Zero Day, The Only Way (David Zimmerman III y Levi Steven Obery, 2014), Home Room (Paul F Ryan, 2002) y Heart of America (Uwe Boll, 2002). Más bien, lo que haría impensable una película como The Dirties en la primera década de lo acontecido en Columbine es el tono.
The Dirties es una comedia negra sobre Owen y Matt -quienes ya desde el vamos, se ponen de lleno en el terreno de lo metacinematográfico, ya que mantienen sus nombres de pila y ofician como escritores y directores del film-, dos cinéfilos que son constantemente atacados por bullies de su liceo. El film incorpora el estilo semidocumental que fue ganando popularidad desde Cloverfield, Contagion y Project X, donde la expansión geométrica del uso de cámaras en mano servía para dar forma a un estilo de cine realista y coral en la forma en que el footage es captado y “recopilado” de alguna manera por todos los allí implicados. Con respecto a este punto, con el riesgo de adelantarse a algunos temas y decisiones estéticas del film que serán abordados más tarde, The Dirties por momentos cae en los errores de sus films congéneres, en el punto de que se tientan ante la posibilidad de mostrar demasiado, más allá de encontrarle al asunto un par de vueltas de tuerca que logran sacarlo, al menos un poco, de este embrollo. El problema en general es el de siempre: cómo lograr una narración coherente, sin asumir que siempre hay alguien detrás de la cámara para registrarlo todo. Un film que supiera hacer uso de este pseudo found footage sería el de alguien que abrazara la posibilidad y los recursos estéticos/éticos de poder asumir y realzar la posibilidad de dejar lagunas, cosas que pasan dentro de esa ficción creada, pero fuera del registro cinematográfico.
Owen y Matt se refugian en un mundo de fantasía creado por ellos a imagen y semejanza de las películas que los obsesionan, especialmente el cine de género. Lo interesante es que lo que vemos en cámara es tanto el proceso de filmar este mundo paralelo -en el que escenifican la forma en que se vengarían de los matones que los atacan día tras otro- como, a su manera, un trabajo terminado o editado de este material. Esta alternancia aprovecha un interregno que para algunos films parecería una pequeña trampa, o un error de composición, para volverlo en uno de los puntos fuertes del film, logrando hacer hablar a lo cinematográfico en sí sobre la cada vez más fina línea que separa lo ficticio y lo real en la cabeza de Matt.
En un momento, luego de una pelea con su amigo, vemos escenas editadas y musicalizadas de forma nostalgiosa sobre la amistad de los dos, y cuando ya estamos identificándonos emocionalmente con ese pasaje, el video queda en pausa y encontramos a Owen diciendo: “Creo que quedó demasiado cursi, yo no soy así”.
Entre todas estas reversiones fantasiosas de su vida cotidiana, los ataques de los bullies aparecen como algo que hace saltar el colchón ficcional de la vida de Owen y Matt, una suerte de invasión súbita de la realidad, que desgarra el mundo de fantasías creado por los protagonistas. En estos súbitos desgarros del telón, el film logra posicionarnos desde la cabeza de los abusados, haciéndonos sentir que el ataque puede venir desde cualquier lado. Lo interesante de The Dirties es que logra poner, o escenificar la violencia del bullying, no como figura, sino como fondo, algo que también a su manera -como esa magistral disección analítica que realizaba Zizek sobre el film- ponía en juego Children of Men, de Alfonso Cuarón, que colocaba detrás de la trama distópica de ciencia ficción una realidad de deportaciones, detenciones y desigualdad que sólo aparecen suspendidas tensamente en el fondo, irrumpiendo en la realidad por breves estallidos.
En las peleas que se van dando entre el hiperquinético Matt (actuado de una manera completamente desquiciada y convincente por Matt Johnson, a quien habrá que seguir de cerca en sus próximos trabajos) y el más centrado Owen, que se va preocupando por cuánto hay de real y cuánto de ficción en los planes de un verdadero atentado como el de Columbine que parece diagramar su amigo, está todo el tiempo en juego el tema metacinematográfico de la ficción y la realidad. En un momento, Owen se harta y le grita: “¡Estás todo el tiempo actuando, incluso ahora, que me estás diciendo que no, estás actuando!”, y lo que se pone de fondo no es tanto si realmente hay un verdadero Matt detrás de toda esa mímica y exageraciones, sino en qué medida ninguno de nosotros tenemos un “verdadero yo”, sino más bien un compendio de performances e imágenes que hemos ido tomando de nuestro entorno, y esto incluye el cine, por supuesto.
Y ahí tenemos a Matt gritando: “¡Creeme, esto es una película!”, y nos damos cuenta de que todo lo es, o todo es pasible de serlo, haciéndose un juego de espejos en donde sabemos que lo que estamos viendo -incluso desde las coordenadas cinematográficas planteadas por el film- es un producto acabado que -teóricamente- habría sido editado por el mismo Matt. Hay un detalle mínimo, casi un pequeño chiste, pero que funciona a la perfección por la forma discreta en que aparece: media hora después de una escena ridícula, en la que Matt le mostraba cómo necesitaba realizar un colchón sonoro imitando el sonido de una gaviota para colocarlo en el audio en la posedición, en un momento serio y “realista” de The Dirties, vemos a los dos hablando en el parque, con esos sonidos remezclados de fondo. Viendo detalles sobre esto, uno termina dándose cuenta de que The Dirties no es tanto un film sobre los recovecos psicológicos de la mente de las víctimas del bullying, sino una obra honda y oscura sobre el poder del montaje.