Las mejores parodias son aquellas en las que uno se da cuenta de que los realizadores tienen tanto o más talento que aquellos a quienes están parodiando. Esta comedia gira alrededor de estereotipos del cine de espionaje en la línea 007, y tiene escenas de acción por lo menos igual de buenas. Es más, el director Paul Feig dijo por ahí que le hubiera encantado dirigir una película de 007, y sabiendo que tal cosa no ocurriría jamás, decidió hacer esta comedia con su actriz habitual, Melissa McCarthy. Es obvio que, en la etapa actual, los detentadores de la franquicia 007 no están interesados en la acción electrizante, sino en darles a sus productos una gravedad seudo-filosófico-psicoanalítica a lo Christopher Nolan. El contraste hace aun más meritorias las varias escenas de acción que vemos aquí, que son incluso más francamente truculentas (claro, la cantidad de fucking que uno espera de una película con Melissa McCarthy ya inhabilitan, en los Estados Unidos, la película para adolescentes no acompañados de un responsable, y ya que eso entonces deja de ser un factor a resguardar, se libera el campo para la violencia gráfica, para algunos breves desnudos masculinos frontales y referencias sexuales).
Es más, como buen fan de películas con Jackie Chan, Feig tuvo sumo cuidado con las coreografías marciales, que tienen elementos de silat (el arte marcial de moda -de origen indonesio-), siendo especialmente notable la pelea en la cocina (aunque no vi referencias al respecto, dos mujeres peleándose en una cocina, una con un cuchillo y otra con una sartén, tiene que ser un homenaje también a Kill Bill, que tenía coreografía marcial de Yuen Woo-ping, el mentor de Jackie Chan).
Las escenas de acción están conducidas “en serio”, es decir, son aptas para funcionar como escenas de acción. Por supuesto que si involucran a Melissa McCarthy eso ya implica un elemento cómico, por la asociación con sus roles habituales y por su físico, que contrasta tanto con el estándar de la mujer fatal a lo Mata Hari o de la heroína marcial. Y no es sólo el hecho de que sea gorda y que en las persecuciones corra con ese paso cortito, torpe y lento: hay constantemente también un asunto de clase, de alguien que claramente no está acostumbrado a comer en restoranes caros y a viajar al extranjero. Su personaje Susan Cooper tuvo un entrenamiento notable para agente de la CIA, aunque finalmente le terminaron asignando -quizá, entre otras cosas, debido a su físico- un trabajo de oficina, donde le toca ser la ayudante a distancia de Bradley Fine (Jude Law), él sí un espía totalmente jamesbondiano, perfecto salvo en el momento maravilloso -que ya aparecía en la sinopsis- en que estornuda y aprieta el gatillo sin querer, matando así al detentador de un secreto esencial (el paradero de una bomba atómica a ser vendida a un grupo terrorista internacional). La perspectiva de vivir la vida aventurera de Fine o sus correlativas femeninas (todas unas mujeres espectaculares) es para Cooper una fantasía tan lejana que ni se convierte propiamente en un deseo activo. Pero una circunstancia particular de gran peligro la pone de pronto en la situación de ser la persona más calificada para hacer trabajo de campo como espía.
Otra cosa buena es que Susan no es cómica por hacer el tipo de torpezas a lo Austin Powers o Maxwell Smart. La cosa se reduce a su inadecuación física y social, que lleva a que el tipo de soluciones que ella encuentra carezcan de glamour, o su concreción esté teñida de detalles periféricos grotescos (la primera vez que mata a un enemigo, luego mira el cadáver, se impresiona y le vomita encima). Pero el hecho es que, ridículas o no, esas soluciones que improvisa son buenas soluciones, y de pronto el superentrenamiento de espía, que ella había tenido diez años antes al entrar en la agencia, se va dejando percibir (el espía torpe de la historia es quizá el mejor personaje, el que está interpretado por Jason Statham, que mete la pata en todo lo que hace, pero que se pasa hablando con la voz ronca y un convincente tono duro sobre lo curtido que es: “He tenido que tragarme tantos microchips que bien podría cagar una computadora entera”).
En todo ello, por supuesto, tenemos entonces la realización virtual de tantas mujeres que, como Susan, se saben (o se sienten) condenadas a una existencia mucho menos satisfactoria que la de las heroínas de televisión o cine. Es una versión del efecto Clark Kent (el tipo débil, por el que nadie da nada, y de pronto resulta que tiene superpoderes escondidos debajo de su traje cotidiano y sus lentes). Susan tiene que convencer a sus jefes y colegas de que puede hacer su trabajo, y de a poco va ganando terreno. Pero todo el tiempo tiene que enfrentarse a escollos que le recuerdan su condición poco atractiva y poco prestigiosa: todas las identidades falsas que se le asignan son deprimentes (una solterona que mantiene a diez gatos). Las cosas irán mejorando de a poco, y mientras tanto veremos que todas las mujeres bellísimas de la historia son unas villanas engreídas que terminarán mal.
La película tiene la estructura global de una de James Bond: escena de acción inicial, que sólo periféricamente se vincula con la trama principal, seguida de créditos de presentación con fantasía visual kitsch y música soul armonizada con muchos acordes menores con novena, secuencia en la sede de espionaje (aquí una versión muy fantasiosa de la CIA) y asignación de la nueva misión (incluida la entrega a la espía de los armamentos secretos disfrazados de objetos cotidianos), secuencias ubicadas en distintas localidades glamorosas (París, Roma, Budapest, un lujoso avión privado), y finalmente el showdown seguido de un breve epílogo. El epílogo de toda película de 007 (antes de la fase Daniel Craig, que se sumó a la tendencia puritana del cine dominante actual) lo mostraba, después de la acción, pasándola bárbaro con una o más de las muchachas sensacionales con las que se había cruzado en sus aventuras. Acá el epílogo es doble, y es curioso. Porque Susan, en vez de terminar con algún varón apuesto y atractivo, y aunque al parecer ahora tiene tal posibilidad, va a preferir salir con su amigota, que tampoco es bella, y con quien solía salir antes de convertirse en heroína. Pero solían, justamente, pasarse hablando de todas las cosas que les gustaría ser y hacer, y de cómo envidiaban la posición de esas mujeres bellas. Está bien la ética de no dejar tirada a la amiga ahora que Susan subió un escalón en la admiración general, y está bien afirmar el prestigio de alguien sin necesariamente medirlo por la cantidad y calidad de personas del sexo opuesto que logra conquistar, pero, por otro lado, parece quedar excluida la posibilidad de que una gorda llegue a tener una vida sexual satisfactoria, siendo que, al parecer, tampoco parece tener gracia alguna para ella el italiano libidinoso que pertenece a su equipo auxiliar y que, ése sí, no la hubiera rechazado (ni a ella ni a cualquier otro ser con tetas). Quizá, para contrarrestar parcialmente ese efecto de vida sexual nula, hay un epílogo adicional al inicio de los créditos y que sí es sexual, y que se prolonga, para los espectadores pacientes, en una escena adicional luego de que terminan los créditos, y que bien podría ser un blooper de la filmación.