El tema es tal vez el más actual, urgente y, también, “de moda” del momento: cómo la tecnología altera la percepción del ser contemporáneo y las relaciones humanas (con su entorno, otros seres, etcétera). Sobre esto ya existen bibliotecas, claro, pero siempre es bienvenido un análisis no meramente ensayístico o directamente explicativo, así que la oportunidad de la colectiva Tecnología social en el Subte es potencialmente apetitosa.

Mezcla calibrada de medios -videos, esculturas, fotos, manipulación informática-, la exposición nace de una selección de obras llegadas a partir de una convocatoria abierta, cuyo tema era “Tecnología y sociedad” (los otros dos ejes fueron “Arte y política” y “Convivencias”). Dos de las obras ya se vieron en el Premio Nacional del año pasado: piezas sólidas, que comenté en su momento, Países sin tiempo para la memoria, de Jorge Soto, y Engrama, de Vladimir Muvich (aunque en este caso se trate de la segunda entrega: el proyecto sigue muy estimulante), donde se usa, lisa y llanamente, el recurso tecnológico para de/mostrar una tesis. También otra, Traje costoso para una familia tipo, de Leonora Checo, ya había sido exhibida (en el EAC, en 2010): vestidos para un núcleo familiar clásico, hechos con la basura salida de la cárcel de mujeres, conocida como Cabildo (residuos de envoltorios de las provisiones que los familiares llevan a las presas, tirados por las autoridades, luego de una revisión rutinaria). Otro tipo de circulación, poco virtual, pero alienante al fin, con el sello del “reciclaje” (y, por ende, de una regeneración que precisa tecnología).

Entre las otras, una parte espacial consistente la ocupan los videos. Se ennegreció una parte de la sala con tabiques y falta de luz, y ahí se disparan en las paredes, enormes, trabajos recientes de Alberto Lastreto, María Inés Arrillaga y Liliana Farber. El primero con su Dispositivo Catástrofe Acontecimiento produce, con su inconfundible estilo de animación conscientemente “cándida” (pero esta vez extendido a un formato inusual y vivificante, una especie de superhorizontalismo), un abordaje a los conceptos de su título así como han sido tratados por pensadores como Badiou, Foucault y Žižek -según explica- que se resuelve en un juego sobre las célebres olas de Katsushika Hokusai y frías pantallas de datos en formato “viejo PC”. A su lado se puede ver Los deshabitados, de María Inés Arrillaga, suerte de “diario” confuso de imágenes con evidentes y repentinos cambios de coordinadas geográficas y búsqueda de excelencia formal.

No sé si este “rizoma audiovisual” logre llevarnos “por una nueva experiencia visual” -así se explica en el folleto-: sin duda está filmado y editado con pericia y buen manejo técnico, pero se parece más a un redondo videoclip musical que a algo que emancipe los sentidos. La idea misma de confeccionar un video “bien hecho” se derroca con el que se proyecta frente a él: Where X and Y, de Liliana Farber, que usa lo tecnológico (en este caso un software que extrae pixeles de diferentes trailers cinematográficos, se supone, por el tipo de sonido, hollywoodianos) para edificar dos minutos y medio de ilegibilidad hipnótica, a base de productos comerciales que prosperan gracias a su total legibilidad. Opera en sentido parecido Fabián Barros con su KillAllTheMemes: también ahí un software escanea la web buscando los fumosos memes (la “unidad mínima de información cultural transmisible de un individuo a otro”), en la práctica, imágenes, y devolviéndolas alteradas, “corruptas”. Al relativamente tibio resultado se le acopia la instalación de viejos monitores y torres, suerte de fácil monumento a la obsolescencia insita en nuestra “época informática”.

Bastante lacónico también el discurso generado por el Colectivo Mihaly Meszaros (el actor que “interpretaba” al alienígena Alf) -conformado por Miguel Ignacio Robaina, Pablo Gabriel Berocay y Marcos Ignacio Jiménez- que en Privacidad Impuesta monta una estación de video-vigilancia que sigue el visitador cubriéndole automáticamente la cara con un cuadradito negro, queriendo exhibir, sencillamente, la complejidad de una sociedad marcada tanto por la liviandad con la que se expone a un control constante como por el reclamo (vano) a su derecho a la privacidad. También dentro del registro digital del espacio urbano se inserta el tríptico Recorridos Compuestos de Guillermo Sierra, imágenes nacidas de la superposición de fotos del recorrido diario del artista por la ciudad: un google Street con toque existencialista, al que no le falta una composición del cuadro intrigante.

Directamente de las redes sociales se ocupan las “historietas”, en clave irónica, pero afable, del librito y del martirizante video en loop, Vida portátil, de Francisco Cunha, mientras “falla” el robot +M, de Valentina Mondada y Pablo Benítez Tiscornia: hija o nieta demasiado “casera” del Maschinenmensch, de Metropolis, o del autómata que Chris Cunningham construyó para el video de Björk All is Full of Love, además de trancarse de verdad (uno de los botones no funcionaba cuando lo probé) representa topoi artísticos ya al borde del cliché. La mecanización del hombre, la desproporción entre la sofisticación del aparato y su real función, además de una general desconfianza combinada con fascinación hacia cualquier maquinaria, no impresionan encarnados en esta muñeca semimecánica con “monóculo”.

Tecnología social procura algo de decepción que tal vez reside en la distancia (inabarcable) entre la cantidad de asuntos e interrogaciones que pone en marcha la concisa explicación de la muestra y las 11 piezas que la componen. Así en algunas de las obras se manifiesta sólo débilmente eso de “la fragmentación de la imagen, la instantaneidad de la misma, el uso de la tecnología por parte de la ciencia, nuestra percepción del espacio y el tiempo actual […], el significado de lo que es el Poder y el control hoy”, y tal vez no podría ser de otra manera: si los “trabajos reflexionan sobre, o junto a, la tecnología”, el impasse está quizá en esta condición “autorreflexiva”, que en ciertos casos flirtea demasiado con lo que debería poner en jaque y, en otros, lo ensalza plácidamente.