El japonés Akira Kurosawa debutó en los tiempos del cine mudo con La leyenda del gran Judo (1943). Siete años después, estrenó su obra maestra Rashomon, que no sólo lo consagró como un cineasta de culto, sino que también abrió las puertas de Occidente al cine japonés (al año siguiente Rashomon recibía el Oscar a la mejor película extranjera). Así, mientras esta deslumbrante reflexión sobre los misterios de la verdad era casi ignorada en su país, era premiada con el León de Oro en el Festival de Venecia y recibía el elogio unánime de la crítica internacional.

En la década del 50, el veinteañero León Briotti -músico de orquesta, director y compositor- conoció esta película de Kurosawa. Briotti cuenta que fue el primer largometraje japonés que llegó a Uruguay después de la Segunda Guerra Mundial, de modo que también estaba presente esa “curiosidad de ver qué era el cine japonés”. Recuerda que Rashomon lo impactó muchísimo, y unos años más tarde pudo ver otra película de Kurosawa, Vivir (1952), en la que un funcionario, al que le quedan pocos meses de vida, decide construir una plaza de juegos para niños. Lucha contra la burocracia y finalmente lo consigue, poco antes de morir. Briotti explica que él se formó en este contexto, marcado por una fuerte relación con el cine: “Era lo principal y, en general, no nos perdíamos ningún estreno”.

Desde esa década, el compositor uruguayo rumiaba un deseo cuya concreción esperó por casi 60 años: llevar Rashomon a escena.

Primer plano

Llueve rabiosamente sobre el antiguo templo de Rashomon. En el santuario, un leñador, un sacerdote y un viajero intentan comprender lo que acaba de suceder: el asesinato de un samurái que viajaba por el bosque y la violación de su mujer. En esta historia oscura hay cuatro implicados que declaran frente a la cámara, y cada uno cuenta su versión desde diferentes perspectivas. Todos se contradicen y se declaran culpables, pero ¿qué fue lo que sucedió en el monte?, ¿cuál de ellos miente?, ¿alguno dice la verdad? Una de las cuestiones que más llamaron la atención era cómo estaba contada la historia, ya que se desarrollaba por medio de varios flashbacks que variaban de acuerdo a los emisores. Como años después diría Kurosawa en su autobiografía, “fue como echar agua en los durmientes oídos de la industria de cine japonesa”, a partir de esta propuesta revolucionaria en su forma y en su contenido.

La dramaturga, directora y actriz Sandra Massera conoció a Briotti cuando utilizó una de sus piezas musicales para ambientar una obra de teatro (Minotauro). A partir de ese encuentro, Briotti comenzó a ver sus espectáculos y conoció a Massera desde distintos roles, como dramaturga, directora y actriz. En 2010 el compositor le planteó este proyecto pospuesto durante décadas, y así Sandra comenzó a escribir el libreto a partir de los mismos cuentos -de Ryunosuke Akutagawa- que Kurosawa utilizó para su guion cinematográfico, “En el bosque” y “Rashomon”, y asumió la dirección escénica de la ópera (con escenografía de Carlos Rehermann).

Ahora reconoce que tal vez no fue muy consciente de la propuesta, principalmente porque nunca había escrito para ópera. En un primer momento escribió una versión muy larga, “porque no era consciente de que la voz cantada lleva más tiempo”. “Después concretamos la tercera versión, más concisa, sin que por eso pierda la esencia de los relatos de Akutagawa, en la que, al no incluir diálogos, ni siquiera hay una relación entre personajes”, agrega. Cada uno de los involucrados llega y relata su versión ante los jueces, pero “ni siquiera el autor ofrece un contexto que facilite una explicación”. De este modo, Massera comenzó a imaginar qué podrían decirse los personajes en el caso de que hablaran entre ellos, y cómo se sentirían y qué expresarían si se encontraran antes o después de su declaración. Así escribió el texto y sus diálogos, y pensó cómo interactuaban los demás mientras uno declaraba, ya que todos los personajes permanecen en escena en el transcurso del espectáculo. “Mientras uno cuenta su versión, ¿qué hacen los demás? Porque ahí ingresa otro plano de realidad, como es el recuerdo. Por eso, los que aparentemente permanecen en el juzgado deben estar pendientes de algo, porque se supone que no están viendo esos flashbacks: una cosa es la declaración ante el juez, en un ámbito donde están todos, y otra muy distinta es cuando algunos declarantes evocan lo que sucedió y, por lo tanto, se debe escenificar desde el punto de vista de cada uno. Un relato que nunca coincide”.

“Algo que me planteó León y que me pareció interesante fue complejizar la puesta en escena, ya que los personajes declaran mientras recuerdan lo que vivieron. Pero ¿cómo hacer que mientras se canta imaginariamente hacia el público se recree esa evocación? Porque, de un segundo a otro, viven un duelo y después se lo cuentan a los jueces, yendo y viniendo en la historia. Me costó muchísimo, y creo que fue uno de los trabajos más difíciles”, reconoce Massera.

Briotti considera que uno de los hechos destacables es que el muerto sea convocado por una médium y declare por intermedio de ella. Pero como estas escenas no se pueden volver inactivas, la médium en este caso es una contralto y el muerto es un tenor. Así, hay momentos que se superponen y la obra se convierten en un “monólogo a dúo”.

La síntesis del tábano

El compositor define Rashomon como la “síntesis de la orquesta sinfónica”, concentrada en 12 instrumentistas y un solo acto (la duración del espectáculo es de aproximadamente una hora y media). En la historia musical uruguaya existen muy pocas óperas compuestas por autores nacionales. Briotti estima que “desde fines del siglo XIX hasta el día de hoy se han estrenado unas diez óperas; Rashomon sería la cuarta o la quinta estrenada por el SODRE en sus 80 años”. Frente a esa particularidad, arriesga la hipótesis de que tal vez los compositores nacionales no componen óperas por lo complejo que se vuelve su estreno; “aquí nosotros fuimos tábanos”, admite. “Ariel [Cazes] fue un buen ariete para llevarlo adelante. Al principio, le costó mucho convencer, pero finalmente lo hizo y aquí estamos, en la antesala del estreno”, afirma.

Para Massera, el mayor desafío de la dirección escénica fue la particularidad de que los cantantes se encuentran pendientes de dos canales: se concentran en la señal del maestro musical -en este caso, Fernando Condon- y en su dirección. “Esto es lo que más me ha complicado, y no tanto el trabajo con los cantantes, que pensé que iba a ser complejo”, dice.

Esta nueva concepción de Rashomon, inspirada en los cuentos de Akutagawa, no intenta reproducir un Oriente desconocido. Por eso mismo, Briotti nunca pensó la composición al estilo japonés, sino que fue su estilo, su voz “y lo que se viene dando como consecuencia de mi propia evolución”, sugiere.

Al intentar definir esta puesta en escena, el director de orquesta la caracteriza como una ópera contemporánea: “Actualmente hay muchísimas óperas contemporáneas que plantean visiones muy distintas sobre la ópera clásica y de repertorio, o simplemente de lo que se conoce como ópera”. La directora se inclina por definirla como un relato de suspenso, “un cuento trágico que trasciende la tristeza. El suspenso radica en que todos se culpan de la muerte, lo que no permite resolver el caso”.

“Comienza, se desarrolla y finaliza con suspenso”, arremete Briotti. “Ella piensa que su marido la está despreciando, cuando en verdad está amordazado y con los ojos le quiere decir ‘cuidate, andate, salvate’. Ella se siente tan despreciada que le pide al bandido que mate a su marido, porque no pueden estar vivos los dos hombres que la han poseído -esto corresponde a esa época-. Ahí radica la diferencia entre lo que se puede interpretar en la mirada del hombre. Mientras ella cree que la acusa y la desprecia, él hace todo lo contrario”, explica.

Massera agrega que en el cuento original de Akutagawa el bandido le pone al hombre hojas secas en la boca para que no pueda hablar, mientras que en la película de Kurosawa él está impávido, sin nada en la boca, y eso lo vuelve más sobrio y sutil. “Está tan bien la actuación que su mirada se puede interpretar de maneras muy distintas. En la adaptación su boca está vacía, porque cuanto más económicos son los recursos, más fuerte y más limpia se vuelve la escena”, dice Massera, y Briotti agrega: “Incluso en la violación sólo se ve el cielo a través de los árboles. Es absolutamente una síntesis”.

Esta estética de la síntesis es un punto en el que ambos se detienen. Coinciden en que, con el paso de los años, prefieren “limpiar” y “esencializar” sus obras. “Hoy en día, mi música es más abierta, aunque si están esperando oír melodías bonitas o armonías emocionantes, éste no es el caso. La propuesta es muy angulosa y de bloques fuertes”, dice Briotti. “Por algunos momentos es dulce, por otros es una percusión abrupta. Todo depende del momento. Para mí es tan emocionante... El otro día escuchaba el dúo de la médium con el muerto, y realmente es emocionante. Tiene momentos increíbles”, agrega Massera.

Vivir

Si todos los declarantes mintieran habría esperanzas de resolver el caso, pero si todos creen decir la verdad y se desesperan por ser declarados culpables, ¿cómo se resuelve? ¿Quién miente? Esto problematiza el lugar de la verdad, de la interpretación y de la subjetividad. Y para Briotti este concepto se vuelve atemporal, mientras que para Massera justifica que Kurosawa sea considerado un Shakespeare de Oriente, ya que plantea sentimientos universales como la pasión, la ira, los celos, la desesperación, la envidia, la vanidad y el arrepentimiento. En palabras del compositor, la obra termina de un modo impactante, “con el silencio repitiéndose de tal manera que se va diluyendo y sólo queda la nada”.

Al entrar a la cafetería del Auditorio del SODRE, Briotti garabateaba unas partituras. Después nos enteramos de que era la sexta escena de su próxima ópera. Parece que la dupla pisó con fuerza y ahora está trabajando en otra obra. “A mí me gustó mucho el trabajo de Sandra y le propuse otro proyecto, sobre la vida de Ana Frank -no sobre su diario-, que incluso va más allá de su muerte”, dice Briotti, que espera ansioso el estreno de Rashomon.

¿Se puede conocer la verdad de los hechos por medio de un relato? ¿El hombre es incapaz de decir la verdad? La versión uruguaya de esta particular historia no abandonará nunca su condición provocativa, que interpela al espectador inquieto por encontrar respuestas, por inventar sentidos para su existencia.