El escritor y periodista arachano Gley Eyherabide falleció el viernes a los 81 años, luego de una larga trayectoria en medios como El País, El Día, La Mañana y Marcha, y una importante obra literaria, entre la que se encuentra su primer libro, El otro equilibrista, publicado en 1967 (el cuento que le dio nombre integró la decisiva antología de Arca Cien años de raros). A partir de este trabajo ya se puede identificar el mundo narrativo de Eyherabide, construido a partir de una visión de la realidad concreta y en algunos casos absurda, que confunde la realidad cotidiana a partir del extrañamiento. En su clásico libro La generación crítica, Ángel Rama se refiere a los relatos de El otro equilibrista: “Dos términos en apariencia contradictorios -precisión y desconexión- sirven para definir la estructura narrativa de Eyherabide en su primer libro y, al mismo tiempo, para vincularlo a los sistemas de composición del surrealismo”. Más adelante agrega: “Del mismo modo que los asuntos de sus brevísimos cuentos están extraídos muchas veces de ejercicios atléticos, circenses o los rutinarios de la vida corriente, la composición global también se asemeja en Eyherabide a ejercicios literarios [...] de la estructuración de la realidad”.

Si bien Eyherabide publicó las novelas Gepeto y las palomas (1972), Juegos de pantallas (1987, finalista del premio Barral) y En el zoo (1988), y el libro testimonial La bellísima injusticia (1993), lo más recordado durante los últimos años fueron sus relatos. “Me llamo Hernán. Soy enano”. Así comienza su cuento llamado -precisamente- “Enano”, en el que el pequeño narrador, desde la cama de su cuarto, mira concentrado el cielorraso, mientras cuenta que en unos pocos días se casará con una novia “alta; casi normal”. Otro de los que obtuvieron más notoriedad fue “La vieja de las cabras”, un muy buen cuento publicado por primera vez en Marcha en 1970 (y editado 17 años después en El tigre y otros cuentos). La leyenda cuenta que Juan Carlos Onetti le dijo al autor que éste era “su mejor cuento”, en el que se continúa el personaje de la vieja, que había sido protagonista de otros cuentos, como “La mano y la vieja”, “La vieja, el balde y el pozo” y “La pañoleta gris”.

El universo de este escritor uruguayo fue habitado por el absurdo, el humor negro, el pasado próximo y la alienación, a partir de obras como En la avenida (1970) y de trabajos en los que cruzó la crónica y el testimonio, como Historia de ASU: 30 años de lucha popular (1993).