-Por lo que sé, en los 50 tu madre cantaba por necesidad, algo muy distinto de lo que te sucedió a vos.
-Recuerdo que mi madre me cantaba desde muy chiquita porque se lo pedía mi padre. Seguramente porque no lo hacía por gusto, sino para sobrevivir durante una época de su vida. Por lo tanto, la música en la casa siempre estaba muy atada al sentimiento. Creo que de ahí venían sus críticas. Cuando yo ya había crecido y estudiaba canto clásico di mi primer recital. Cuando mi madre me vio me dijo: “Pues sí, muy bien, pero la verdad es que no tienes sentimiento”. La crítica más fuerte siempre ha venido de su lado.
-Una vez, un zapoteco te pidió que le tradujeras el acta de defunción de su hijo, que había intentado cruzar la frontera.
-Fue una experiencia muy fuerte, porque yo estaba trabajando en la tienda de mi madre, que vende herramientas de autos. Ahí llegó este señor, que tenía un acento muy fuerte, porque su primer idioma era el mixteco -el idioma de mi madre-, y me pidió que le tradujera el acta. Cuando leí que había muerto, miré hacia la calle y vi el féretro de su hijo sobre la camioneta. Él lo cargaba y quería saber cómo había muerto. Eso me impactó tanto que empecé a pensar cómo crear una poesía sobre lo que estaba aconteciendo a mi alrededor. Creo que la muerte es algo muy particular, sobre todo para mi etnia. Lo hemos visto en el arte prehispánico de nuestro estado y también en las ceremonias, cuando celebramos, por ejemplo, el Día de los Muertos. En mi región es un poco más sobrio: somos gente de montaña, introspectiva.
-Pero también creciste entre el mestizaje blanco-indio. Imagino que eso debe de haber marcado mucho tu impronta.
-Claro, porque siempre fue el encuentro de los mundos. Ahorita estoy entre mi esposo y mi mamá, que están tratando de hacer algo cotidiano en la casa. Pero el mundo que imagina mi madre es tan diferente del mundo de mi esposo, que difícilmente llegarán a algo. Es un poco desesperante. Yo los escucho desde la otra habitación y siento que hace falta una traducción. Y así ha sido toda mi vida desde la niñez. Ha sido un reto tratar de ser el puente entre esos dos mundos, y gracias a la música lo he podido lograr.
-Esto también implicó que en tu casa se escuchara desde Lucha Reyes y Lola Beltrán hasta Bob Dylan y Janis Joplin.
-Sí, la música maravillosa que despierta la pasión... Mi padre se tomaba sus dos whiskys diarios -ésa era su parte escocesa- y discutíamos sobre poesía. Me acuerdo de que me hablaba de Karl Marx, de Miles Davis y de Coltrane y de cómo él terminó siendo un purista, con la alimentación y con su vida.
-En otras entrevistas has contado que cuando falleció tu padre decidiste viajar a Chiapas, donde enfrentaste quién eras. ¿Cómo fue eso?
-Eso también fue por la muerte de mi padre, que generó que me enfrentara a mi otro universo. Al mundo indígena de mi madre y de mi país. En mi caso el viaje implicó reencontrarme con esa parte de mi identidad, buscarla y encontrar todos los distintos niveles, que en verdad son mágicos y sensibles. Un poco como la visión de mi hijo chico, de cinco años: una visión muy sana de la vida, de la luna, del sol.
-Cuando te fuiste a estudiar a Estados Unidos, en un comienzo optaste por el canto lírico, es decir, por lo europeo.
-Todavía me sigue encantando ese lado de la producción vocal y también me gusta mucho aprender de tradiciones muy diversas. Entonces estaba enamorada con esa parte de la música, pero lo cultural y el contexto eran difíciles para mí, sobre todo porque sentía que estaba muy enfocada en Europa y me estaba olvidando de mi propia historia, de mi país y de lo particulares que somos los latinoamericanos. Por medio de las historias me he acercado a la antropología, buscando el contexto histórico de los mexicanos, de nuestra historia, que en algunos casos ha sido dolorosa y, en otros, muy guerrera. En Oaxaca hemos tenido una maravillosa historia de autonomía política y cultural. Esto es lo que también trato de plasmar en los cantos.
-Tus composiciones alternan temáticas vinculadas a la migración, a la frontera -“ahí, en esa orilla del mundo, no duerme la maquiladora”-, la marginación indígena y la mujer, pero también a la comida oaxaqueña y el mezcal.
-Pues hay cosas oaxaqueñas que son tan mágicas que a veces no son tomadas en cuenta por cierto grupo de personas. Esto es como reivindicarlas, ponerlas en un lugar alto donde recordemos esos elementos que nos engrandecen, especialmente cuando tenemos problemas. Ahora tenemos muchos inconvenientes y protestas de sindicatos, y mucha violencia en diferentes estados, tanto en Oaxaca como en Guerrero o Veracruz. También mucha corrupción en diferentes niveles políticos. Pero al mismo tiempo, en las ciudades y en el campo hay comunidades donde se respira cierta civilización con respecto al futuro y sobre cómo se van a implementar los cambios necesarios. Y quizá también sea necesario ponderar cambios en nosotros, en el mestizaje. Ése es el reto mayor, porque es parte de nuestra esencia, y creo que vale la pena hablarlo y cantarlo. Se ha logrado una identidad muy fuerte en Oaxaca, y creo que es indiscutible el hecho de que somos muy orgullosos de quiénes somos.
-Además, fusionás distintos géneros, incluís lenguas indígenas, instrumentos prehispánicos, percusiones electrónicas y un acordeón, por ejemplo.
-En ese disco [por Balas y chocolate, 2015] se encuentra mucho la influencia de la música fronteriza, como la de Texas, Tamaulipas, Coahuila. La zona de la frontera es muy interesante y alegre, y a nivel vocal me atrae mucho su forma de cantar. Creo que ese contraste es necesario, mientras se le canta alegre a la muerte. Toda Latinoamérica comparte una alegría en su música; lo he visto y lo he escuchado en Argentina, en Uruguay, en Colombia, en Venezuela. Es bonito compartir esto y compartir la patria en común.
-En Balas y chocolate te referís a los 43 estudiantes desaparecidos de Iguala -“La patria madrina”-, los periodistas que están en la línea del fuego, y la muerte. En ese sentido también se convierte en una denuncia de la violencia y la corrupción, a la vez que retrata la esencia mexicana.
-Me apena un poco tener que ser así en el canto, y a veces me alejo un poco de eso, y quizá de la parte narrativa más aguerrida de mi carácter. Porque creo en la pureza del arte y en que a veces puede tener más fuerza una poesía que la narrativa de la realidad. Pero hay tiempos en los que se necesita expresar el pensamiento y la angustia, y ahora nuestra sociedad mexicana ha estado en esos momentos difíciles. Yo no tengo la respuesta, pero sí propongo cantarlo, decirlo y denunciarlo, y tal vez de esa forma encontrar un lugar donde haya reflexión y cobijo. Creo que la música nos da eso y nos posibilita llegar a otro punto de conciencia.
-¿Qué lugar ocupa la antropóloga en el momento de componer?
-A veces creo que se me dificulta, porque me sale demasiado. Entonces recurro más a la poeta y trato de combinarlo, de ser menos consciente. Afortunadamente, este disco lo hicimos de manera distinta: también trabajamos con una banda de Nueva York, con la que salimos de gira y terminamos grabando en Texas la primera parte del disco. La segunda parte la hicimos aquí con la banda mexicana, junto a otras propuestas musicales. Es el más democrático de todos mis discos.
-En este viaje, ¿quién es Lila Downs?
-Sigo siendo una hormiguita con mi carga. He obtenido ciertos beneficios por cantar sobre los temas oaxaqueños y mexicanos. Y he podido ir y venir, a diferencia de muchos compatriotas míos.