Desde que se celebrara por primera vez en 2002 en el recordado, extrañado pub Pachamama, la convención de historietas en Uruguay conocida como Montevideo Comics no ha hecho otra cosa que crecer en tamaño e importancia, hasta el punto de que hoy en día se celebra en el que tal vez sea el más elegante y moderno de los centros culturales montevideanos, el Auditorio Adela Reta, y ha multiplicado sus asistentes de los alrededor de 500 fanáticos de las historietas que se reunieron en la primera edición a los más de 7.000 que se congregaron el fin de semana. Inspirado en festivales como la Comic-Con de San Diego o la Comiket japonesa, Montevideo Comics ha adquirido su personalidad propia y se ha ganado su lugar en la oferta cultural uruguaya a pura iniciativa y voluntad de los adeptos a la menos respetada de las artes.

En su mayor parte es una feria comercial de productos relacionados esencialmente con las fantasías recreativas adolescentes o de adultos jóvenes. Por supuesto, hay cómics y tienen un lugar muy destacado las producciones nacionales y rioplatenses, cuyas cada vez mejores y más numerosas ediciones de autor o independientes ocupan buena parte de la planta baja, donde, además de ojearlas, generalmente se puede conversar con sus autores, como Rodolfo Santullo, Magnus o el argentino Gustavo Sala. Es esencialmente esta generación de guionistas, dibujantes y eternos fans -que ya rondan los 40 años y viven un momento de exposición inédita en el marco cultural uruguayo- la auténtica gestora de esta movida, que combina talleres de dibujo y conferencias temáticas con la visita de nombres ilustres del mundo de la historieta y la ilustración. Este año iba a estar presente nada menos que el legendario Joaquín Lavado –Quino-, pero no pudo asistir por un problema de salud. Como contrapartida, quien sí asistió fue el espléndido ilustrador uruguayo radicado en Londres Alejandro Colucci, cuya obra ha adornado libros de autores como Ursula K LeGuin y JG Ballard, y que quizá merecería una mirada atenta de la escena de las artes visuales “seria”.

Pero además de la oportunidad de acceder en un solo lugar a toda la oferta de cómics del mercado local, tener contacto con autores, asistir a talleres o campeonatos de juegos de rol, de cartas y a diversas propuestas colectivas para computadora -y con la falta, aún, de un espacio más focalizado en los coleccionistas y donde sea posible el canje e intercambio de cómics-, Montevideo Comics se ha convertido en el entorno privilegiado para la más notoria de sus actividades: el cosplay.

Ya tenemos el poder

Geeks, otakus, furry fans, gamers, idols, lolitas... Posiblemente sean términos que a un uruguayo promedio le suenen completamente foráneos, pero son parte del vocabualario básico para moverse con una mínima soltura en un evento que consigue aún sorprender a una Montevideo lenta para asimilar el bombardeo cultural al que ha sido sometida desde la popularización de los intercambios vía internet. Así como la reciente importación del Halloween anglosajón significó una bienvenida posibilidad para los niños uruguayos de disfrazarse de acuerdo con sus peores miedos -y la Fiesta de la Nostalgia evolucionó hacia algo similar para los adultos amigos de las salidas nocturnas-, Montevideo Comics ha revelado a los capitalinos que en su ciudad hay decenas, tal vez centenares, de jóvenes -generalmente entre la adolescencia y los primeros 20- capaces de producir elaboradísimas indumentarias para disfrutar de dos días de cosplay, contracción de costume play (juego de disfraces), que consiste esencialmente en vestirse como un personaje favorito. Surgido de las convenciones de fans de películas o series como La guerra de las galaxias y Star Trek, las convenciones de cómics abrieron el panorama a una gama mucho mayor de disfraces y personificaciones, haciendo parte de su ritual la posibilidad de asistir vestido como cualquier figura fantástica del cine, el cómic o -cada vez en forma mayoritaria- los juegos de PC, especialmente los de rol.

Los cultores del cosplay -que ya tienen su concurso propio en la convención, que suele ser el evento más popular- no sólo son meticulosos y trabajadores, también son unos exquisitos elitistas en lo suyo: es raro ver entre los disfrazados (salvo entre los más niños y los más veteranos) indumentarias más o menos obvias como las de Batman, el Hombre Araña o Darth Vader. No; es más bien Rorschach -el trastornado personaje de Alan Moore-, pasando por un par de variables de Deadpool, la plana mayor de Dragon Ball Z, más de una Harley Quinn y algunos personajes de Final Fantasy, privilegiando sobre todo a los personajes provenientes del manga y el anime, y a sus imposibles peinados coloridos y geométricos. La aproximación de los disfrazados va desde lo caricaturesco y juguetón, con la comparación entre los fantásticos modelos originales y el carácter terrenal de sus imitadores, a elaboradísimas indumentarias de rara sensualidad que seguramente hayan alborotado a más de un nerd incauto. En todo caso, ya sea vía la complicidad humorística o la admiración, el ambiente de respeto a estas personificaciones es más que notable. De esta forma, Montevideo Comics se ha propuesto como un territorio librado a la fantasía, tal vez a un conjunto algo limitado de fantasías, muy similar al de eventos similares del resto del mundo, pero, de cualquier forma, abierto a la creatividad espontánea de sus participantes.

Al salir de Montevideo Comics es imposible no pensar que, paradójicamente, mientras que en el espacio cultural por excelencia para que los ciudadanos realicen sus catarsis fantasiosas personales mediante el disfraz, la desenvoltura y la fiesta -es decir, el Carnaval- los disfraces han desaparecido por completo (al menos entre los participantes no profesionales), la voluntad de encarnarse en otra persona y dejar de ser uno por un rato sigue existiendo y ha encontrado lugares donde expresarse. Pero eso sería motivo de otra nota y no sobre este evento, que aún conserva sus aires de juventud y entusiasmo.