Camiseta rosada, pantalón negro, una cartera en el hombro y una carpeta en la mano. Así, Pilar Nores Montedónico vino a declarar a Roma en el juicio por el Plan Cóndor, que tiene como imputados a más de 30 represores, entre uruguayos, peruanos, bolivianos y chilenos, por delitos de desaparición, homicidios, crímenes de lesa humanidad en contra de ciudadanos latinoamericanos con doble nacionalidad y de origen italiano. Para algunos de sus ex compañeros de militancia, Nores es una traidora, pero ella se define como víctima; para el fiscal y la Tercera Corte d’Assise de Roma, es testigo de los hechos. Una sobreviviente que puede contestar con certeza la pregunta que resuena en la cabeza de todos los que salieron vivos del infierno de la represión: “¿Por qué estoy vivo?”. Está viva porque colaboró con los represores.

“Después de un día de tortura me quebré y empecé a hablar. La tortura tuvo inicio en el apartamento donde me atraparon. Dos horas de golpes continuos con dos hombres jóvenes, que me parecían enormes, que me apuntaban todo el tiempo. Luego me trasladaron a otro lugar; recuerdo que pasé a través de varias oficinas hasta llegar a un pequeño cuarto. Allí me desnudaron, me pusieron en una mesa, me ataron por las muñecas y los tobillos. Me pasaban electricidad y me golpeaban muy fuerte en todo el cuerpo, especialmente en la cabeza”. Cuando llegó a Automotores Orletti, unos días después, Pilar Nores ya había empezado a colaborar con los represores, por lo que sufría mucho, relató a la Corte. Por eso, dice, no recuerda casi nada de Orletti, salvo música muy fuerte, gritos desgarradores y el terror que sentía cuando se abría la puerta del cuarto donde estaba encerrada con otros: “Me sentía muy mal, no quería escuchar ni saber nada. Sólo quería sobrevivir”.

Sí recuerda a los represores. Y ése es su aporte al juicio: “José Nino Gavazzo Pereira era el jefe de todo; lo vi en Argentina y Uruguay. José Arab Fernández estaba en Orletti y en la casa del SID [Servicio de Inteligencia de Defensa] de Bulevar Artigas, en Montevideo, donde me llevaron después. Luis Maurente Mata, Ernesto Ramas Pereira, Jorge Silveira Quesada, Ricardo Medina Blanco, Ernesto Soca: los vi en Uruguay en la casa del SID. Vi muchas veces a José Sande Lima; fue la persona que manejaba el auto que me vino a ver en el aeropuerto de Montevideo cuando me llevaron, en un vuelo comercial. Gilberto Vázquez Bissio me escoltó durante ese vuelo junto a Luis Maurente Mata”. Cuenta Pilar que su hermano Álvaro, secuestrado junto a Juan Pablo Recagno en Buenos Aires, estuvo en Orletti en setiembre de 1976. Allí, relata, él vio a Anatole Julien, de cuatro años, hijo de Roger Julien y Victoria Grisonas. El niño le dijo que estaba con su mamá, su hermanita y una amiguita, Mariana Zaffaroni. A propósito del hermano, Pilar Nores refiere también un diálogo que tuvo con Gavazzo: “Él me preguntó si quería que mi hermano Álvaro sobreviviera. Yo contesté que sí pero que no estaba segura de que quisiera verme, porqué él se había enterado de que yo había colaborado. Y que no estaba segura de que él quisiera quedar con vida. De hecho, nos encontramos en la casa de Bulevar Artigas, pero después de esa historia nuestras relaciones se rompieron”.

Lo dice delante de la Corte, y lo repite luego en diálogo con la diaria: “Cuando caí di la dirección de cuatro lugares que estaban vacíos. En el lugar donde me secuestraron había documentos falsos que quedaron en manos de los represores. Me secuestraron el 10 de mayo. Yo no conocía a los que cayeron en julio, ni conocía sus direcciones”, asegura Pilar Nores.

Es un río crecido después de su testimonio. La mirada inquieta, la voz rota pero firme en sus afirmaciones: “Hay libros escritos sobre mi caso, pero lo que pasó, la verdad, fue lo que dije acá. Los hechos son siempre los mismos, son los hechos que yo viví. Al pasar el tiempo me veo a mí misma de manera diferente, entiendo más lo que pasó, y ha llegado el momento en que siento que es necesario defenderme de cosas que se han dicho. Por ejemplo, que entregué a Gerardo Gatti, cuando de hecho yo caí en una ratonera que habían dejado cuando lo secuestraron. Ninguno de los dos entregó a nadie. Yo fui a ese lugar y ni siquiera miré la señal de seguridad. Tampoco sé si él tuvo el tiempo de ponerla. Yo no llevé a los niños Julien a Chile. Estaban en la casa de Bulevar Artigas, los vi pero no fui yo a llevarlos a Chile. Nunca estuve en los interrogatorios. Lo que yo hablé en la tortura produjo una serie de cosas, pero no produjo una hecatombe de militantes. Los de julio cayeron por los documentos encontrados en la casa donde me secuestraron. De la caída de setiembre y agosto no sé absolutamente nada”.

Sobre los meses que pasó en la casona del SID cuenta varias cosas: “Vi a María Claudia de Gelman, la tenían como niñera de los niños Julien hasta que nació su criatura. Me sacaron de la casa de Bulevar Artigas a hacerme lentes, otra vez me llevaron a hacer estudios porque tuve un problema de salud. Nunca iba sola, siempre me sacaban vendada. Hubo también una salida rara; me llevaron a un supermercado a hacer mandados. Yo debía haberme negado”. Lo que hizo y lo que no debería haber hecho vuelve en la conversación, en la que el sentido de culpa es una presencia casi tangible: “Yo estaba en muy mal estado. Si vos, aunque estés vendado, quieres saber, sí logras averiguar. Eso les pasó a mis ex compañeros. Ellos llegaron a entender muchas cosas porque aunque eran vendados, maniatados y torturados estaban enteros. Yo estaba hecha pelota. No sabía cómo iba a hacer para sobrevivir. Entonces no quería saber nada de nada. Pero nunca me pasé al otro bando, por eso sufría tanto. Capaz que, si me hubiera pasado, no habría sentido tanta culpa. Ahora empiezo a manejar esa culpa. He logrado sentirme víctima. Porque allí esta la base del asunto. Si no me hubieran agarrado y torturado, yo no habría hablado. Yo no supe que no iba a resistir. Quizá no debía haberme metido en lo que me metí”.