Hace una década y con apenas 30 años, el napolitano Roberto Saviano se convirtió en uno de los periodistas/escritores más famosos del mundo gracias a una obra única, Gomorra, un libro notable tanto en su temática como en sus aspectos formales, que se adentraba en las estructuras delictivas italianas, dejando de lado por una vez a la hoy en día algo alicaída mafia siciliana y concentrándose en su pariente menos pública, la camorra napolitana. El libro exponía la complejísima infraestructura de esta organización, menos involucrada en las actividades delictivas que tradicionalmente se relacionan con el crimen organizado (tráfico de drogas, cobros de “protección”, prostitución) que en nuevas formas de explotación acordes con el nuevo capitalismo, como la falsificación de ropa de marca o el “tratamiento” (ocultamiento, en realidad) de basura tóxica.

Gomorra era novedoso en su contenido -muy poco conocido fuera del sur de Italia- y funcionaba, además, como una radiografía de la podredumbre de la sociedad y la industria de la Italia de Silvio Berlusconi, infiltrada en su totalidad no sólo por las mafias locales sino también por la industria textil china, siempre lista para aprovecharse de comunidades contentas con vivir con los desechos de su propia producción. Pero el libro también llamó la atención por su aspecto formal, ya que se trataba de un raro ejemplo de nuevo periodismo absolutamente consciente pero a la vez transgresor en relación a su tradición literaria. Como si hubiera sido víctima de un juvenil ataque de indecisión, Gomorra no optaba ni por el relato en primera persona ni por la visión imaginativa del narrador omnisciente, ni por la intromisión especulativa o interpretativa, sino por todos estos recursos al mismo tiempo, en una curiosa mixtura de estilos; esta acumulación objetiva de datos se sucedía en una reflexión meditativo-poética de estilo algo empalagoso pero definitivamente efectivo, sobre todo aliado a un mundo misterioso y súbitamente revelado como el de la camorra.

El éxito no fue precisamente grato para Saviano, ya que le mereció que el clan Casalesi, una de las principales familias de la camorra, organizara un plan -que por suerte fue revelado por un delator- para asesinarlo como castigo por haberlos expuesto mundialmente. Luego de eso, Saviano pasó a vivir en la semiclandestinidad, en una situación no muy distinta de la de Salman Rushdie, aunque sus circunstancias de reclusión parecen haberse relajado en los últimos tiempos.

Pero más allá de haberlo puesto en peligro y convertirlo en una estrella, Gomorra le planteó a Saviano todo un problema de los que suelen ser desesperantes para los autores jóvenes de éxito temprano. Luego de lograr una obra para la que evidentemente utilizó mucha información privilegiada reunida durante toda una vida en Nápoles, ¿qué hacer a continuación, si además se debe vivir en una casi continua reclusión? Algunos artículos escritos en el ínterin parecieron indicar que su siguiente objeto de estudio sería la ‘ndrangheta, la aun más misteriosa y secreta mafia de Calabria, pero Saviano decidió ponerse ambicioso: en lugar de dedicarse exclusivamente a otra de las organizaciones criminales de su país, que claramente ya no son las principales a nivel mundial, decidió hablar de todas las que ahora extienden sus brazos por el globo, a partir de lo que considera su principal producto, la cocaína. Y exclusivamente sobre la cocaína tratan las casi 500 páginas de CeroCeroCero.

Blanca como la sangre

Si la temática de Gomorra era poco conocida y de escasa bibliografía, no puede decirse lo mismo sobre la cocaína y su tráfico; ya se han editado centenares de libros sobre el tema, desde el fascinante Snowblind, de Robert Sabbag (traducido por Anagrama hace años como Ciego de nieve), que explicaba con entusiasmo y candidez los comienzos del tráfico masivo de cocaína a fines de los 60, hasta el desolador The Night of the Gun, de David Carr, el autoexamen más implacable de los cambios psicológicos producidos por el uso de esta droga. Estanterías enteras se han dedicado a exponer sus métodos de tráfico, la vida en las organizaciones que la comercian y sus efectos en sus consumidores; Saviano difícilmente contaba con la novedad -o siquiera la especialización- al respecto, por lo que decidió postular una osada y no muy popular tesis y dedicar el volumen a demostrarla.

Para el periodista italiano la cocaína no sólo es la sustancia de mayor tráfico ilegal de la actualidad, sino también uno de los motores de la economía del capitalismo del siglo XX. Incluso la evidencia de naciones enteras del tamaño de México, jaqueadas por su tráfico, le parece apenas la punta del iceberg, y sostiene que el narcotráfico es el auténtico soporte económico del golpeado sistema financiero mundial. Una tesis estridente (pero que no es una visión única de Saviano), por la cual presenta a las democracias occidentales como totalmente impotentes, ya que sus gobiernos combaten en las selvas el mismo negocio que sus gobernados financian en los baños de las discotecas.

En busca de demostrar este entramado global, Saviano no sólo pone su mirada en los centros obvios de México y Colombia, sino también en Rusia, su Italia natal, África, Portugal… La variedad de escenarios es tan grande como la de estilos narrativos de aproximación. Saviano pasa por el relato periodístico convencional de campo, el ensayo más o menos filosófico (y más o menos poético), la acumulación de datos propia de varias búsquedas de internet y la elaboración de listas de curiosidades. Principal destaque tienen sus contactos personales, que utiliza una vez más como figuras metonímicas del cuadro general, pero éstos rara vez -o nunca- son figuras realmente esenciales, por lo que muchas veces recurre a información ya difundida por otros medios. CeroCeroCero se convierte así más en un ensayo divulgativo que en una investigación, y sus intenciones novelísticas están mucho menos integradas que en Gomorra.

A veces parece que Saviano se atragantara intentando contar todo al mismo tiempo, y, como si no sólo estuviera escribiendo sobre cocaína sino también bajo su efecto, despliega un enorme entusiasmo al anunciar historias o relatos que luego narra en forma desinflada, como si se hubiera agotado en el entusiasmo previo; por ejemplo, con el increíble caso de Natalia París, una conocidísima modelo y conductora colombiana de escandalosos vínculos con el narcotráfico, cuyo periplo comienza a contar ampulosamente, generando una expectativa que la historia no llega a colmar. También profundiza su amor, ya presente en Gomorra, por las frases grandilocuentes y difusas, con resultados muy irregulares. Pero, curiosamente, teniendo en cuenta las dimensiones del libro, en lo que se queda corto es en la descripción de la sintomatología de la adicción a la cocaína, que le hubiera provisto de una infinidad de conexiones simbólicas entre la sustancia y el sistema ideológico en el que se mueve, dejando sin responder una pregunta que otros han manejado mejor, la de por qué la cocaína es reflejo y actor del neoliberalismo en el que su consumo ha florecido.

Pasando línea

A pesar de sus desmedidas ambiciones y fallos, CeroCeroCero no es un libro colapsado o carente de atractivo. Por el contrario, es difícil dejarlo una vez que uno se adentra en su lectura. Hay capítulos fascinantes, como una larga enumeración de los creativos métodos utilizados por los traficantes para introducir su producto en Europa, o la terrible descripción de la conexión entre la siniestra elite militar guatemalteca, los kaibiles, y los no menos siniestros Zetas mexicanos. Cada vez que el libro pierde energía o se divaga, el capítulo siguiente cambia de tema y lo devuelve a tierra con energía, y así pasan sus 500 páginas, que si no llegan a probar los presupuestos de Saviano, por lo menos generan una inquietud razonable.

CeroCeroCero tal vez no es el libro definitivo, épico, que su autor se propuso hacer sobre el tema, pero como visión global y sumamente actualizada no hay nada comparable en la vuelta. Espejo incompleto pero abarcador de una adicción blanca más generalizada de lo que se admite, CeroCeroCero (denominación por la que se conoce, como a la harina, a la cocaína de calidad más pura posible) consigue finalmente su objetivo de demostrar que el elemento más adictivo de esta sustancia blanca es en verdad verde, y común tanto entre sus consumidores como en el resto de su red omnipresente.