La nueva ministra de Cultura israelí, Miri Regev, protagoniza un serio enfrentamiento con la comunidad artística, que la acusa de cercenar el apoyo público a instituciones que considera poco “patrióticas”. Según anunció el diario francés Libération, el martes 9 de junio, durante su primera aparición oficial en Siderot -donde se inauguraba un festival anual de cine-, Regev anunció que congelaría los fondos asignados a “todos los que desligitimen a Israel y a su ejército”. Agregó: “Si estas personas quieren continuar su camino son libres, pero no con dinero público”. Ese mismo día también anunció la congelación de subvenciones destinadas a una compañía de teatro que tiene como artista principal a Norman Issa, reconocido actor árabe-israelí.

Libération aclara que esta sanción se dirige específicamente a Norman Issa, ya que el Ministerio de Cultura también decidió no aportar a Elmina, teatro para niños dirigido por él y su mujer. Pero tanto como Issa, se anuncia que decenas de artistas e intelectuales israelíes denuncian en las redes sociales el “neojdanovismo” (conceptos de Andreï Jdanov que delimitaron la producción artística soviética) de la ministra y, en paralelo, las instituciones culturales convocaron a una sesión de emergencia después de que se sancionaran dos teatros árabes: además de Elmina, el ministro de Educación, Naftali Bennett, ordenó el retiro inmediato de la producción Un tiempo paralelo, del teatro Al-Midan, de las producciones financiadas por la “canasta de la cultura”. Apuntando contra estas medidas, el Foro de Instituciones Culturales emitió un comunicado en el que se realiza un llamado a “todos los artistas, escritores, sindicatos, instituciones y organismos culturales para asistir a la convención con el fin de hacer oír su voz”, en un espacio destinado a discutir “la actitud de la ministra hacia la cultura en general y la cuestión de la censura en particular”. Además, muchos recuerdan la posición adoptada por la ministra durante 2012, cuando lideró una manifestación contra la presencia de inmigrantes subsaharianos ilegales en el sur de Tel Aviv. Y si bien su comentario de entonces -“Esta gente es un cáncer que se desarrolla en nuestro país”- la llevó a pedir disculpas, le ha generado el apodo de “Jean-Marie Le Pen con falda”.

Al mismo tiempo, la actitud de Regev no es un caso aislado, ya que Benjamin Netanyahu, encargado de la cartera de Comunicaciones, intentó intervenir en “el ritmo de la marcha en la sala de redacción de los canales de radiodifusión públicos, ya que a su entender son forzosamente ‘izquierdistas’”, según reprodujo el periódico galo. En la misma línea, el ministro de Educación, confirmó que su departamento ya no subvencionará proyectos culturales en las escuelas que sean considerados “contrarios a los intereses del país”.

El último conflicto se produjo el domingo de noche en un hangar del puerto de Yafo, donde se reunieron 400 artistas para protestar contra las políticas desarrolladas por Regev: “Éste es el momento de alzar la cabeza frente a la bestialización que se apodera de las calles de nuestra cultura y decirle a Regev: ‘¡Cálmate!’”, reclamó el popular director y actor de teatro israelí Oded Kotler.

Ayer, el diario Yediot Aharonot describió la situación como “La batalla entre los artistas y la ministra llega a un nuevo récord”, mientras que Israel Hayom lo definió como “Oscuridad cultural”, mientras artistas de derecha e izquierda no parecen abandonar el campo de batalla. El sector cultural, amenazado en general por los recortes económicos y por la polémica del conflicto palestino-israelí, se enfrenta ahora a una nueva política de financiación que exige cuestionables principios patrióticos.