En algún momento de la década del 90 (tal vez incluso antes), los vendedores de productos culturales comenzaron a darse cuenta de que no sólo el público femenino se había convertido, gracias a su emancipación económica, en un segmento indispensable y fiel del mercado, sino que también reclamaba productos que le fueran específicamente orientados, más allá de los casi insultantes programas “para el hogar” y los melodramas orientados “a la familia”. Así comenzaron a surgir un número cada vez mayor de series que les aportaban una mirada femenina a géneros otrora dominados por los hombres, como el policial y la comedia; la explosión de esta última coincidió con la emergencia de un número inusitado de comediantes mujeres, surgidas en buena parte de ese ámbito privilegiado para discursos oprimidos que es el stand up.

Con este auge de la comedia stand up femenina y de las series de comedia orientadas a las mujeres, era obvio que alguien iba a tener la idea de darle a alguna comediante un espacio de autonomía similar al que generó Louis CK en Louie. Como hemos afirmado en las varias notas que le dedicamos a Louie en la diaria, la serie -escrita, dirigida y protagonizada por el propio CK- es de cierta manera un extraordinario experimento formal en el que los puntos de vista, las técnicas narrativas e incluso los encuadres varían en función del subjetivismo del protagonista. Pero, además, es el mejor retrato del desamparo de un hombre cuarentón en tiempos de la modernidad líquida y su ausencia de valores que está ofreciendo la televisión (o el arte popular en general) en la actualidad.

Louie es un producto tan personal e idiosincrático que la simple idea de hacer una versión femenina de esa serie no tiene nada de simple, pero es difícil imaginar un equivalente mejor de Louie que Inside Amy Schumer, una serie que por todas partes parece la versión femenina de la creación de Louis CK, pero que, afortunadamente, tiene poco y nada que ver.

¿Quién es esa chica?

Para entender Inside Amy Schumer, una serie hecha a imagen y semejanza de quien le da nombre, hay que entender un poco quién es Amy Schumer, la comediante. Nacida en 1981, Schumer es una década menor que la magnifica generación de comediantes femeninas que explotaron a comienzos de este siglo, que incluye a Tina Fey, Maria Bamford, Sarah Silverman y Margaret Cho (todas curiosamente nacidas en 1970, en pleno auge de la revolución feminista). En comparación con estas figuras, que hicieron que las mujeres en el stand up pasaran de ser una minoría a convertirse en el sector más activo y socialmente comunicativo de esta clase de humor, Schumer parecía correr en desventaja, al presentar unas rutinas en las que solía ocupar el rol de rubia tonta que hacía chistes sobre su sexualidad, sin el desparpajo libertino de Cho ni la incorrección transgresora de Silverman (ni la inhumana capacidad histriónica de Bamford), pero demostrando una mayor capacidad empática con el público de clase media menos educado y más adepto al humor verde (que en inglés se llama blue, azul). En una reacción muy similar a la del ya mencionado CK, quien tampoco era la lamparita más brillante de la marquesina del stand up masculino, Schumer demostró una capacidad casi lesiva para reírse de sí misma e introducir en sus rutinas elementos secretos y oscuros que hasta los más desvergonzados comediantes masculinos dejan afuera. Y, una vez más al igual que CK, decidió renovar el contenido de sus shows y rutinas a una velocidad mucho mayor que lo habitual en el género, evolucionando a un ritmo difícil de seguir para sus colegas mayores. En todo caso, y apenas un año después de que fuera “descubierta” en el reality de competencia humorística Last Comic Standing, Schumer ya tenía una oferta para realizar un show “a lo Louie” en el especializado canal Comedy Central. El resultado fue Inside Amy Schumer, programa cuya tercera y más exitosa temporada acaba de finalizar y que ya se ha convertido en un fenómeno, limitado, pero fenómeno al fin.

Dentro de Amy

Como decíamos antes, Inside Amy Schumer tiene mucho que ver con Louie en cuanto a los riesgos formales, la casi total autonomía de la comediante sobre el material editado, la brevedad de los episodios (22 minutos), los fragmentos de shows de stand up y al espíritu más bien transgresor. Pero por ahí terminan las similitudes. En primer lugar, no se trata, como el show de CK, de una suerte de diario autobiográfico que oscila entre la comedia y el drama, sino de un programa de comedia pura, estructurado en breves sketches totalmente independientes entre sí (y sin continuidad), y con una clara (aunque no dogmática) agenda satírica en relación con las discusiones actuales de género. Schumer arremete contra las relaciones estereotipadas y los lugares comunes de la vida erótica como si fuera un panzer en Polonia, asumiendo una posición de explícito feminismo, pero muy alejada de la corrección política, el espíritu policíaco y el puritanismo sexual que parecen haber invadido a las corrientes mayoritarias del feminismo actual. Así, no tiene problemas en encarnar el modelo de rubia hipercomplaciente y tonta que parece fascinar a los hombres, para luego ridiculizar lo antinatural de estas concesiones. Suele girar la cámara y exponer conductas igualmente atávicas y molestas de su propio sexo, con una enorme incisión, pero al mismo tiempo nula moralina y, ante todo, ganas de reírse tanto de los hombres como de sí misma.

Algunas ideas son simplemente brillantes, como en el primer episodio de esta temporada, en el que Schumer se encuentra en un parque con las estupendas Tina Fey, Patricia Arquette y Julia Louis-Dreyfus, quienes se encuentran celebrando el último día en que Dreyfus es considerada “cogible” para la televisión y el cine estadounidenses, por lo que tiene que resignarse -luego de los 50- a ocupar papeles asexuados y simpáticos, pero recordando que sus equivalentes masculinos siguen siendo considerados sexualmente atractivos por la industria cinematográfica, aunque hayan llegado a una edad en la que “sólo pueden eyacular arañas blancas”.

Rubia, voluptuosa y de ojos claros, Amy Schumer se ríe desde un lugar aparentemente privilegiado. Sin embargo, una cara más bien circular y cachetona, así como unas piernas tan robustas como las de una caricatura de Robert Crumb, parecen haberla convertido en el centro de una discusión ridícula (y que posiblemente jamás se daría en relación a un comediante o actor de sexo masculino) acerca de si es lo bastante atractiva como para ser la figura central de una serie. Sin hacerse demasiado drama, Schumer convirtió esta discusión de redes en uno de sus sketches más brillantes, en el que Jeff Goldblum, John Hawkes, Dennis Quaid y Paul Giamatti realizan una parodia -imitada por momentos cuadro por cuadro- del recordado drama judicial 12 hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957), en el que el varonil jurado de un juicio se reúne a determinar si Amy Schumer está “lo bastante buena” como para ser la estrella de un programa televisivo. La propia Schumer (en lo que es todo un experimento) apenas aparece en estos 20 minutos perfectos, que, sin embargo, la tienen como protagonista absoluta in abstentia.

La temática feminista es permanente en los sketches, pero sin que se les note una voluntad de prédica. Además, están yuxtapuestos con filmaciones de Schumer durante sus shows de stand up o interrogando gente por la calle sin mayores preocupaciones que las de demostrar su simpatía natural (y la de sus interrogados neoyorquinos, que demuestran una enorme calle para llevarle la cabeza a la comediante), y con entrevistas a gente extraordinaria -aunque no famosa- en las que la rubia aprovecha su carencia completa de filtro para hacerles preguntas completamente indebidas (pero que nunca resultan ofensivas) a transexuales, gigolós, videntes y millonarios. Todo pasa, como ya dijimos, en apenas 22 minutos que demuestran un manejo del tiempo excepcional, y que, si no son precisamente el humor más sutil o poético de la televisión, son uniformemente efectivos.

Algunos desbalances -excesos de grosería temática o de simplismo ideológico- le quitan algún punto a esta serie tan trabajada en su combinación de espontaneidad y meticulosa sátira, pero, más allá de esto, Inside Amy Schumer es un gran ejemplo de cómo decir cosas distintas en un formato ya conocido y de la naturalidad con la que el humor femenino se ha instalado para quedarse.