La idea general sobre el “arte de ideas” -conceptual, posconceptual, analítico, como les guste más- es la de algo frío, cerebral, distante, incluso antipático. Milagrosamente, la mayoría de las obras de Sophie Calle, tal vez la artista más famosa de Francia en la actualidad, logra mantener esta disposición -que históricamente rechaza el exceso de pathos que tuvo, y en muchos casos todavía tiene el arte hegemónico-, pero moldeando la materia prima con el calor, la cercanía, la empatía hacia los demás: investigación de sentimientos que no se vuelven nunca sentimentalismo, enriquecida por una urgente reflexión sobre los límites de los ámbitos privado y público, amateur y profesional, simbólico y real. Así desde las tempranas salidas de su oficio “oficial”, que es la fotografía: ya en 1979, con su primera “obra”, Sombras de París, Calle seguía a personas desconocidas en la calle, las fotografiaba (sin consentimiento), luego pegaba las fotos en un diario donde anotaba recorridos, tiempos, impresiones, etcétera, tratando de armar un archivo de lo irrelevante (la artista ha declarado que no seguía a los individuos que más les llamaban la atención, sino que al elegir dejaba jugar totalmente al azar). Dada le época, es una pieza “performática” que por estas latitudes toma rasgos siniestros, ya que la práctica de seguir y registrar “sospechosos” era algo horriblemente común en la dictadura; no obstante, para Calle el significado de su acción se depositaba justamente en la total arbitrariedad de la operación, en algo sistemático como un archivo que no tenía fin aparente y que, sin embargo, proponía una mirada inédita -entre curiosidad y obsesión- hacia el “prójimo” (repitió la operación un año más tarde, con una sola persona, en su Suite veneciana).

A principios de los 80, Calle ya había fijado dos de sus más grandes preocupaciones y descubierto, por ende, sus modos de operar: las relaciones entre sujetos (en todas sus variantes, desde uno mismo a los desconocidos, pasando por amantes y amigos) y los relatos de los otros que “constituyen” el sujeto. Atrás, las coincidentes imposibilidad y necesidad de definir, vale decir “terminar”, lingüísticamente el mundo, incluyendo, por supuesto, el yo como “otredad” y también los objetos. En Los durmientes, de 1979, por ejemplo, durante una semana Calle dejó que desconocidos durmieran en su cama mientras ella los fotografiaba, y en Fantasmas, de 1991, pidió a los guardias de sala del MoMA de Nueva York que reconstruyeran mediante descripciones escritas y dibujos los cuadros que estaban en préstamo y que habían dejado “huecos” en las paredes.

Como botones o palenques de una maquinaria inestable, perennemente en búsqueda de un equilibrio, a menudo las acciones de Calle hacen saltar resortes sociales sumamente problemáticos, como el derecho a la privacidad o el estado policíaco de nuestros sistemas “democráticos”. Algunos ejemplos: en 1983, cuando encontró de casualidad una libreta de números telefónicos, publicó en el diario francés Libération las descripciones que la gente que poblaba esa libreta le proporcionaron acerca de su dueño: además del caleidoscópico retrato que logró armar, desató una batalla legal, ya que el anónimo sujeto, que se reveló que era el cineasta y crítico Pierre Baudry, se enteró y amenazó con una batalla legal sobre la cuestión de la privacidad si volvía a publicar el trabajo mientras él estuviera vivo. Calle aceptó, pero, consecuente, publicó los resultados de su investigación, bajo el nombre de Directorio, en 2009, una vez fallecido Baudry. De 1981 es una acción (que repetiría en 2001 con el título Veinte años después) en la que su madre, a pedido de la artista, contrató a un detective para seguir a Calle a escondidas y hacer informes diarios sobre sus actividades, brindando así las “pruebas fotográficas de su existencia”.

Celebrada en todo el mundo, Calle recién llegó al Río de la Plata, presentando una suerte de reboot o relanzamiento de una de sus piezas más notorias y contundentes, Cuídese mucho, de 2007: luego de recibir un mail de su novio de entonces, en el que el hombre rompía la relación (cerrando la carta con las palabras del título), la artista decidió convocar a 107 mujeres de distintas disciplinas (de la filología a la abogacía, pasando por las más disparatadas) para que dieran una interpretación de las palabras masculinas que ponían fin al romance, caso extremo de empleo performático del lenguaje, como diría John L Austin. Ya en aquel momento los resultados fueron sorprendentes: en este carrusel semiótico -se usan manuscritos, fotos, videos-, el personaje de la pareja de Calle fue literalmente desensamblado de todas las maneras posibles, desde lecturas psicológicas despiadadas a delirantes clarividencias, pasando por un abanico interpretativo pasmoso, con verdaderas “piruetas”, como la de una tiradora profesional que dispara a la carta agujereando sólo la palabra “amor” y la de una lora de nombre Brenda que destroza con su pico una miniatura de la epístola. Una gran cantidad de exégesis profesionales que ejemplifican tonos y visiones del mundo bien diferentes, desde lo más burocrático a lo más divertido (que a veces coinciden: por ejemplo, la de la jefa de la Policía parisina) y que resultan ser, entre otras cosas, uno de los ejercicios de variación sobre el mismo tema más logrados de las últimas décadas.

Intimidad enorme

La nueva muestra fue armada en el semiflamante (una parte funcionaba desde 2010, pero recién se abrió en su totalidad) Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires: ex sede del Correo Central, es un monstruo de casi 100.000 metros cuadrados que, según dicen, es el más grande de América Latina en el rubro. No extraña: todo es faraónico, despampanante, desarrollado sobre la buena convivencia de la estructura original -construida entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, en solemne estilo neoclásico francés- e inserciones “modernas” que permiten exposiciones, toques, espectáculos, etcétera. Lo más lejos que se pueda pensar del cubo blanco y del tono aséptico de las salas de exhibición contemporáneas, los espacios interiores del Centro Cultural Kirchner reverberan el ocre de sus paredes, renegreados por una iluminación voluntariamente endeble, asumiendo así el aire de una especie de catedral de la oficina: Calle supo utilizar esta atmósfera perfectamente. La nueva sección de Cuídese mucho consta de unos 30 videos en los que otras mujeres -predominantemente actrices y músicas- dan una nueva interpretación de la famosa carta, leyéndola y desviando de ella mediante, por lo menos aparentemente, la improvisación. En lugar de colgar los monitores, Calle los “apoyó” sobre escritorios antiguos (que imaginamos que pertenecían al viejo Correo Central), de forma tal que a cada espectador le toca sentarse frente al video, como si estuviera trabajando, en una especie de diálogo imposible: el efecto, tan buscado por Calle, de desnudamiento de lo íntimo explota con todo fragor. Mientras desde los videos distintas personalidades de diferentes países (incluidas celebridades como Jeanne Moreau, Victoria Abril y Laurie Anderson) apostillan el texto, cada uno de los sentados (y de los transeúntes que vichan las pantallas de atrás, parados) vuelven puro espectáculo algo que es, probablemente, lo más privado que exista en la comunicación escrita: una carta sentimental. Se desdibuja todo: las palabras del ex amante se dirigen al público, deformadas según sensibilidades y registros sumamente diferentes entre sí (están el tono trágico, el cómico, el rap, el chiste, el fado, el bunraku japonés, entre otros), y todo se procesa en un ambiente extremadamente caótico y oficinesco, lo que genera un escenario absolutamente extraordinario. El día de mi visita, la gigantesca sala estaba invadida por cientos de personas que producían piques dignos del mejor teatro del absurdo, como una cola larguísima de turistas que iba atrás de un guía con micrófono que gritaba las desventuras amorosas de la artista, o una madre que amamantaba a su bebé frente a la videointerpretación en forma de teatro de títeres de la misiva amorosa. Comentario ácido a la cada vez más cínica sociedad del espectáculo: claramente. Grandiosa ejemplificación del sinfín de glosas y covers que puede generar el mismo material de partida, que además es algo banal y experimentado por todos, como subraya Calle en las entrevistas: por cierto. Sagaz cancelación de la avasallante y patriarcal voz masculina mediante la multiplicación de la palabra femenina sobre ella: sin duda (aunque en esta nueva declinación porteña, por primera vez -y, creo, no tan felizmente- Calle abrió la interpretación de la carta también a un puñado de artistas hombres). Empero, Cuídese mucho es sobre todo la puesta en escena redonda de algo parcialmente digerido a nivel teórico, la disolución del sujeto contemporáneo y, simultáneamente, la demostración del poder macizo de la elaboración del relato que llamamos realidad: Cuídese mucho rememora brillantemente cómo y en qué medida somos, más que nada, el lenguaje que habitamos.