Jardim Europa es un “barrio noble” de la ciudad de San Pablo, planificado con condiciones especiales: estrictamente residencial, no se permite la construcción de edificios, y la mayoría de sus casas son mansiones. En la medida en que se agudizaron los problemas de seguridad y la gente de plata tendió a migrar a edificios de lujo o a barrios cerrados, y teniendo en cuenta que el valor de reventa es relativo (una vez que no se puede especular con los terrenos para poner negocios o construir torres), el barrio se vino un poco a menos, y muchas de sus propiedades están habitadas por familias como las que muestra esta película, cuya realidad económica ya no está en proporción con el tamaño y calidad de la casa, con su jardín enorme y habitaciones amplias.
Existe un contraste entre el entorno suntuoso y la familia que tiene que vivir contando los pesos. La arquitectura y el mobiliario viejo que no están en condiciones de renovar, que asociamos a un modelo de familia de la primera mitad del siglo XX, contrastan con la conformación de ese hogar, en el que viven una madre divorciada con su hijo y dos hijas, todos ya crecidos pero aún no establecidos y sin perspectivas sólidas de establecerse. Todos parecen acomodados a un estándar de confort y al parecer alimentan la expectativa de ejercer trabajos vocacionales en los que ya no abundan las oportunidades, mientras se dejan estar. Mantener el estándar de vida y el costo enorme de tributos domiciliarios les va siendo complicadísimo, como lo muestra ya el plano secuencia inicial, de dos minutos, con la cámara casi fija ubicada en un rincón de la mesa del living como si fuera un familiar más, mientras Felipe sermonea sobre la necesidad de ahorrar y aportar un poco cada uno. Todos están, la mayor parte del tiempo, en la casa, ociosos, hablando de todo un poco, o más bien no hablando. Lo que haya de contención familiar parece ser mera cuestión de costumbre condicionada por el hecho de vivir bajo el mismo techo.
El panorama se ensancha con tres personajes vinculados a una librería frecuentada por Felipe y Eleonora, y luego con el regreso del padre playboy, ahora quebrado luego de despilfarrar la plata en casinos. Entre todos componen una radiografía de un sector de la sociedad paulista. Y es una radiografía nada alentadora: aunque cada uno de los personajes está en una situación distinta de los demás, no hay uno solo que no parezca desubicado en el tiempo. Felipe, el hijo varón, es estudioso de las ciencias humanas y tiene el perfil de un intelectual de izquierda, que no se casa muy fácilmente con su espíritu amarrete, su vida confinada en Jardim Europa y su aparentemente nula incidencia social, incluso en el ámbito académico. Su padre tiene un perfil de aristócrata decadente y pretende que su hija no esté de novia con “um bundão” (un inútil cualquiera), pero él mismo tiene poco más para ostentar que su pasado y sus maneras sobradoras, algo faltas de tacto. Todo lo lindo en la vida de la madre parece haber quedado atrás, en tiempos en los que tenía plata para viajar y juventud para disfrutar los bailes de carnaval. El negocio de libros usados de Juarez dista de ser pujante. Pampolini, el empleado de la librería y representante aquí del “hombre del pueblo”, parece ser, por un lado, el más insertado en una “realidad real”, y por otro lado es el más radicalmente alienado, en su admiración por un político de derecha. Es patente su ajenidad con respecto a la estética de la vida en Jardim Europa (si fuera por él, desharía el jardín del fondo para poner una parrillada y hacer asados con los amigos escuchando música fuerte con el parlante del auto). Los residentes en la casona se ven constantemente incomodados con su espontaneidad o con su mera presencia casual.
Descubrir el barrio
El director Mauro Baptista Vedia es un uruguayo radicado desde hace mucho en Brasil. Ésta fue su primera película, rodada en 2003 luego de una considerable experiencia en teatro. La influencia teatral se percibe en la opción por un universo estrictamente acotado a ocho personajes (los únicos seres humanos que llegamos a ver además de ellos están de fondo, en unos pocos planos callejeros). El guion parece concebido en función de un clímax en forma de imbroglio cómico, buena parte está tomada en planos extensos con gente entrando y saliendo por distintas puertas, desencontrándose o empeorando las cosas en el peor momento posible. La opción por planos extensos traduce su respeto por la performance actoral “en vivo”. El boletín de Cinemateca aclara que buena parte de la película se hizo con improvisaciones en cámara, previo ensayo, traduciendo las influencias de John Cassavetes y Mike Leigh. Puede ser, pero entonces hay que aplaudir el hecho de que Vedia les sacó el jugo a las ventajas de la improvisación y esquivó cierta teatralidad en las actuaciones que suele estar asociada con esa metodología (incluso en los dos directores mencionados).
Una opción muy interesante en la realización es que revelan el barrio y la casa de a poco: nuestra primera visión del exterior, que nos ubica definitivamente en el lugar, viene a la media hora de película (aunque, por supuesto, el título nos condiciona a suponer que la casa que vemos desde adentro queda en Jardim Europa).
Mi posición para comentar esta película es muy particular, por una suma de distintos motivos. Por un lado, crecí en las inmediaciones de Jardim Europa y conozco muy bien el entorno con el que lidia la película. Hace diez años me tocó hacer los subtítulos en castellano de un primer corte. Guardo el recuerdo vívido de que me pareció una película magistral en su retrato de aspectos de la sociedad brasileña, de lo que recién dejaba de ser la era Fernando Henrique Cardoso y de un entorno que conozco muy bien. La demora de más de una década en estrenarse restó un poco del carácter potencialmente emblemático de la película, aunque tengo entendido que, por suerte, le fue bastante bien en la boletería brasileña, indicio de que sus planteos todavía importan (y no cuesta nada hacer la traslación a otro tipo de sociedades con puntos en común: esta historia hubiera podido transcurrir, con pequeñas modificaciones, en un caserón del Prado). El desfasaje se nota en pequeños detalles de época (el escritor de moda todavía es Milan Kundera, las computadoras tienen monitores de tubo, los celulares tienen antenita), pero sobre todo en el hecho de que el país vivió procesos muy acentuados desde entonces: la situación de personajes como los que se muestran en la película es actualmente mucho más crítica, y un perfil como el de Luis Felipe -que ya en 2003 parecía un sobreviviente de 15 o 20 años antes (y de eso se trataba)- quedó mucho más alejado de lo probable.
Por otro lado (y esto se sale totalmente de las supuestas reglas de juego de una crítica) siento que algo de la energía original se debilitó un poco con la supresión de unos 20 minutos de metraje y la abolición de la estructura en “capítulos”. Pero la principal diferencia está en la música (que no existía en aquel corte), demasiado empeñada en bañar algunas escenas de una tristeza sobreexplicada. Lo peor es cuando la música pauta casi una condena al viaje de alcohol y perfume de Eleonora, impregnándola de un tono súper dramático: todo bien, es medio patético una señora bailando sola en la casa para recuperar una fracción del sabor de sus añorados bailes juveniles, pero tampoco es tan terrible; todos entendemos lo patético pero también podemos tener un poco de empatía e incluso disfrutar un poco con ella ese momento de desbunde. Lo que hacen los personajes y la situación mostrada es totalmente suficiente para sostener el interés, y permitir una mayor apertura interpretativa sin ese direccionamiento afectivo (que tampoco vale mucho como música en sí) venía muy bien.