La escritora chilena Carla Guelfenbein llegó a Montevideo en un día complejo: Chile y Uruguay se enfrentaban por la Copa América. A la mañana siguiente se encontró con varios medios de prensa, y seguramente ninguno eludió la pregunta obvia. “No me gusta el fútbol”, respondió, lacónica, cuando le llegó el turno a la diaria.
La escritora visitó la capital para presentar Contigo en la distancia, obra ganadora del premio Alfaguara 2015, en la que se narra la historia de Emilia, una estudiante francesa que decide viajar a Santiago de Chile para estudiar la obra de la escritora Vera Sigall. Cuando conoce a Vera, Emilia enloquece con su inteligencia y prometen encontrarse. Al poco tiempo, Vera sufre un sospechoso accidente doméstico y entra en coma. La búsqueda de la verdad sobre este suceso se vuelve el comienzo de una investigación que develará la verdadera identidad y vida de los protagonistas, con relaciones insospechadas que comienzan a cruzarse.
Vera Sigall es el personaje que nuclea la novela y todas las intrigas y misterios que se tejen a su alrededor. Pero también es -en algún sentido- Clarice Lispector, o la bisabuela ucraniana de Guelfenbein. ¿Cómo se gestó Vera Sigall? “El personaje que inicia la novela es, dentro de mi imaginación, Clarice Lispector. Es alguien que venía siguiendo desde hace muchos años; una escritora de culto que muchos dicen conocer pero pocos han leído”.
A sus 20 años, Guelfenbein comenzó a leer a la brasileña. Recuerda que entonces la deslumbraron su prosa, sus imágenes, su profundidad. Tiempo después accedió a su biografía, escrita por Benjamin Moser -Why This World (2009)-, en la que encontró aspectos vinculados con su familia: en la misma época, tanto los Lispector como los Guelfenbein debieron huir de Ucrania.
“Mis padres son contemporáneos de Lispector. Y la historia es muy similar: una familia que huye y que, apenas hablando español, se instala en Chile. Sus hijos, que nacieron en este nuevo país, no quieren saber de esa historia de dolor, de exilio. En general, la primera generación de inmigrantes lo procesa adaptándose al lugar e intentando escindirse de ese lazo que los une a una historia tan dolorosa”.
Precisamente ése fue el camino que recorrieron sus padres, de modo que ella sólo conoció su historia a partir de relatos muy breves. Su madre falleció en el exilio a los 43 años, y su padre se enfermó de Alzheimer, por lo que, cuando quiso indagar su historia, los testimonios parecían vedados. Frente a esta experiencia, la escritora plantea que la novela es una suerte de reconciliación, en la que ficcionaliza la historia de su familia, tomando prestado aspectos de la historia de Lispector. “Lo más importante es el personaje de Vera Sigall, una mujer dueña de sí misma y de una genialidad increíble, que lleva su vida como ella decide, sin ser confrontacional. Me encantó lo que me dijo uno de los miembros del jurado, Héctor Abad: ‘El pecado de Vera Sigall es ser más inteligente que los demás’. Y éste es un pecado que a las mujeres no se nos perdona”. Pero Vera Sigall trasciende las limitaciones de género, incluso cuando la mayor parte de la novela se pierda en una cama de hospital. Para Guelfenbein, este personaje en coma se volvió un desafío, ya que continuaba siendo el centro y el motor de la historia: “Esto se volvió muy interesante e incluso me impuso un gran desafío literario”.
La mujer de sus vidas
Si bien la novela cuenta con una impronta autobiográfica, las historias de exilios y emigraciones forzadas se reproducen en incontables familias latinoamericanas. Y Guelfenbein lo sabe. “En todas las familias hay secretos consciente o inconscientemente escondidos, ya sea por necesidad o por supervivencia. Esos aspectos pesan en las siguientes generaciones. Y en este periplo que hago por Latinoamérica voy encontrando historias familiares ocultas que resultan determinantes”.
La autora de La mujer de mi vida también se vincula con el destierro. Hija de padres socialistas (su padre trabajó para el gobierno de Salvador Allende y su madre fue apresada y desaparecida por tres semanas), Guelfenbein debió exiliarse con ellos a Inglaterra en 1977, donde estudió biología en la Universidad de Essex y diseño en St. Martin’s School of Art, y recién logró volver a Chile diez años después.
Reconoce que el exilio es uno de los temas que recorren su obra, y que, en definitiva, siempre se vincula a un sentimiento de desarraigo. “Nosotros viajamos a Europa porque éramos perseguidos, aunque de cierto modo también significó un regreso, porque era el continente del que mi familia había escapado. La sensación final es que éramos errantes, y eso implicó que desde muy niña mi verdadero lugar sea la palabra. Con un libro nunca estás solo. Siempre está presente ese mundo que es propio, que se construye, que se abandona y se vuelve a retomar. Este vínculo con los libros, junto al desarraigo, es lo que finalmente me convirtió en escritora”. Esa sensación de no lugar también se extiende a su última novela, Contigo en la distancia. Emilia, uno de los personajes, se refugia en la lectura y en una supuesta tesis sobre Vera Sigall, cuando en verdad eso se convierte en una defensa frente a la muerte, frente al mundo, frente a un país que desconoce.
Su cuarta novela, Nadar desnudas (2012), transcurre durante el gobierno de Salvador Allende -cuando aún se mantenía en pie la tradición democrática chilena- y durante los primeros meses del golpe militar. Guelfenbein recuerda que no fue nada fácil escribir sobre esos años, si bien reconstruir ese período histórico era un tema que había tenido presente desde el comienzo. “Es una etapa muy delicada, con muchos muertos, muchos desaparecidos, mucha rabia y confrontación. Y por eso, para tocarlo narrativamente, se requería mucha madurez. Por eso mismo no me sentí capaz de hacerlo hasta esta cuarta novela”.
Explica que el exilio significó una escisión repentina con todo el universo que había construido hasta sus 17 años. “Ese arraigo que estableces con el entorno es lo que define tu identidad. Todo se reconvierte cuando uno se enfrenta a un nuevo país, a un nuevo idioma y a una cultura absolutamente distinta, como era la Inglaterra explosiva de fines de los años 70, en la que en medio de un rezago del hippismo se instalaba el punk, y la juventud contestataria tomaba como propias todas las causas del mundo”. Cuenta que durante esos años, cuando leía literatura anglosajona, prefería a los clásicos como Jane Austen o Virginia Woolf, ya que escritores como Martin Amis e Ian McEwan recién comenzaban a producir, dando cuenta de ese nuevo universo. “Cuando leo sus libros me siento muy identificada, ya que era exactamente lo que estaba viviendo en esa época. Sin duda, el exilio y su experiencia fundacional determinaron lo que hoy en día soy como escritora”.
El revés de la historia
Al igual que Daniel, uno de los protagonistas de Contigo en la distancia, su padre era arquitecto. Pero en vez de soñar con construir un restaurante sobre un acantilado, él diseñaba balnearios populares para el gobierno de Allende. Según cuenta Guelfenbein, estos balnearios eran un proyecto del Ministerio de Vivienda chileno, que se proponía crear lugares donde los obreros y las clases populares pudieran conocer el mar, salir de su entorno. “Hay generaciones que en su vida jamás salieron de la población donde nacieron. Esas construcciones se pensaban de un modo en el que todos pudieran interactuar. Lo paradójico y trágico del asunto es que después todos estos balnearios populares se transformaron en campos de concentración de los militares”.
Contigo en la distancia es una novela de personajes en la que se retratan muchos aspectos de la sociedad chilena, como el antisemitismo, el nazismo y los rezagos de la dictadura pinochetista, esbozados desde un punto de vista lateral. “La literatura no se debe volver un planfeto. El escritor simplemente debe plantear las preguntas sobre lo que sucede, sobre lo que no se entiende y sobre aquellos aspectos que la sociedad debe preguntarse. Esto es la literatura. Por supuesto que el contexto histórico es importante, porque de hecho nos define. Yo soy hija de una época, y cuando construyo personajes no puedo obviar el hecho de que pertenecen a un momento histórico que incide en sus vidas”. Plantea que en primer plano sitúa al personaje y a su época, para así poder alcanzar sus pequeñas historias, sus motivaciones, su vínculo con los otros, sus emociones. Temáticas que en verdad han sido trabajadas desde la época de Ovidio, y que “aún son preguntas vigentes. Aún interpelan”.
Un día, una veterana la sorprendió con una confesión: “Yo soy pinochetista pero me encanta tu literatura”. Al recordárselo, Guelfenbein cambia su gesto y evoca, patente, ese momento. “Qué vas a decir. En el fondo creo que, de alguna manera, habla bien de mi literatura, porque hay ciertos hechos que son concretos. Hubo presos, muertos y desaparecidos. Hay muchos pinochetistas que no quieren saber de eso, e incluso dicen que no existió. Para que le guste a una pinochetista, lo que yo escribí debe ser lo suficientemente convincente como para no tildarme de mentirosa y distorsionadora de la realidad. Porque, en verdad, yo intento construir realidades”.
Refiriéndose a los actuales conflictos del gobierno chileno, advierte que “se están destapando muchas cuestiones, como también evidenciando ciertas formas de poder vinculadas con lo político y lo empresarial de todos los sectores. Lo mejor hubiera sido que nunca se hubiera dado ese vínculo, pero bueno, le tocó al gobierno de Michelle Bachelet, y es una pena, porque podría haberle tocado a [Sebastián] Piñera. Sobre todo porque eso ha ralentizado procesos necesarios que se habían iniciado con este gobierno, como la reforma tributaria y educacional. La desigualdad en Chile es algo que realmente llega al escalofrío, son 45 familias que concentran los bienes nacionales... Aunque la reforma está lejos de ser una buena solución, por lo menos se está apuntando a reconocer esa realidad”.
Estrella distante
El anterior premio Alfaguara de novela, Jorge Franco, trabajaba la problemática del narcotráfico en Colombia. Guelfenbein pareciera trabajar también un conflicto, pero en su caso vinculado a la identidad. “Mis temas varían. Desde Nadar desnudas, que cuenta con un contexto político, a Contigo en la distancia, una novela de suspenso literario y psicológico en la que la literatura en sí es importante. En ese sentido es más compleja en su estructura, y era un objetivo que me había planteado desde el comienzo. En mi prosa espero poder alcanzar, en algún momento, la maestría del manejo lingüístico de Clarice Lispector. Mi búsqueda va por la simpleza en el lenguaje, por la precisión, por la profundidad”.