“Tenía un buen trabajo, hasta que mi jefe me acusó de robo. ¡Mejor llamo a Saul!”, decía una bizarra publicidad del abogado Saul Goodman, al inicio del octavo episodio de la segunda temporada de Breaking Bad (2008-2013). El personaje, interpretado magistralmente por Bob Odenkirk, apareció para resolverle un pequeño problema (la Policía capturó a un dealer medio abombado) a Walter White (Bryan Cranston), el cocinero de metanfetamina más famoso de la historia de la televisión. Gracias a sus métodos poco ortodoxos, sus modales estrafalarios y sus chistes siempre inoportunos, el personaje se ganó un lugar cada vez más grande en Breaking Bad, en el “negocio” de Walter (fue el que lo contactó con el temerario Gus Fring) y en el corazón de los fanáticos de la serie.

Dado el fenómeno en el que se transformó Breaking Bad -no sólo a nivel del entusiasmo del público, sino también de la crítica, dupla no muy habitual-, se daba por descontado que cualquier satélite que se desprendiera de la serie iba a tener a los fanáticos en vilo. Así las cosas, el spin-off -estrictamente es una precuela- Better Call Saul debutó a principios de febrero, y demostró que muchas personas estaban ansiosas por ver cómo arrancaron las andanzas del inescrupuloso abogado, ya que impuso el récord del estreno de serie más visto en la historia de la televisión por cable estadounidense, con casi 7 millones de televidentes.

El primer capítulo nos mostró a un fracasado Jimmy McGill (el nombre verdadero de Saul), que hace sus primeras armas en la profesión como abogado público: toma cualquier caso que pueda, por más simple o estúpido que sea (como unos jóvenes que realizaron actos espurios con un muerto en la morgue), y llora la milonga para cobrar lo que él cree que le corresponde. Es tan fracasado que vive y trabaja en un sucucho detrás de un salón de pedicura, que regentea una asiática quejosa. Jimmy tiene un hermano veterano, Chuck, un experimentado abogado de la firma Hamlin, Hamlin & McGill (HHM), que vive atrincherado en su casa por una extraña enfermedad, “hipersensibilidad electromagnética”, que lo obliga a estar alejado de cualquier fuente de luz y electricidad; por eso vive casi a oscuras, solo iluminado con faroles a mantilla; su pobre hermano menor es quien le hace las compras y le aguanta la cabeza. La situación de Chuck McGill es rarísima, por lo tanto, original. Punto para la serie.

Como sucede con todo spin-off, es inevitable que se abran los caminos nostálgicos por los que se busca cualquier cartel con el signo “Breaking Bad”. El primero que encontramos (además de Saul, por supuesto) es la cara de piedra de Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), quien era el que hacía los trabajos sucios para Gus; en este caso, es un humilde trabajador del parquímetro de la Corte de Albuquerque, que regaña a Jimmy porque nunca tiene los tickets correspondientes y se quiere ir sin pagar.

Pero Jimmy tiene esperanza de que su vida cambie. Está detrás de un caso grande: una pareja, Craig and Betsy Kettleman, acusada de hacerse de más de un millón de dólares de fondos del condado. McGill les insiste en que él tiene que tomar su caso, y no la poderosa HHM. El guiño más grande a Breaking Bad aparece al final del primer capítulo, cuando Jimmy idea una jugarreta para tener por fin a la pareja, y crea un plan con unos skaters que termina muy mal: por esos errores del destino que suelen escribir los guionistas, llega a la casa del histérico y visceral Tuco Salamanca (Raymond Cruz).

El segundo episodio es el más breakingbadiano de todos: gracias al encuentro con Tuco, Jimmy y los skaters terminan atados en medio del desierto, a merced de Tuco y sus compinches (uno es un tal Nacho, que toma cierto protagonismo al principio de la serie). La fotografía de esa escena tiene el lente de Breaking Bad (el contraste del árido desierto con el cielo celeste -sólo le faltaría la famosa casa/cocina rodante-), y también su contenido: cuando Jimmy logra persuadir a Tuco para que lo libere, terminan negociando acerca de la forma en la que Salamanca se va a vengar de los skaters: los mata, les corta las piernas, o, simplemente, se las quiebra.

En todo momento uno espera el giro copernicano que transforme a McGill en Saul Goodman. Pero el momento se hace esperar; quizá, demasiado. Parece que sí, pero no, y todo vuelve a foja cero. Es como si las referencias a Breaking Bad fueran un caballo de Troya, que se mete al principio, como un regalo para los fans, pero, después, del caballo sale una simple serie de abogados. Incluso, en un episodio juegan con las referencias a Matlock: Jimmy ve un viejo capítulo de la serie y le copia el traje al famoso abogado.

Probablemente el mejor capítulo de Better Call Saul fue “Five-O”, en el que, flashback mediante, se muestra el oscuro devenir de Mike, atormentado por la muerte de su hijo policía. Fue un capítulo con una tensión y un ritmo de lo más breakingbadiano, pero, en el que Jimmy (o Saul) apenas apareció.

Entonces, entra un punto clave de todo spin-off, en especial, cuando se trata de una precuela: la información de la serie anterior, por momentos, conspira contra el pleno goce de la nueva serie. Porque Better Call Saul es otro producto, autónomo, y debería funcionar como tal; se supone que no debemos saber en lo que se va a convertir el personaje principal en el futuro, pero lo sabemos; es inevitable. Por lo tanto, la sensación que produce la serie es muy ambigua. De cualquier manera, en el último episodio, la sonrisa de Jimmy refleja que se terminó la ambigüedad. En la segunda temporada, ¿podremos llamar, de una vez por todas, a Saul?