Por mera homofonía e iniciales compartidas, además, por supuesto, de la tangencial coincidencia temática, la primera asociación que hice tras ver el último espectáculo de Marianella Morena, Labios pendientes -donde se ensaya una unión entre consumo de alcohol, alimentos y erotismo-, fue con la aeropintora futurista Marisa Mori. Escribía Mori en los años 30 esta suculenta receta: “Se forman dos medias esferas llenas de pasta confitada de almendras. En el centro de cada una se apoya una frutilla fresca. Luego se versa en la fuente sambayón y zonas de chantilly. Se puede cubrir todo con pimienta y adornar con ajíes rojos”. La tituló, sin ruborizarse, “Mamas italianas al sol” y se puede leer en La cucina futurista, uno de los libros más bizarros y sugestivos que produjo el movimiento italiano.

A Mori le bastaron unas pocas líneas para crear un artefacto comestible que aludía, seductora y peligrosamente, a sus propias formas sinuosas (era, en cierto sentido, autobiográfico), al tiempo que coqueteaba con las fantasías de quienes aglutinaban (apoyándose, seguros, en las historias del arte o de la literatura y en varios estantes de teoría) los placeres del banquete con los del lecho, ese canibalismo de tocador, metafórico, civilizado. Pero tampoco es necesario excluir una cuota de sátira (¿de género?), por su parte, en ese agregado final malicioso y “picante” de pimienta y ajíes. (Cabe mencionar una versión reciente, degradada y marquetinera, de ese postre, que muestra cierta continuidad: los cupcakes hijos del éxito de Cincuenta sombras de Grey, que contienen en su cima la reproducción en miniatura y comestible de los objetos claves de la película: fusta, corbata, antifaz, esposas, el torso del protagonista, el bikini de ella).

Ocho décadas después de la sugerencia de Mori, así anuncia el comunicado de prensa de este espectáculo: “Por primera vez en Montevideo se presenta un Ciclo de Teatro Erótico, con autoría y dirección de Marianella Morena, donde el público vivirá exquisitas formas de sensualidad. Un encuentro entre las vanguardias y las formas de combinar el arte. La experiencia incluye una degustación de vinos del mundo de la cava personal de Casa Gómez, una degustación de quesos, la obra de teatro breve, mesa de sushi y bocaditos fríos”. Mori/Morena colocan el cuerpo del receptor como lugar último de la fusión: aquélla invitaba a devorarse dos senos de mazapán, bañados por un sol de oporto picante; ésta, a sentirse un sofisticado sommelier que recorre, del blanco al tinto, la cava y favorece quesos más o menos estacionados o cremosos para lograr el máximo placer, siguiendo el camino del omnipresente “gourmetismo” de nuestros días. El espectador, en ambos casos, observa, olfatea, traga, mastica y, si no eludimos el desliz escatológico, todos sabemos que la cosa no termina ahí sino en casa.

Las operaciones difieren, sin embargo, en las maneras de concebir la combinación. Sintética y totalizante como toda futurista que se precie, Mori condensa en el postre los dos términos de la ecuación; la alianza de arte culinario y erotismo dura según la glotonería de cada comensal. Morena elige la sucesión y la extensión en el tiempo. Labios pendientes enmarca la representación teatral en puro saboreo, sin mezclar los dos ámbitos. A los vinos y los quesos sucede, en la sala principal de Casa Gómez (ambientada con varias obras de artistas locales), la travesura erótica de dos amantes (Agustín Urrutia y Lucía Trentini), sus movimientos que acechan y prometen la emboscada, las imágenes sin “censura” de cada apuesta sexual, las tensiones por la posesión y las implicaciones del contacto. Una sensualidad que se piensa como multiplicación especular, que quiere extender el placer más allá de los límites del aquí y ahora, que proyecta orgías entre las capas que sucesivos cuerpos dejan en una misma piel. Pero no al banquete final. El erotismo, hilo rojo en la poética de Morena (duro y alerta en Don Juan, el lugar del beso, violento en Demonios e imbuido en el tejido literario en No daré hijos, daré versos), toma para el caso el formato leve y breve y el tono de serio divertissement. Juguetonas las fotos de prensa y el diseño del programa (aquéllas captan fragmentos, manos, cuellos, cuerpos entrelazados; éste, una boca roja de la que baja un líquido blanco), y abiertamente cachondo el esponsoreo de una conocida boutique erótica (con regalito a los asistentes a la salida), Morena hace un alto allí donde quizá, para volver al principio, haría falta acelerar: la fusión misma de los estímulos, la compenetración total entre palabras, sabores, olores y sonidos. En otras palabras, esa multisensorialidad encrespada, propia de sexo y cocina, que los vuelve tan atractivos.