La figura de Kurt Cobain, el líder de Nirvana, que se suicidó en 1994, ha sido sujeto de numerosos libros -entre los que se destacan la biografía oficial Heavier than Heaven, de Charles R Cross, y el muy superior (y auténticamente crítico) Come as You Are, de Michael Azerrad (publicado aún en vida del músico)-, de una sensible aproximación del cine independiente -Last Days, de Gus Van Sant (2005), y un par de documentales muy parciales: About a Boy, basado en las entrevistas de Azerrad para su libro, y el delirante Kurt & Courtney, basado en una teoría conspirativa según la cual a Cobain lo mandó asesinar su mujer, Courtney Love-, además de decenas de notas, artículos de memorabilia, homenajes, ediciones especiales de su escueta obra y diversas formas de explotación del occiso. Pero hasta ahora no había un objeto audiovisual, un documental pongamos, que resumiera la historia de la banda emblema de la generación X; Kurt Cobain: Montage of Heck, que fue exhibida en algunas funciones especiales hace una semana, vendría a cubrir este vacío y a proponerse como una obra muy personal y expresiva en lo formal. Algo de eso hay, y bastante de eso falta.

La idea del documental provino del círculo íntimo de Cobain, en particular de su viuda, Courtney Love, quien le propuso la idea al director Brett Morgen. La cercanía de Morgen a la familia de Cobain -Courtney Love, pero también su hija Frances, así como su madre, su hermana y una ex novia- le aseguró el acceso a una cantidad realmente asombrosa de filmaciones caseras y (antiguamente) privadas que funcionan como ventana a la vida íntima de Cobain. El título del documental es adecuado al mencionar al cantante y no a Nirvana, ya que la película gira alrededor de él, mientras que los demás integrantes de la banda no pasan de ser brumosas comparsas del torbellino vital de Cobain. De hecho, es llamativa la ausencia de músicos -más allá de Cobain y Courtney Love- en el documental, que solamente entrevista al bajista Krist Novoselic y relega a la absoluta ausencia a los otros cuatro o cinco músicos que formaron parte de la banda, así como a productores y colegas (sólo la voz de Buzz Osbourne, líder de The Melvins y una de las grandes infuencias de Nirvana, asoma desde un casete). Dave Grohl, posiblemente el más articulado discursiva y culturalmente de Nirvana, brilla por su ausencia, pero esto tal vez tenga que ver con su mala relación con Courtney Love, quien, al fin y al cabo, es una de las productoras del film.

El director se emociona ante la cantidad de material disponible, e intenta que -al menos en parte- sean estos fragmentos aleatorios los que narren la historia de Cobain, y no una sucesión de cabezas parlantes o un locutor en off. Cuando las imágenes de los archivos privados son insuficientes, Morgen recurre con frecuencia a la animación de los siniestros dibujos de Cobain y los textos de sus diarios, o incluso a una animación clásica para reconstruir escenas no filmadas. En ocasiones, consigue reproducir el clima violento, adolescente y tétrico que impregna la obra de Cobain, al que yuxtapone con la imagen cariñosa y doméstica del Cobain padre, en un intento de aproximarse al misterio irreductible de su triste final. A veces consigue generar cierto clima de violencia soterrada y profunda desazón (clima perfectamente reproducido en la ficcional Last Days), que combina a la perfección con la obra del compositor. Pero otras veces sólo se trata de largas escenas de Courtney Love buscando excusas para quedar en topless.

La banda de sonido es, sin duda, uno de los puntos más atractivos del film, especialmente para los fans de Nirvana; no sólo incluye versiones inéditas (demos, algún bosquejo de canción) y temas poco conocidos, sino que también utiliza versiones orquestales o rearregladas instrumentalmente de algunos de sus temas más conocidos, entre las que se destaca una espectral versión coral de “Smells Like Teen Spirit”, que hace explícita la estructura épica del estribillo. Pero, sobre todo, hay muchas versiones en vivo (aunque casi ninguna completa) de varios de sus temas esenciales, lo que sirve para recordar que -dejando de lado algunos shows malhumorados, como el que dio Nirvana en Buenos Aires (donde Cobain se indignó por el maltrato recibido por la banda de apertura, Calamity Jane, y presentó luego un show desganado y carente de hits), o colapsados por el mal estado físico del cantante- Nirvana era en concierto una banda arrolladora, con una base de tempo matemático sobre la que Cobain podía explayarse con amplias libertades sónicas.

Posiblemente Montage of Heck sea un acercamiento demasiado subjetivo para quienes realmente quieran informarse sobre la trayectoria artística de Cobain. En relación con su vida personal, parece un objeto compañero de la bastante sesgada biografía Heavier than Heaven, a la que ilustra tal vez en forma insuficiente para quienes no hayan leído el libro. Pero, para bien o para mal, Montage of Heck es una obra ambiciosa cuya fascinación es proporcional a la que se sienta por Cobain y su banda. No dice gran cosa sobre la generación que lo tuvo de bandera ni sobre el último espasmo válido del rock, pero cumple como entrada trasera a un mundo ruidoso pero completamente drenado de energía vital, una tragedia de la que apenas rasca la superficie.