En 1896 Rubén Darío publicó Los raros (su segunda edición, aumentada y corregida, cumple 110 años), en el que, siguiendo de algún modo Les poètes maudits de su admirado Paul Verlaine (cuya versión definitiva es de 1888), el nicaragüense recorre la vida y la obra de algunos de sus poetas preferidos. Ángel Rama retoma el término y publica en 1966 la antología Aquí. Cien años de raros, en la que busca la subterránea corriente que recorre la literatura uruguaya y que se mueve, de algún modo, en contra del realismo imperante. Allí están Felisberto Hernández, Mario Levrero, Marosa Di Giorgio. A ellos se les pueden agregar otros (y allí está el trabajo que coordina hoy Hebert Benítez en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación) y podemos pensar, after Rama, en Juan Introini, en Tarik Carson, en Suleika Ibáñez.

Ella comparte ese mismo desborde, eso que los hace, de algún modo, inclasificables, únicos. De filiación claramente marosiana, con toques surrealistas y reminiscencias a la prosa de Alejandra Pizarnik (pienso en La condesa sangrienta, por ejemplo) y a Julio Cortázar (incluso se pierde, Suleika como él, en los juegos del lenguaje), su prosa narrativa y poética y su poesía en verso son un despliegue de imaginación y riqueza lingüística.

El grupo editor Irrupciones reeditó, a fines de 2014, sus primeros libros Homenaje a Jean Genet (Nuestra señora de las flores), de 1989, y Retratos de bellos y de bestias, de 1990, en un volumen. Lamentablemente, al contrario que en otras obras de rescate (pienso en las realizadas por la misma editorial en colaboración con Yaugurú: Aliverti liquida, con trabajos de Georgina Torello y Riccardo Boglione, y Se ruega no dar la mano, de Alfredo Mario Ferreiro con prólogo de Luis Bravo), esta edición parece bastante descuidada, con errores de tipeo y un muy insuficiente prólogo a cargo de Mónica Cardoso. La deuda es más importante si se piensa que pocos han leído a Suleika y que menos aun han leído algún trabajo crítico sobre ella: la prologuista se centra en detalles de la vida personal (sus padres, Roberto Ibáñez y Sara Iglesias, famosísimo crítico literario y poeta, respectivamente; sus hermanas; sus hijas, Galia y Marcia Collazo) y no ahonda en el prácticamente virgen territorio de su obra literaria, de la que no ha dicho más que algún comentario, una presentación en alguna antología, una serie de artículos ante su muerte, que resaltan, todos, su condición de olvidada.

Hace falta un auténtico trabajo de investigación, una serie de pistas que guíen la lectura de estos libros, que no es fácil. Porque, como decía anteriormente, la filiación con la obra de Marosa es innegable, pero si la de ésta se caracteriza por una fuerte autosuficiencia, por un carácter autónomo del mundo que la poeta crea con mucho trabajo y una sistemática evasiva a las citas y las referencias al mundo cultural (recuerdo sólo a la Alicia de Lewis Carroll, Cumbres borrascosas, tal vez algún tango, un par de sopranos y el Bolero de Ravel), la obra de Suleika es fuertemente intertextual. Cada uno de los breves cuentos, auténticos retratos, están llenos de reminiscencias a obras, a novelas, a poemas, a autores que dificultan su acceso al lector. Si la maestría de Marosa está en tener un impacto directo, una respuesta casi instintiva, animal, ante su poesía, Suleika es más distante, aparta al lector a fuerza de cierta erudición. Se puede leer su Homenaje sin tener enfrente la obra de Genet, pero siempre es más rica esa lectura en conjunto. Se puede leer, por ejemplo, Rata de biblioteca sin conocer a fondo a Dante, a Shakespeare, a Hamsun, pero si se los conoce, su lectura es más deleitosa. Muchas veces su prosa se mueve entre el chiste y lo tenebroso, entre Poe y el humor del nonsense, lo ominoso la recorre de cabo a rabo, pero siempre queda, en algún espacio, un lugar discreto para la risa, aun la risa macabra. Los temas son los clásicos de la literatura fantástica (incluso si ésta no pueda ser catalogada como tal estrictamente) y de la gótica: el doble, el muerto-vivo, el inmortal y el lenguaje es complejo, abigarrado, barroco. A todo momento llamando la atención sobre sí mismo, desdoblándose brutalmente ante nosotros. Esto tiene como contracara que los textos parezcan, a veces, parodias de sí mismos, cuando se empuja demasiado y se da otra vuelta más a lo que ya no tiene más para dar (pienso en algunos cuentos, pero fundamentalmente en la poesía, que se pierde a veces en una especie de asociación libre desmedida).

Su gran fuerza no se logra, entonces, por su erudición, por la cita. Su gran fuerza se logra por su contrario, por cómo lo “normal” actúa frente a lo raro cuando se los superpone. Porque junto con las intrincadas referencias intertextuales, las referencias a la realidad cotidiana del país cobran un lugar de “raro”. Lo raro no es la resurrección, una mujer de pelo verde, un hombre embotellado. Lo raro es la dictadura, empanar milanesas, un tango de Gardel.