Esta película entrega lo que promete. No mucho más que eso, pero es bastante decir: tremenda película-catástrofe de terremoto seguido de tsunami. Y los efectos especiales, excepcionalmente bien manejados, permiten mostrar cosas que eran imposibles de soñar en la Terremoto de 1974. Ni siquiera en las filmaciones reales de la caída de las Torres Gemelas uno pudo tener esta sensación del poder bruto de un rascacielos colapsando. Son muchísimas las imágenes impresionantes en este sentido: la tierra partida por una grieta gigante, la ola enorme acercándose a San Francisco, Los Ángeles vuelta flexible como si fuera una sábana (y las diferencias de ángulo se manifiestan en los reflejos de los vidrios de cada una de las ventanas), la destrucción de la represa Hoover y la del puente Golden Gate, y mucho más.

La cosa está realizada con mucha sabiduría como para potenciar el impacto, el horror y el miedo de la destrucción (y, ya que estamos en la posición segura de espectadores, también la infantil fascinación de jugar a destruir una ciudad entera). Uno de los recursos es siempre buscar el punto de vista de la persona de a pie, posible próxima víctima. Uno va caminando por las calles destruidas de San Francisco y de pronto pasa por debajo de un buque inclinado apoyado contra un edificio -surrealismo motivado por un posible real, apunte grotesco sobre lo insignificante de lo humano aun en sus construcciones más grandiosas, frente a las fuerzas naturales-. Quizá la escena más formidable sea la del tsunami: los personajes principales están en una lancha y al ver acercarse la ola saben que la única escapatoria es tratar de escalarla antes de que reviente la cresta. La ola está alta, hay que escalarla y algunos desgraciados que lo intentan no logran mantener el equilibrio, y sus embarcaciones vuelcan. Pero cuando los héroes están llegando al tope se descubren precisamente en la línea de un carguero gigante traído por el tsunami y que está por caerles encima. Apenas logran desviarse, pero no sin que la hélice del carguero arranque el techo de la lancha, y no a salvo de la lluvia de containers que empiezan a desparramarse en la medida en que el barco grande pierde estabilidad. El punto de vista se traslada entonces al de una persona en el Golden Gate: por si había una chance de que el puente sobreviviera a la fuerza de la ola y que ésta no llegara a barrer a quienes están arriba, el acercamiento del carguero es perspectiva de destrucción segura.

Quitando eso, por supuesto, es todo un gran cliché. Si vemos una breve secuencia de tomas en helicóptero de algún paisaje, construcción, punto turístico, es porque es seguro que poco después lo veremos derruirse y transformarse en paisaje posapocalíptico. Los diálogos son muy burdos, así como la forma en que se establece cada situación o se desarrollan los vínculos. Hay que ver a Dwayne Johnson decepcionado porque su ex mujer y su hija, en vez de salir con él, van a salir con el novio nuevo de la primera; y luego de ello todavía se sienta en la cama y empieza a examinar fotos de la familia y se ríe solo, con ternura, ambientado con una música melosa. No por ningún patrioterismo militante, sino simplemente para manipular sentimientos extendidos en una franja amplia de la población, se insiste en que su personaje Ray -que es un bombero de elite especialista en rescates peligrosos en helicóptero- es un veterano de Afganistán, donde aprendió mucho de lo que sabe. Su coraje, eficacia y entrega al trabajo -aun a riesgo constante de su propia vida- no tienen límite o matiz. Por supuesto, la familia viene antes que nada, pero mágicamente en la acción él nunca tiene que optar entre cumplir con su deber y privilegiar a los suyos. Hacia el final de la película, cuando todo se tranquiliza y vuelve a brillar el sol, hay un plano destacado de una bandera de Estados Unidos toda arrugada, que de pronto se despliega al viento (suena música patriótico-militarista) y Ray dice: “Ahora vamos a reconstruir.” Una personaje importante se ahogó e intentan revivirla con respiración boca a boca: no viene funcionando, miradas de tristeza, bronca contra el destino, pero nosotros en ningún momento llegamos a sospechar ni por un segundo que sea posible que ella realmente muera, y sólo esperamos el momento en que empiece a toser y vomitar agua, con lo que el drama queda muy relativizado. Para los créditos finales no tuvieron mejor idea que poner una versión de “California Dreamin’”, que suena un poco profanada, vaciada, en este contexto.

Panóptico de desastre

La estructura dramática es un poco coral, como suele ocurrir en el cine catástrofe: tenemos, al igual que en Terremoto, una pareja veterana separada que tenderá a la reconciliación, tenemos al científico que prevé el desastre y no le prestan suficiente atención, tenemos a la periodista (medio desperdiciada en este caso), está el tipo egoísta y villanesco cuya muerte será nuestra oportunidad de sadismo despejado de problemas de conciencia. Quitando la relativa anomalía de que los dos héroes masculinos (el rescatista y el científico) nunca se van a encontrar o interactuar en toda la película, todo lo demás gira alrededor de la misma familia (y por eso puse arriba que es “más o menos” coral). Tanto la ex mujer como la hija de Ray tienen la virtud de haber aprendido de él varias técnicas de supervivencia y ayuda, y la línea principal de la película consiste en el empeño hábil de los integrantes de la familia por reunirse, lo que da un tinte bien empático a la acción, muy a la medida de lo humano. Y eso es importante, porque aun con los diálogos sufribles, se nota que los guionistas se esforzaron por hacer los deberes básicos, como para que uno se pueda involucrar con la anécdota: la imagen intrigante de los créditos de presentación se va a terminar de explicar en la escena final, y tiene que ver con la hermana de Blake, que hace un tiempo se murió ahogada, dando origen a la crisis que llevó a la separación de sus padres. Luego, entonces, rescatar a la hija sobreviviente es lo que va a ayudar a sellar la reconciliación de los padres (y el momento “dramático” tiene que ver con el ahogamiento).

El único buen actor de todo el reparto es Paul Giamatti. Pero de todos modos, los demás valen nomás por su físico o magnetismo personal. En caso de catástrofe, a todo el mundo le reconfortaría tener a The Rock en el equipo de rescatistas, así como a todo varón le gustaría tener la oportunidad de salvarle la vida a Alexandra Daddario y conquistar su agradecimiento.