A veces, cuando uno escucha un disco por primera vez, se siente preso de cierta manía de buscar estructuras y sonidos para etiquetar el estilo de inmediato: esto es pop, rock, electrónica o tiene reminiscencias de una banda folk australiana que la conocen tres gatos locos. Al reproducir la canción que abre Tiempo lento (“Ahora sí será”), el primer disco de Joaquín Lapetina, se desordena la estantería de las etiquetas, lo que lleva a preguntarse: “¿Qué es esto?”. La respuesta es: “No sé, pero está buenísimo”.

“Ahora sí será” arranca con una cálida melodía vocal que repite insistentemente el título de la canción, acompañada con un simple rasgueo de guitarra folk. De fondo se escucha la risa de una niña, y se van sumando detalles electrónicos que marcan el pulso ascendente, hasta que estalla una adictiva melodía de sintetizador (que suena a videojuego ochentero), y que es una pena no poder reproducirla fehacientemente con este artilugio de la palabra escrita. “No me digas que no hay tiempo, / si todo sucede en un momento. / Oye, perlita, qué guapa estás / dale, nos vamos a caminar”, canta Lapetina en el break, y así recorre el territorio lírico que se desprende del título del disco. En un momento también suceden los cambios de la canción, con ese eclecticismo electro-pop que va y viene.

En “Amores vagos”, una de las mejores del disco, despliega una mixtura folk-rock. Empieza con una interesante introducción de guitarra acústica, y cuando uno ya se acostumbró, arremete una cabalgata de guitarra eléctrica, sobre la que Lapetina canta -de forma despreocupada, casi altanera; es decir, rockera-: “Amores vagos, / de ésos que amanecen, / pronto crecen / y luego desaparecen. / Estaba pensando / qué corto que es el día, / luego la noche, / más breve todavía”. Otra vez: el tiempo. Después vuelve el arpegio acústico del principio, se amalgama con la eléctrica, que más adelante se manda un solo corto (a cargo de Fernando Flores, guitarrista de la banda de rock instrumental Circo de Pulgas) pero de novela.

Además de la diversidad de estilos, el álbum también tiene una amplia mixtura de timbres, gracias, en parte, al trabajo de Francisco Lapetina -primo hermano de Joaquín-, quien además de hacer coros y tocar guitarras y sintetizador, también realizó samplers de bajo, piano, cuerdas, vientos y bandoneón. Además, Francisco se encargó de la producción artística del disco, que es por demás pulida y le da a cada canción su barniz sonoro particular. Por ejemplo, “Ya está” tiene un efecto en la voz -cargado de reverb- que le suma una atmósfera de lejana melancolía, que encaja perfecto con las estiradas de la melodía vocal.

Otra canción que merece destacarse es “Ayelén”, un electro-rock con un insistente e hipnótico riff, de sonido bien pinchado, y con un break onírico que calza justo con la atmósfera sonora: “Agua que escapa, / agua que conecta. / Alas que van, / alas que regresan. / Sueños que parecen / haber sido soñados. / Ojos que se sienten / haber sido cruzados”. Quizá la mejor parte del tema sea la coda, en la que Lapetina dobla el riff con la voz, y parece que nos lleva por el túnel del tiempo de la portada del disco, dando vueltas hipnotizados por el riff, hasta que el fade out hace lo suyo y ya no sabemos dónde estamos. Por supuesto, luego del silencio, el riff queda zumbando en la cabeza.

La mayoría de las canciones de Tiempo lento están compuestas por Lapetina, algunas en coautoría con su primo, y “Luna de marzo”, en coautoría con José Lapetina, su padre (parece que los Lapetina son una familia muy unida; como los Corleone pero de la música). “Luna de marzo” es una de las joyitas del álbum: una especie de balada casi desnuda -en el sentido de que tiene pocos adornos de samples y afines-, a pura guitarra acústica, con una melodía vocal que irradia ese tipo de melancolía irresistible (aumentada por los agudos coros) inherente a las estiradas vocales que se manda Lapetina al final de los versos.

El álbum cierra con “Por si acaso necesito”, quizá el tema con más detalles electrónicos y más popero; dueño de un tempo más acelerado que el promedio del disco, y un corito “nah, nah, nah, nah”, que le otorga una frescura que bien podría servir para acompañar las imágenes de un programa de televisión veraniego, de ésos que muestran a la gente en la playa, tirándose al agua y jugando al tejo. De esta canción surge el título del disco: “Estaré para decirte / que es mi suerte verte cerca / y que el tiempo se haga lento / cuando menos me lo espere. / Y que el tiempo se haga lento / por si acaso necesito...”. La letra parece hablarle a una mujer. Y siempre es preferible que el tiempo pase lento en compañía de una mujer, y no esperando el 104.

El disco está dedicado a Ney Peraza (“mago e inspirador de este viaje”), profesor de Lapetina, quien toca la guitarra electroacústica en “Amores vagos” y “Cada mundo”. El álbum también cuenta con más invitados, como, por ejemplo, Gustavo Montemurro, quien hizo samplers de bajo y contrabajo, y programación de bases, en los dos temas antes mencionados.

Al pasar raya, nos queda que Tiempo lento es un muy buen disco, del que se destacan las agradables melodías vocales, bien trabajadas -incluyendo los coros-, el pulido sonido pop, y los certeros arreglos. Lapetina pasó la prueba en su debut discográfico, que fue lento, pero seguro.