No está claro quién creó el género de los late shows -esos programas nocturnos de variedades, mitad periodísticos y mitad humorísticos, clásicos de la televisión estadounidense y que giran alrededor de su conductor- y se discute acerca de su paternidad, que se adjudica a Ed Sullivan, Jack Para o Steve Allen. Sin duda, el que popularizó el género y le dio su formato más conocido -con introducciones humorísticas basadas en las noticias, invitados, bandas tocando en vivo, etcétera- fue el gran Johnny Carson, quien durante 30 años (1962-1992) reinó en las sobremesas televisivas con su The Tonight Show with Johnny Carson. Pero fue un comediante habitualmente invitado por Carson el que terminó de definir el rol, acercándolo al inconformismo del stand up y llevándolo al terreno más adulto y rebelde de los programas que comienzan luego de la medianoche. Este hombre fue David Letterman, quien acaba de abandonar su puesto, luego de tres décadas conduciendo una revolución.

David Letterman es conocido en Uruguay más que nada por su poco afortunado rol como conductor de una ceremonia de los Oscar, pero fue una figura esencial de la televisión estadounidense durante las últimas décadas, luego de surgir como comediante invitado en el programa de su mentor, el ya mencionado Carson. Habiéndose probado como buen conductor, Letterman pasó a ocupar el espacio de la medianoche en la cadena NBC (luego de que terminaba el programa de Carson), que estaba muerto, y lo revitalizó al conectarse con un público más joven y contestatario, claramente vinculado con el espíritu del legendario Saturday Night Live. Letterman representaba un humor menos familiar y conservador que el de Carson, y poco a poco fue volviéndose el modelo de conductor nocturno, imitado por figuras que van desde Conan O’Brien hasta el argentino Roberto Pettinato.

Aunque era el sucesor cantado de Carson cuando éste se retiró, la cadena NBC optó por el más convencional Jay Leno, lo que ocasionó la salida de Letterman, que se fue al canal de la competencia, la CBS, y el comienzo de una enemistad tan agria como divertida con Leno, preferido por los sectores ideológicamente más conservadores. Pero Letterman triunfó en su nueva casa y durante años y años de programas nocturnos descubrió estrellas, vivió escándalos, estuvo cerca de la muerte, regresó triunfal y divirtió a millones de personas, hasta que ahora, a los 68 años, decidió decir basta al agotador trajín de su programa diario, y el miércoles se despidió de las pantallas de la noche.

Habiendo anunciado su retiro con tiempo, Letterman se fue a lo grande, con un par de semanas de programas excepcionales a los que nadie se negó a ir, incluyendo saludos de los últimos cuatro presidentes de Estados Unidos y con la nada llamativa ausencia de Jay Leno, de quien se burló sin misericordia durante lustros.

Decenas de amigos desfilaron por esta serie de últimos programas, entre ellos artistas a los que Letterman -un hombre de humor seco pero muy honesto y entusiasta a la hora de elogiar el talento ajeno- había ayudado a despegar, como los fantásticos Future Islands, cuya primera presentación en el show los convirtió en celebridades instantáneas. Figuras de la talla de Bob Dylan se prestaron de inmediato a musicalizar los últimos días del programa, y el gran Tom Waits le concedió el insólito honor de estrenar una canción que parecía escrita especialmente para la partida del conductor. Pero para la última noche -y en cierta forma siendo fiel a su independencia en cuanto a gustos musicales- la banda presente fue un poco más joven y menos clásica: Foo Fighters, que interpretó la dramática “Everlong”, que Letterman había definido como su canción favorita. Aunque Letterman se mantuvo, como de costumbre, impertérrito, el último programa fue un enorme despliegue de emoción y nostalgia al recordar la trayectoria de este hombre que atravesó como pocos la cultura del final del siglo XX y principios del actual.

El momento más sensible fue una serie de despedidas escritas por varios de sus amigos famosos, en las que se condensaban con humor y sensibilidad sus sentimientos hacia el conductor. Posiblemente la más sentida -o la más memorable- haya sido la despedida de Bill Murray: “Dave: nunca tendré el dinero que te debo”.