Hay varias formas de combatir este porfiado frío invernal, que este año demoró en llegar pero llegó con ganas. Las soluciones pueden pasar por reforzar la vestimenta, elevar la calefacción, conseguirse compañía cariñosa o, algo un poco menos tradicional, ver el documental Merchants of Doubt (mercaderes de la duda), de Robert Kenner, que seguro le va a elevar al menos un par de grados la temperatura corporal a cualquier espectador con sangre en las venas.

Merchants of Doubt es parte de una oleada, afortunadamente aún en auge, de documentales combativos que han aprovechado la actual popularidad del género para exponer en forma clara y contundente algunas de las asombrosas canalladas del plutocrático -y poco cuestionado mediáticamente- sistema sociopolítico del Occidente actual. Su director, Robert Kenner, es un histórico veterano del género documental que en los últimos años ha pasado de la mera narración testimonial a un tono más combativo o directamente activista de narración. Su estremecedora película Food, Inc (2000) se metía directamente con la industria de la alimentación en Estados Unidos, haciendo explícitos datos no demasiado secretos acerca del daño a largo plazo de la insostenible producción actual de comida, en un documental que puede ser muy revelador en relación a lo que está haciendo esta industria en nuestras latitudes.

El tono que Kenner eligió para el documental no es ni el claramente expositivo y metonímico que suele utilizar Alex Gibney (Taxi to the Dark Side, We Steal Secrets), ni el subjetivo y egocéntrico de Michael Moore (Bowling for Columbine), sino más bien el que eligió Charles H Ferguson para su premiado Inside Job (2008), una demoledora visión sobre las responsabilidades de la crisis finaciera de 2008 que, aunque tomaba desde el principio un punto de vista claro, dejaba sus buenos espacios para que las voces disidentes expusieran sus puntos de vista, que quedaban en ridículo muchas veces. Kenner adopta el mismo sistema tanto para Food, Inc como para Merchants of Doubt: no hay mayores estetizaciones que las necesarias para que el documental no sea una sucesión de cabezas parlantes ni tampoco mayores reflexiones sobre la naturaleza humana que la evidencia de su deshonestidad o inconsciencia absoluta.

El discurso y su costo

Merchants of Doubt es un documental sobre gente a la que se le paga para engañar gente, para mentir, distorsionar o -sobre todo, y como su nombre lo indica- generar dudas o distintas versiones sobre hechos y realidades que no las tienen, no por un sano espíritu de disidencia o escepticismo sino simplemente porque les pagan para que lo hagan. Las consecuencias de estos poco fiables pero sumamente funcionales testimonios van desde la muerte de centenares de miles de personas a causa del cáncer de pulmón hasta catástrofes climáticas futuras de costos inimaginables. El documental no pierde mucho el tiempo en antecedentes culturales ni en las porfiadas negaciones de la realidad con fines políticos de los regímenes totalitarios, sino que, etnocéntrico al fin, parte de las enormes campañas de las tabacaleras estadounidenses para disminuir el impacto de las investigaciones que, a partir de los años 40, comenzaron a demostrar las evidentes conexiones del tabaquismo con el cáncer de pulmón y las enfermedades coronarias, así como el carácter fuertemente adictivo de la nicotina. Con astucia maquiavélica, las oficinas de relaciones públicas de las tabacaleras abandonaron la confrontación negativa inicial que habían mantenido con el mundo de la ciencia y la medicina, y, en lugar de negar las acusaciones de haber engañado al público a costa de su salud, simplemente contrataron a supuestos hombres de ciencia que afirmaban que no había una opinión única acerca de los daños a la salud producidos por el tabaco, con lo que transformaron las campañas en su contra en espacios de debate que estiraban indefinidamente prohibiciones, controles e impuestos punitivos. El resultado fue que los primeros controles serios del tabaco en Estados Unidos, así como los primeros juicios por daños y perjuicios que las tabacaleras tuvieron que pagar llegaron recién en este siglo, 50 años después de que los primeros e inapelabes informes sobre el daño producido por el cigarrillo se conocieran. Por supuesto, 50 años de enormes ganancias para Philip Morris y similares, y cementerios llenos de fumadores.

Pero no es la industria tabacalera el objetivo que tiene en la mira el documental de Kenner, sino todo un entramado de industrias -y, de hecho, toda una filosofía productiva- erigida alrededor de la negación y la relativización del cambio climático. Kenner sostiene que el mismo sistema con el que las tabacaleras eludieron su responsabilidad criminal durante medio siglo está siendo utilizado por los negadores del cambio climático, que siguen, como si nada, haciéndose los escépticos frente a la opinión unánime de la ciencia. Su escepticismo que no está basado en la disidencia o la investigación, sino en la simple ambición o la más pétrea ideología.

Mercenarios y cruzados

El cinismo de algunos declarantes o chantas expuestos en el documental es indignante. Un médico que aboga por el uso de sustancias antiinflamables (pero tóxicas en muchos aspectos) en los mobiliarios cuenta, una y otra vez, en investigaciones parlamentarias, la historia de una bebé muerta horriblemente en un incendio por no haber usado una almohada antiinflamable, pero, al ser confrontado por unos periodistas de Chicago Tribune acerca de la identidad y la existencia real de la bebé, contesta con rostro de granito que se trata de una figura ejemplarizante de algo que podría haber sucedido. Otros quedan expuestos como artífices de campañas de hostigamiento a científicos o como simples ignorantes a sueldo que se hacen pasar por investigadores. Pero no son estos impostores -que una sociedad sana debería encarcelar en una celda inmunda media hora después de ver el documental- los que la película de Kenner señala como más preocupantes o peligrosos, sino otros que sostienen las mismas falsedades por el convencimiento ideológico de que las alternativas son peores.

Ése es el caso de dos de los más conocidos negadores del cambio climático, Fred Singer y Frederick Seltz, quienes fueron los principales indagados del libro homónimo de los historiadores científicos Naomi Oreskes y Erik M Conway. Ambos son científicos reales y respetados, a diferencia de otros ladrones de gallinas presentes, aunque no necesariamente expertos en ambiente y clima; no obstante, han presidido campañas financiadas por instituciones como la siniestra y conservadora fundación Heritage, orientadas a negar en un principio cualquier cambio climático, en segundo término, la responsabilidad humana y, por último, sus consecuencias funestas. Merchants of Doubt deja claro cómo estos prestigiosos y creíbles negadores de lo innegable operan mediáticamente por simples motivos ideológicos: formados en la Guerra Fría y virulentamente anticomunistas, Singer y Seltz consideran cualquier alteración del American way of life un cataclismo infinitamente peor que cualquier tsunami y están dispuestos a enfrentar cualquier teoría que implique un cambio de costumbres comerciales o de consumo. Para ellos, cualquier ecologista es simplemente una “sandía”; es decir, verde por fuera, rojo por dentro.

No deja de ser aterrador el hecho de que, como demuestra el documental, fanáticos como ellos o mercenarios abyectos como los otros han tenido éxito en su tarea de postergar indefinidamente cualquier medida seria para disminuir los efectos del ya presente cambio climático. De hecho, las primeras alertas serias al respecto datan de 1998: se perdieron ya casi 20 años sin medidas reales al respecto, a pesar de que hasta los republicanos y la derecha estadounidense habían coincidido con las advertencias de casi el 100% de la comunidad científica en un principio, para luego caer en el miedo y la inacción instigada por estos mercaderes de la duda.

Irónicamente, uno de los aliados entrevistados por el documental es Michael Schermer, un libertarian más bien de derecha, director de la Sociedad de Escépticos y editor de la Skeptic Magazine, hombre especializado en las versiones minoritarias sobre cada tema que, al costo de ser tratado públicamente de enemigo de Estados Unidos, afirma: “Los hechos le ganan a lo politico”, algo que no sólo en Estados Unidos suele olvidarse cuando se habla de desarrollo y ecología.