Me sorprendió verificar que éste es nada más que el 15º largometraje de Pixar. Digo, no está mal para 20 años de existencia de un estudio de animación, uno que fue pionero en una técnica revolucionaria (la animación por computadora), y que realizó además varios cortometrajes. Lo sorprendente es que, teniendo en cuenta la cantidad de obras maestras que hizo Pixar -películas prodigiosas en lo técnico, en lo creativo, en lo conceptual- uno esperaría que esos mojones estuvieron un poquito más perdidos en una cantidad más grande de momentos deslucidos o incluso fallidos, como cualquier productora del mundo.
Pero además Pixar mantiene ese nivel espectacular con algunas obras que se arriesgan en terrenos nuevos y forcejean la complejidad que puede tener una película de animación para niños destinada a las vacaciones. Es el caso de esta nueva entrega.
A un nivel, cuenta una historia sumamente sencilla y naturalista, apenas un poquito desnaturalizada por la estilización gráfica habitual de las películas de animación por computadora. Riley tiene 11 años, es hija única, y vive feliz en Minnesota. Pero sus padres, por razones profesionales, se tienen que mudar a San Francisco. Tener que enfrentarse a un entorno totalmente nuevo y dejar atrás todo su mundo anterior, combinado con la pubertad, desatan en ella un momento de depresión y rebelión, con el que ella y su familia tienen que lidiar.
Detrás de esta historia sencilla, que podría dar para una humilde producción indie, visualizamos todo lo que ocurre dentro de la mente de Riley. En la “sala de control” de su mente trabajan las cinco emociones básicas: Alegría, Tristeza, Miedo, Rabia y Desagrado. Cada una de ellas constituye un personaje que es, en cierta forma, un estereotipo bien contrastado, en la forma de ser y en lo visual. Al ser personificaciones (en cierto sentido alegorías), los animadores disfrutaron de una libertad en el diseño visual de esas emociones que es reminiscente de la animación precomputadora: Rabia es un hombre bajito y gruñón, de cabeza chata, sin pelos, y todo rojo, y cuando se embronca demasiado escupe fuego por el tope del cráneo. Desagrado es una muchacha que a todo le tuerce la nariz, y es toda verde. Miedo es delgadito, violeta, asustadizo y un poco histérico. El personaje principal (aun más protagónica que Riley) es Alegría, una muchacha siempre optimista y que se mueve casi bailando. Tiene el pelo pintado de azul y un vestido verde clarito, pero su tono predominante es el color de piel clara, con mucho componente de amarillo anaranjado. Y Tristeza es una gordita petisa toda azul (blue), con tendencia a ser depresiva, y siempre abrigada como se hiciera frío (en contraste con el vestido veraniego de Alegría). Pese a sus personalidades contrastantes, esas emociones conviven en forma relativamente armoniosa y se alternan en el manejo de la consola principal. No necesariamente van todas a conducir a que Riley se comporte de la forma más sabia, pero todas quieren su bien y tienen su opinión sobre qué será mejor para ella. En la sala de control circulan también unas esferas con los principales recuerdos de Riley, cada uno de los cuales está teñido por el color correspondiente a la emoción principal que lo afecta.
La narrativa alterna constantemente entre lo exterior (la vida de Riley) y el interior (las operaciones de sus emociones). Sería algo así como El diario de Bridget Jones, en la que uno escuchaba en voz over y en tiempo presente los pensamientos de la protagonista. Pero aquí ese pensamiento está analizado, descompuesto como la luz que pasa a través de un prisma (y las emociones, como se vio, tienen cada una un color dominante, aunque no se ordenan en un “espectro”).
La historia gana un tinte épico cuando, en una discusión sobre la posibilidad de entristecer algunos recuerdos básicos, Alegría y Tristeza (con las preciosas esferas) se ven tiradas al espacio exterior de la sala de control. Se ven perdidas entonces en la mente de Riley, que es un mundo gigantesco, con montañas, abismos, múltiples paisajes y sectores, en el que algunas de las escenografías tienen una textura inspirada en imágenes microscópicas del sistema nervioso. Mientras tanto, todo el control está en manos de Rabia, Desagrado y Miedo (es el momento más conflictuado para Riley). Las aventuras de Alegría y Tristeza en su intento de regresar incluyen encuentros con algunos recuerdos (entre ellos, Bing Bong, el amigo imaginario, hace mucho olvidado, de Riley), todo un sistema en el que algunos funcionarios de diseño visual muy esquemático realizan ciertas operaciones básicas (como dese-char recuerdos inútiles, o manejar y reparar el “tren de pensamientos” -que se parece a uno de esos trencitos que recorren los grandes parques de entretenimientos, pero cuyos rieles se materializan un poco adelante del tren y se desvanecen luego de que pasa-). Está también el departamento de sueños, que es como una productora cinematográfica con afiches de algunos de sus grandes éxitos (Estoy cayendo en un pozo sin fondo o ¡Puedo volar!). Y están también las “islas” vinculadas a los principales refugios y centros de interés de Riley: cada una de ellas es como una miniciudad flotante decorada como si fuera un “barrio” de un parque temático, poblado de emblemas. Tenemos entonces la isla de la familia, la del hockey, de las amistades, de la honestidad y de la pavada. Pero esas islas, como veremos, se irán cambiando, destruyéndose unas y dando lugar a otras, según la evolución de Riley.
La formalidad emotiva
Las emociones tienen una textura visual especial: aparte de ser tenuemente luminiscentes, sus contornos son imprecisos y volátiles, como si sus “cuerpos” fueran nomás agregados de partículas no del todo estables (hubo un equipo de técnicos de Pixar trabajando ocho meses para desarrollar esa textura). Pero el no-naturalismo se extiende a otros planos: además de las escenografías fantasiosas de los recovecos de la mente, ocurren cosas insólitas, como ser que Tristeza, deprimida porque siente que sólo le hace daño a Riley, de pronto se sube a una nube lluviosa y se pone a volar, para huir. En una escena, deciden tomar un atajo a través del sector de Pensamiento Abstracto, y estando ahí Alegría, Tristeza y Ding Dong se ven progresivamente reducidos a seres poliédricos, luego bidimensionales y, finalmente, a símbolos no-figurativos (aunque siguen siendo un poquito icónicos, porque Alegría se reduce a una estrella amarilla, y Tristeza a una gota -¿lágrima?- azul). En una escena, Desagrado necesita abrir un rombo en un vidrio resistente y el recurso que se le ocurre es provocar a Rabia, hasta el punto en que éste empieza a escupir su llamarada, y entonces, agarrando a Rabia y manejándolo como si fuera un soplete, logra su cometido: las alegorías ganan una dimensión literal en el mundo de la mente.
A veces la interacción entre las emociones es tan intensa que las líneas de diálogo quedan al borde de pisarse, como si fuera una comedia de Howard Hawks. Eso, más la vertiginosa exposición de las premisas del mundo de la mente, más la cantidad de eventos, más la alternancia entre adentro y afuera, pautan una película bastante compleja (cosa que asustó bastante a los productores ejecutivos durante todo el proceso: qué suerte que aun así aceptaron el riesguito de invertir 175 millones de dólares en una obra de resultado económico incierto). Pero por si fuera poco, en algunas escenas entramos fugazmente al mundo de las mentes de otros personajes, cada uno de los cuales posee su propia versión de las mismas cinco emociones. Así tenemos una cena familiar en que los tres personajes básicos del mundo exterior (Riley, papá y mamá) se desdoblan en 15 más (de sus mentes), y hurgamos en los mecanismos y toma de decisiones, incluso las impresiones que la actitud del padre despiertan en su esposa.
El giro que la anécdota “interna” va tomando es inesperado y muy importante. Durante la mayor parte del metraje, Tristeza, sin llegar a ser maltratada, es mantenida a raya por todos, una manera sutil y tierna de tenerla como una paria, de la que los recuerdos deben ser resguardados y a quien apenas le conceden una que otra vez acercarse a la consola. Y ella misma (Tristeza) es aun más triste por eso, porque introyecta la noción de que todo lo suyo es perjudicial para Riley. La saga de las emociones va a ser como un psicoanálisis espontáneo, que va a llevar a una aceptación e incorporación de la necesidad de dejar aflorar la tristeza. Es un enfoque especialmente relevante en una época en que la tristeza y la angustia tienden a ser estigmatizadas, patologizadas, sistemáticamente excluidas o tapadas (en la canción popular, en el cine mainstream, en la hiperprotección de los niños con respecto a “sentimientos perturbadores”, en la promoción ligera y económicamente interesada de antidepresivos, en la tendencia a rellenar el espacio sonoro con música animada en los lugares públicos).
La película hace lo que pregona, además: hay mucho humor y propicia risa además por el mero efecto de su creatividad inteligente, pero tiene un par de momentos sumamente sensibles que van a despertar alguna que otra lagrimita en espectadores de diversas edades.
Con toda la calidad habitual de los productos Pixar, Intensa-mente es un salto arriba en complejidad y en fantasía, y no sabría indicar ningún motivo por el que esta película sea menos cosa que los igualmente maravillosos dibujos animados de Hayao Miyazaki o, en definitiva, cualquiera de las mejores películas no-animadas o para adultos que se están produciendo en la actualidad. Peter Docter, cuya obra como director consiste en Monsters, Inc., Up y ésta (quizá las tres películas más poéticas de Pixar), bien merece ser indicado entre los directores más sólidos y con más vuelo de la actualidad.
Como de costumbre, la película está precedida de un corto de Pixar, Lava, una historia de amor entre un volcán-isla y una “volcana” submarina (ambos antropomorfizados con ojos y boca), subnarrada por una voz cantada acompañada de un ukulele. Aparte de los paisajes pacíficos deslumbrantes generados en computadora, el corto se destaca por las rimas de la canción, que son al mismo tiempo ingeniosas y cómicamente torpes (above con lava, below con volcano -cantado con el acento en la sílaba final-), y culminando con el juego de palabras “I lava you”. Me contó un amigo que la versión doblada en castellano es espantosa. Un motivo más para que todos los espectadores alfabetizados intenten asistir a una función en inglés (y no hay problema si es en 2D, porque el 3D acá no aporta nada).