En el café del teatro Solís, varios periodistas impacientes rodeaban a Sergio Renán: había mucho de que hablar con este director de cine, teatro y televisión, actor, régisseur de ópera y ex director general y artístico del teatro Colón. Como la mayoría de las veces, había poco tiempo y muchísimas preguntas, pero él no perdía la ironía ni el humor. Tampoco abandonaba su particular lectura de la sociedad, la cultura y -claro- el fútbol, deporte que lo acompañó hasta el delirio (cuentan que una tarde, un gol imprevisto contra Racing lo llevó al desmayo).

“Yo era un chico que tocaba el violín y no tenía nada que ver con el fútbol. Mi manera de rebelarme era aprenderme la formación de todos los equipos”, decía cuando le tocó el turno a la diaria. Después de recordar la defensa uruguaya del maracanazo, reconocía que la clave de los libros y las películas era “cuánto tenemos que ver con eso que se está contando”. No se refería necesariamente a la anécdota o a una historia personal, sino a aquellos conflictos o esencias que definen la condición humana cuando están bien contados. “Eso es lo que te mueve el piso”, sentenciaba.

El responsable de la primera nominación al Oscar de una película hablada en español (La tregua, en 1979) falleció la madrugada del sábado, después de una larga década de lucha contra el cáncer.

El ayer se junta allí

Renán -que en esa época se llamaba Samuel Kohan- nació en una colonia agraria de Entre Ríos, a donde llegó su padre, Alejandro Kohan, desde Rusia. Él y su mujer trabajaron como maestros rurales hasta que decidieron instalar una mercería en el barrio porteño de Once, donde creció el guionista de Tacos altos (1985).

A comienzo de los 60 interpretó sus primeros papeles protagónicos en cine, entre los que se encuentran El perseguidor (1962), de Osías Wilenski, película basada en el cuento de Julio Cortázar sobre Charlie Parker -en este caso con melodías interpretadas por el Gato Barbieri-, La cifra impar (1962) y Circe (1964), títulos considerados claves en aquel nuevo cine argentino. Nueve años después, fue el Rufián Melancólico en Los siete locos, de Leopoldo Torre Nilsson, papel que siempre recordó como uno de los mejores.

En esa época comenzó a alternar el teatro y el cine, si bien Renán ya era un reconocido director después de su emblemática puesta en escena de Las criadas, de Jean Genet (1970), entre muchísimas otras piezas, como Casa de muñecas, Sabor de miel, Ha llegado un inspector y Un enemigo del pueblo.

Cuando dirigió La tregua, Renán ya era uno de los rostros más reconocibles de su generación, pero su ópera prima lo llevó mucho más allá, ya que contó con un extraordinario éxito de crítica y de público: la vieron más de dos millones de espectadores. Con ese trabajo no sólo logró la primera nominación al Oscar como mejor película extranjera, sino que compartió la terna con Amarcord, de Federico Fellini, que finalmente se quedaría con el premio. Pero antes de que se diera a conocer el fallo, Renán esperaba flanqueado por Jack Nicholson, Fred Astaire y Anjelica Huston. En un libro de conversaciones publicado en 2008, Me estoy acostumbrando a ser el que soy, recordaba: “La película ya había comenzado con la suite que se me asignó en el hotel Beverly Wilshire, donde, a mi izquierda, estaba alojada Ingrid Bergman y, como corresponde, a la derecha, John Wayne”.

Cuando volvió, la Triple A lo acusaba de infiltración marxista. Debía irse del país, ya que estaba amenazado de muerte -afirmaban que lo matarían en 48 horas-, pero Renán decidió quedarse, y en su siguiente película, Crecer de golpe (1977), adaptó un cuento de Haroldo Conti. Pese a las implicancias de este nuevo texto -Conti había sido secuestrado y desaparecido un año antes-, Renán continuó viviendo en Buenos Aires. Dos décadas después, llevaba otra obra literaria al cine, El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares.

A partir de los años 80 comenzó a ser reconocido como un destacado régisseur a escala internacional, y entre 1989 y 1996 fue director del teatro Colón, “en una gestión que es recordada como la mejor de las últimas décadas”, cuenta la periodista argentina Leila Guerriero. Allí fundó el Centro de Experimentación en Ópera y Ballet del Teatro Colón, y además emprendió proyectos sorprendentes, como reunir al escritor Ricardo Piglia y al compositor Gerardo Gandini para escribir una ópera sobre La ciudad ausente. Cuentan que en esa época Renán se encontraba con Bioy Casares mientras filmaba durante toda una noche un carnaval de 1927 recreado en San Telmo.

En 1997, una pancreatitis aguda lo mantuvo 64 días en coma, y cuentan que durante esos meses fueron a verlo desde Ernesto Sábato y Bioy Casares hasta Carlos Menem y la hinchada de Racing. “Estuve 64 días en coma. Tengo recuerdos auditivos. Algún llanto de mujer. Alguna música. Después supe que me ponían música y trataban de darme buenas noticias. Parece que un día se me acercó el médico y me dijo: ‘Racing le ganó a River dos a uno’. A lo mejor, fue eso lo que me salvó”, le contaba a Guerriero hace unos años.

En su última película, Tres de corazones (2007), Renán volvía a incursionar en la escenografía popular, esta vez adaptando el cuento “El taximetrista”, de Juan José Saer. En 2013 había estrenado la sugerente Incendios, en la que narraba la herencia de una guerra, y en mayo de este año El elixir del amor se convirtió en su última ópera (que llegará en agosto al teatro Solís).

Después de La visita, obra que dirigió con la Comedia Nacional en 2014, y con la que Jorge Bolani se retiró del elenco oficial, Renán, a los 82 años, quería volver a trabajar con los mismos actores. También pensaba filmar otra película y dirigir Don Giovanni en el Colón.

Parece que cuando era niño su padre le repetía incansable: “No sólo hay que ser un gran hombre. Además, el mundo tiene que enterarse”. A sus 82 años, muchos se habían enterado de Renán, de sus trabajos, de sus propuestas experimentales, de sus apuestas. Parecido a sus personajes, un día se inventó un nombre, un mundo, una tradición. En definitiva, una aventura. La vida.