Hay que reconocer que aunque Hollywood ya no tenga nada que decir, su industria todavía recuerda cómo generar la expectativa previa que aún hace creer que lo mejor está por venir; casi inmediatamente después del estreno de Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) se comenzó a hablar de su sucesora, presentándola como el cenit de un género -el de superhéroes- que no sólo se había establecido como el principal producto cinematográfico. La campaña publicitaria de la película, tanto oficial como viral, fue absolutamente abrumadora y sólo comparable al próximo regreso de la saga Star Wars, a cargo de JJ Abrams, el otro Rey Midas del Hollywood actual junto al director de Los Vengadores. Con semejante atención previa, la conversión de estas películas en objetos de ansiedad más que en propuestas de entretenimiento ha hecho imposible evaluarlas en forma inocente, porque, más allá de cualquier opinión cualitativa, se han convertido en fenómenos de masas, independientemente de sus logros o falencias. El siglo XXI, en términos cinematográficos, tal vez no esté siendo la era de Ultrón, pero sí de Marvel y DC Comics, ya afianzados como los principales proveedores de entretenimiento fantástico-heroico.

Pero muchas cosas difíciles de evaluar sucedieron en los tres años que pasaron desde el estreno de Los Vengadores hasta el de la Era de Ultrón. En primer lugar, la confianza absoluta en el cine de superhéroes como el único realmente lucrativo de la actualidad da señales de estar comenzando a resquebrajarse; algunas de las franquicias estrenadas con los ojos puestos en un público adolescente o joven que parecía seguir creciendo en progresión geométrica no funcionaron tan bien como se esperaba y, sorpresivamente, el film de mayor recaudación en Estados Unidos el año pasado fue Francotirador, del veterano Clint Eastwood, una obra polémica pero definitivamente orientada hacia un público mayor. Como si fuera poco, el mayor acierto reciente del género, Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014), basó sus logros en cierto distanciamiento de las convenciones de éste, aproximándose más a la tradición de los westerns e incluso al sentido del humor y la sorpresa del cine de Quentin Tarantino. Si las películas de superhéroes habían ganado legitimidad al serles encargadas a cineastas como Christopher Nolan o el propio Whedon, que habían crecido inmersos en la cultura del cómic que debían llevar a la pantalla, esa interiorización y fidelidad comenzaron a jugarles en contra al convertir estas películas en productos muy endogámicos de la comunidad nerd afecta a los superhéroes, demasiado estructurados en relación a su continuidad e interrelación. Hasta ahora venía funcionando, pero una significativa deserción de la nueva generación de adolescentes de las salas de cine ha hecho que se prendan todas las luces de alarma en las oficinas de la industria cinematográfica.

En medio de tal desorientación, a los ejecutivos cinematográficos de Marvel les habría venido bien recordar la frase de Bill Cosby (aun si Bill Cosby se ha convertido actualmente en un paria, a causa de las horrendas revelaciones sobre su vida privada) que decía “yo no conozco la llave del éxito, pero la llave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”, ya que ése es el principal problema de Los Vengadores: era de Ultrón, un deseo de no sólo recapturar a los espectadores que hicieron de la primera película el tercer mayor éxito de taquilla de todos los tiempos, sino incluso ampliar ese público, intentando seducir también a quienes la montaña rusa de explosiones digitales y portentos visuales les resultaba insuficiente. Así, esta segunda entrega intenta profundizar los aspectos humanos de sus personajes -una intención algo paradójica, si de lo que se trata es de narrar una historia de personajes absolutamente excepcionales en todas sus características-, pero a la vez ampliar el círculo de estos personajes, dos intenciones en claro conflicto. Whedon podría haber optado como Bryan Singer, quien inesperadamente bajó las revoluciones de X2 (2003), su secuela de X-Men (2000) para hacer una de las pocas películas realmente sensibles del género. Por el contrario, intentó hacer todo a la vez y en el mismo lapso de tiempo, lo cual produce por momentos una gran sensación de desorden y confusión, cuando la principal virtud de Los Vengadores había sido la cohesión y su explícito objetivo de entretener sin mayores preocupaciones.

La historia vuelve al grupo de monstruos científicos, héroes resucitados, agentes secretos y semidioses, ya convertidos en una unidad operativa que funciona al servicio de los grandes poderes (estadounidenses). Luego de una batalla contra la organización terrorista-científica de Hydra, el millonario aventurero Tony Stark (Robert Downey Jr) decide experimentar con un modelo de inteligencia artificial sustentada en las mismas fuentes de energía sobrenatural que les ha dado dolores de cabeza a los distintos Vengadores en sus películas individuales. El resultado es la creación de un monstruo de Frankenstein cibernético (Ultrón), que adquiere de inmediato independencia moral y decide salvar al mundo eliminando a su peor plaga: la humanidad.

El Ultrón de la película es una creación con luces y sombras: es un personaje muy bien diseñado en lo técnico, al que se le prestó la voz dubitativa y extraviada de James Spader, pero a pesar de su atractivo, nunca llega a convencer como la amenaza capaz de autorreproducirse e infiltrarse ilimitadamente que aparecía en los cómics. Aquí Ultrón y los suyos son, más que nada, el viejo modelo del robot maligno que se vuelve contra sus creadores. Pero fiel al modelo de que una secuela de superhéroes no puede depender de una única novedad, Era de Ultrón también introduce a tres nuevas criaturas sobrehumanamente poderosas -la Bruja Escarlata, Quicksilver y la Visión-, que han sido parte constante de la saga de Los Vengadores en el cómic, aunque tanto en éste como en la película no llegan a tener un rol central.

A pesar de todos estos reparos, Era de Ultrón no es, en absoluto, un film fallido; salvo una introducción demasiado deudora de la estética de los videojuegos, las escenas de acción son espectaculares, los gags, escasos pero efectivos y los intentos de humanizar a personajes como Hulk, la Viuda Negra y Hawkeye ocasionalmente llegan a buen puerto, aunque no se articulen a la perfección con el resto de la película. Whedon no estará a cargo de las próximas dos entregas de Los Vengadores, lo que en cierta forma realza una sensación de ciclo cumplido. Para el futuro se anuncian la nueva entrega de Capitán América, Civil War, que es en realidad una historia de Los Vengadores (y de las más atractivas, ya que se trata de un conflicto que obliga a estos héroes a tomar posición en relación a los poderes mundiales reales), y dos entregas relacionadas al todopoderoso guantelete del infinito, historia ya preanunciada tanto en las películas de Thor como en Guardianes de la galaxia. Con este objetivo a la vista, Era de Ultrón termina quedando un poco relegada a la simple función de puente entre el espectacular (aunque superficial) comienzo de la saga y sus más ambiciosos proyectos futuros, lo que en definitiva hace que aunque nunca produzca el pecado del aburrimiento, deje gusto a poco en relación a la enorme maquinaria de ansiedad que puso en movimiento.