Si bien todas las generalizaciones son esencialmente injustas, no deja de ser paradójico (o no) que la denominada en su momento Generación X -los llegados a la mayoría de edad a comienzos de los años 90- haya sido la que engendró a los denominados millennials -quienes se hicieron legalmente adultos a principios de la década corriente-. Los primeros son conocidos por su nihilismo general y sus tendencias autodestructivas, por haber comenzado sus carreras laborales en empleos para los que estaban sobrecalificados, por su espíritu libertino y misántropo a la vez, por su sentido del humor cínico y elitista, en fin..., la generación del cine independiente de pocas palabras, del grunge, de la corrección política y su inmediato aplastamiento, de la ropa barata amontonada en forma casual, de Sonic Youth, Winona Ryder y Bret Easton Ellis. Los millennials, por el contrario, parecen haber crecido con un concepto de sí mismos mucho más elevado, que hace que se los describa habitualmente con el no muy afectuoso adjetivo de entitled, que originalmente significa simplemente “habilitado” o “calificado”, pero que suele usarse como una expresión despectiva hacia alguien que se cree bastante más de lo que es. Son seguros de sí mismos, egotistas, efectivos y obedientes en su vida laboral (aunque sin las ambiciones ultramaterialistas de los yuppies de los 80); fetichistas de la tecnología y no del arte, consumidores no irónicos de cultura popular, disciplinados seguidores de la resucitada corrección política y la agenda de derechos, saludables y cuidadosos con su cuerpo... La generación de Lady Gaga, Emma Stone y Mark Zuckerberg. Y sí, por supuesto que esto es una simplificación que deja afuera a una infinita variedad de gustos y personas. Qué le vamos a hacer, es lo malo que tienen las generalizaciones.

Pero es también lo bueno que tienen cuando se quiere escribir una comedia generacional que sustituya los ya irrelevantes y anacrónicos modelos de familias de comercial de electrodomésticos a las que les toca un hijo peludo y artista (o un alien como Alf, que funciona lo mismo para esos propósitos), e incluso a las comedias de los 90 sobre exitosos ejecutivos cuyos padres son hippies desprolijos. Eso es en cierta forma lo que presenta Sex & Drugs & Rock & Roll, una nueva comedia televisiva que propone reírse de un choque generacional en el que el orden original se ha invertido violentamente y un ejemplar irreductible de la Generación X tiene que enfrentarse con una avasallante millennial que es, además, su hija.

Too Old to Rock’n’Roll

El comediante Denis Leary siempre ha sido un personaje tan próximo a la cultura rock como objeto de desconfianza por parte de ésta. Atractivo, con una cara de depravado que lo hace parecer el hermano gemelo de Willem Dafoe y con un eterno carisma juvenil que conserva a los 57 años (edad que no aparenta ni remotamente), Leary comenzó a destacarse en la escena de comedia stand up de los 80, tal vez la de carácter más rockero y hedonista, cuando era amigo y compañero de ruta del legendario Bill Hicks. El humor de Leary, basado en el rechazo al establishment y en el derecho a divertirse en contra de cualquier consejo prudente o saludable, parecía de hecho una versión un poco más light del que proponía el mucho más volátil y radical Hicks, con quien terminó rompiendo relaciones luego de que éste lo acusara de robarle material de sus rutinas, que presentan muchas similitudes temáticas, aunque Leary siempre sonó mucho más amable que Hicks, un hombre que le había declarado la guerra al mundo entero. Sin embargo, Leary sobrevivió a las acusaciones; es un actor versátil que se destacaba tanto interpretando papeles de villano en películas de acción como imitando a figuras como Keith Richards o Andy Warhol, y sus pullas con Hicks se fueron olvidando, hasta que fue acusado nuevamente de plagio, esta vez por el respetadísimo Louis CK, quien sostenía que una de sus rutinas había sido copiada y convertida en una canción de Leary.

La acusación de copiar dentro del ámbito de la comedia stand up es gravísima y estigmatizante, y ya era la segunda vez que se señalaba a Leary, lo que no lo dejó precisamente bien parado en la era dorada que significaron para el stand up la administración de George W Bush y el triunfo de la derecha estadounidense. Para peor, las ideas políticas de Leary no eran necesariamente muy críticas hacia los republicanos, por lo que el comediante pasó de ser un agudo disparador de dardos a ser el blanco de los proyectiles de muchos de sus colegas, y durante los últimos años se dedicó más que nada a hacer voces (la del tigre Diego en La edad de hielo, por ejemplo) o roles menores en películas grandes como El asombroso Hombre Araña. Sin embargo, Leary recobró buena parte de su prestigio perdido en el ámbito de la comedia por un camino sumamente extraño: gracias al mismo canal, FX, en el que su ahora enemigo Louis CK se convirtió en el mayor comediante del stand up mundial.

De tal palo, otra astilla

Luego del monumental éxito (al menos en términos críticos) de la serie_ Louie, el canal _FX -que antes se había especializado en series de acción- decidió apostar más fichas a la comedia y casualmente ofrecerle a Denis Leary -quien había trabajado para el canal en la serie sobre bomberos Rescue Me- su primera oportunidad de escribir y estelarizar una comedia. Pero Sex & Drugs & Rock & Roll (título que por pereza no vamos a traducir) no tiene nada que ver con la introspección personal de CK, aunque tal vez sí tenga la intención de presentar otro lado de esa misma generación, que se descubre envejeciendo sin contar con las herramientas para aceptarlo.

Sex & Drugs & Rock & Roll cuenta la historia de Johnny Rock (el propio Leary), un rockero de mediana edad que a principios de los 90 encabezó una banda -The Heathens- que fue presentada como el resurgimiento salvaje de un rock ya aposentado, pero que se disolvió al día siguiente de la edición de su disco debut -hoy considerado un clásico- cuando los demás integrantes de la banda descubrieron que Rock se había acostado con sus parejas. Una historia no tan inverosímil en su absurda autodestructividad (pensemos en Sex Pistols, The New York Dolls o The Stone Roses), pero que dejó a Rock convertido en una antigua y descascarada gloria -cuya influencia es reconocida por músicos como Dave Grohl, que en un divertido cameo asegura que Nirvana no hubiera existido sin The Heathens-, incapaz de pagar sus cuentas mínimas hasta que, en momentos en que ha decidido volver a los escenarios al comprobar la popularidad actual de los grupos disueltos en los 90 (un fenómeno real, por otra parte), se encuentra con una joven y atractiva admiradora (Elizabeth Gillies) a la que confunde con una groupie pero resulta ser su hija, a quien no ve desde hace 20 años. La chica le propone reunir a su ex banda -quienes han envejecido (aparentemente) con más prolijidad que Rock-, pero para que la acompañen como vocalista, y le ofrece a su padre una buena cantidad de dinero para que componga canciones y nada más. Y ahí tenemos el escenario de la comedia: un cantante veterano, gruñón y mal rehabilitado, que tiene como competencia en su propia banda -que no le tiene gran cariño- a su bella y disciplinada hija, 25 años más joven.

Con sólo un episodio emitido, es muy temprano para hacer juicios, y las críticas se han dividido con respecto a sus aciertos y errores. El carisma de Leary sigue siendo objeto de discusión entre quienes lo encuentran sardónicamente gracioso y quienes lo detestan, pero, sin duda, es refrescante encontrar a un personaje tan hedonista e irresponsable dentro del mar de modelos sensatos y estereotipadamente correctos de la comedia actual. Los chistes son a acierto y error, están llenos de referencias culturales no siempre obvias y utilizan el viejo recurso humorístico del anacronismo del personaje principal (a diferencia de la más seria Louie, que presenta ese anacronismo como motivo de angustia e inadecuación), pero Leary los lleva bien, como un veterano atorrante con un adecuado physique du rôle.

Algunos críticos más exquisitos han señalado la poca credibilidad histórica de Johnny Rock y The Heathens, notando que se parece más a una mezcla entre una banda punk y una de rock-pop de los 60 que a la languidez distintiva de las bandas indie de la Generación X. Una crítica que no se sustenta en una investigación profunda, ya que ignora a un gran número de bandas indie de corte más tradicionalmente rockero, como D-Generation, Social Distortion o la colosal The Replacements (de alguna forma, la banda que más parece el modelo de The Heathens), y que también tuvieron su lugar bajo el sol de los años 90.

En todo caso, Sex & Drugs & Rock & Roll presenta un escenario atractivo y generacionalmente confrontativo; habrá que ver si a Leary le da el cuero para convertirlo en una auténtica comedia de primer nivel sobre los cambios culturales de las últimas décadas, o si se limitará a amontonar chistes de época y bromas a costa de Katy Perry vista por un rockero veterano. Es decir, entre seguir -una vez más y sin problemas éticos- el camino de Louis CK o el de la intrascendencia.