Viene habiendo en Grecia, como es natural, todo un ciclo de cine sobre la crisis profunda que está atravesando el país. Muchos de quienes tuvieron oportunidad de conocer una porción sustancial de ese cine opinan que ésta sería la película arquetípica, o la más destacada, del ciclo (no es mi caso, así que no estoy en condiciones de articular un comentario comparativo ni especialmente contextualizado.)
La historia gira toda en torno a María, una mujer casada y con tres hijos chicos. Su marido es marino y viaja muchos meses del año. Es muy tierno y sexualmente fogoso con ella, pero también lo es con amantes que tiene en distintos puertos y con otro marino, que es su colega de camarote en el barco. La madre está en silla de ruedas y manejó desastrosamente el negocio familiar: su omisión de pago de impuestos hunde a la familia en una deuda inmensa. El viejo padre es apagado y omiso. María, a quien se ve en las escenas del pasado como una joven eufórica, en tiempos más recientes frecuenta un grupo de mujeres con problemas y en un momento central en la película reconoce que su vida es sencillamente “ridícula” y que se siente profundamente infeliz. En el presente de la película, entrega los hijos a la hermana, empuja a los padres a la autodestrucción, viola la ley y sale en una carrera desenfrenada sin destino claro (al parecer, fuera del país).
Al fondo de todo eso, y con una presencia importante está la situación económica, política y social de Grecia. La narrativa insiste en ese trasfondo, insinuando algún tipo de vaga conexión. La película tiene una estructura de tiempos barajados. A veces es evidente la cronología relativa entre las secuencias, otras veces demanda esperar, retener en la memoria, formular hipótesis, no siempre entender plenamente lo que estamos viendo, y convivir con la incomodidad de la incertidumbre. Este esfuerzo espectatorial parece haber sido un objetivo primario para esa elección, porque en general el armado con la cronología desordenada no produce ninguna tensión en especial, aunque sí genera una sensación global de turbulencia y de alternancia anímica, como si fueran los recuerdos mezclados de la protagonista (o de un ente narrador que empatiza fuertemente con ella), en los que lo bueno y lo malo se suceden en forma ciclotímica. Los tiempos mezclados permiten también algunas secuencias comparativas, ya que no están homogéneamente barajados sino que hay zonas en que tienden a alternarse dos o tres momentos en particular. Algunas de esas comparaciones o contrastes son banales (escena de sexo interpolada con escena de agresividad). La escena del clímax tiene una construcción más interesante: aquí no sólo se alternan alegría y crispación tensa, sino que hay toda una coordinación de movimientos entre María (huyendo) y su marido (llegando) que establecen una falsa continuidad gráfica; está el mejor corte de la película, de un plano de María juvenil y entusiasta con sus brazos abiertos y su pelo rubio, a un plano del incendio; se establece el contraste entre separación y unión; se genera la falsa continuidad entre una pelea en el pasado y otra en el presente, todo ello articulado en la medida en que los distintos tiempos van evolucionando.
Por desgracia, mucho de la película queda muy abaratada por la música tecno-sacarino-soporífera de drogAtek. Pero no es el mayor problema que tiene. Sin saber cómo fue la génesis de la película, me da la impresión de que, más allá de los momentos comparativos referidos, la opción por la cronología barajada parece haber sido un manoteo de ahogado ante una concepción general fallida e inmadura, como si el director y guionista Tzoumerkas hubiera querido, de alguna manera, encontrar un drama personal que funcionara como alegoría o condensación del espíritu de la situación nacional, pero quedó lejos de ello.
Por ejemplo, aunque es perfectamente posible que una pareja encuentre la felicidad en una situación de amor libre, no tiene nada de extraordinario que una mujer se sienta desgraciada porque el marido, además de ausente la mitad del tiempo, se acuesta con una multitud de mujeres y de hombres. Tampoco tiene nada de extraordinario que sea causa adicional de angustia el hecho de que su familia está económicamente arruinada (no necesariamente por la crisis, sino por el manejo irresponsable de la madre, e incompetente del padre). Tampoco tiene nada de excepcional que una mujer pequeñoburguesa tenga hijos y en vez de realizarse con ello se sienta más bien limitada, enjaulada por la responsabilidad. No tiene nada de excepcional que la alegría adolescente de la convivencia con la hermana se disipe una vez que ambas están casadas.
Es decir, la película sencillamente cuenta la vida de una mujer común que, como tantas, no tuvo la habilidad ni la suerte para encontrar algo de autorrealización frente a las responsabilidades de la adultez. Eso, de todas formas, podría ser un asunto interesante y consistente. Correlacionarlo con la crisis es como votar contra el gobierno porque al seleccionado de fútbol le fue mal en el Mundial; parece más bien un recurso para colocar la película en festivales, conformarse con la actitud esperada en todo el mundo actual de un “artista griego”, y no hablar de problemas existenciales importantes pero que serían igual de válidos para París, Nueva York o Buenos Aires. Por otro lado, el final “liberador” de la carrera hacia la libertad, tipo Los cuatrocientos golpes, además de recontra gastado, en este caso es también inmaduro y además inmoralmente egoísta.