El canal de streaming Netflix sigue avanzando sobre los territorios en que HBO se había hecho fuerte con paso firme y visiblemente inspirado por su competencia. A la elaboración de series propias y temáticamente osadas, Netflix ya había agregado documentales propios de la calidad de The Square, y mientras fija el lanzamiento para este año de sus primeros largometrajes de producción propia (entre los que se cuenta la secuela de El tigre y el dragón), se introdujo lateralmente en otro ámbito frecuentemente visitado por HBO como es el de la comedia stand-up, mediante el estreno de Tig, documental sobre una de las principales figuras actuales del género. Tig es el apodo/nombre artístico de la comediante estadounidense Mathilde Notaro (nombre de sonido extrañamente uruguayo), integrante de la brillante generación de comediantes de Patton Oswalt, Louis CK, Todd Barry y Maria Bamford, pero que había quedado algo relegada en relación a estos colegas. Esto posiblemente se deba al personalísimo estilo de Notaro, clara heredera de la escuela deadpan (inexpresiva) del genial Steven Wright. Mucho más que una simple imitadora, Notaro, le agregó a este estilo una particular expresividad física que acentuaba el efecto algo inconexo de sus textos, así como una serie de extrañas pausas en su delivery, que por momentos hacen parecer que el chiste o la anécdota terminó, para agregarle algo luego, inesperadamente. Tal vez no el más cómodo de los estilos, pero sumamente efectivo una vez que se le agarra el ritmo.

A principios de esta década y tras largos años de batallar el underground de la comedia, Tig Notaro comenzó finalmente a recoger algunos frutos de tanto esfuerzo gracias a la edición de su primer disco -Good One (2011)-, el éxito de su podcast Professor Blastoff y sus frecuentes participaciones en los programas de Sarah Silvermann y Amy Schumer. Pero mientras se encontraba preparando una serie, tras haber atravesado una fea separación romántica, y filmando su primera película, In a Word..., junto con la comediante Lake Bell, Notaro colapsó en el rodaje, descubriéndose luego que tenía una rara infección intestinal que casi la mata y la dejó postrada durante meses, reduciéndola a piel y huesos. Apenas unos días después de salir del hospital, Notaro recibió un inesperado golpe, al morir su madre como consecuencia de un tonto accidente doméstico, y cuando las cosas no parecían poder empeorar le descubrieron un cáncer de mama que la obligó a someterse a una doble masectomía.

Según declararía más tarde, tal sucesión de desgracias le causó un extraño efecto humorístico por su acumulación absurda de horrores, y aunque su comedia hasta el momento no se había nutrido de elementos autobiográficos, Notaro decidió utilizar sus experiencias recientes en un show de micrófono abierto en Largo, un local de Los Ángeles frecuentado por la alcurnia del stand-up, donde subió al escenario para saludar diciendo “Hola, soy Tig. Tengo cáncer”, dato que casi ninguno de los presentes sabía. La media hora que sucedió al saludo es ya considerada como un show histórico de la comedia stand-up, en el cual ante un público tan conmovido como incómodo, Notaro bromeó sobre los acontecimientos recientes de su vida con un humor negrísimo, pero extrañamente relajado, sereno y, en definitiva, positivo. Un monumental ejercicio de catarsis comparable al Life’s Worth Losing It (2006) de George Carlin o el Live on the Sunset Strip (1982) de Richard Pryor -tal vez los dos espectáculos cumbre de la comedia oscura o trágica-, y que grabado y editado oportunamente por Louis CK bajo el nombre de Live -que en este caso, como Notaro aclara, no quiere decir “en vivo” sino “vive”-, se convirtió en un inesperado éxito de ventas, propulsando a Notaro a esa primera línea de la comedia estadounidense que hasta ese momento le resultaba esquiva y, también como consecuencia, haciéndola protagonista de este documental de Netflix que prueba que si existe algún dios, entonces tiene un perverso sentido del humor.

El show del cáncer

Tig, el documental, ignora casi por completo las dos primeras décadas de Notaro como comediante y va directamente a su primera crisis de salud, para avanzar rápidamente hacia ese ya legendario show de Largo y pasar luego a la actualidad de la comediante. Con su cáncer en remisión y sin señales de querer volver, Notaro parece estar atravesando un período extrañamente luminoso de su vida, convertida finalmente en una estrella y una artista respetada, acompañada de su novia Stephanie -a quien describe como el amor de su vida-, y en vías de adoptar un niño. Notaro es una entrevistada encantadora (al igual que su novia), pero que mantiene fuera del escenario ese raro distanciamiento que caracteriza sus shows, lo cual es todo un plus teniendo en cuenta el dramatismo de los hechos que narra, que podrían transformar el documental en una experiencia excesivamente emocional con una narradora con menos autocontrol, pero a pesar de esto el enfoque de Tig es eminentemente emocional.

La historia que se narra es, evidentemente, excepcional y conmovedora, y plantea toda una serie de preguntas (y algunas respuestas) acerca de la relación entre el arte y la vida privada, pero posiblemente menos de las que debería. En cierta forma, Tig prefiere contar “una historia de vida” antes que la historia de la vida de una artista. Los fragmentos de las rutinas de Notaro son escasos y están focalizados en sus referencias a la enfermedad, reforzando algo que la propia comediante ve con desconfianza: su conversión de ser una comediante extraña y en ascenso a volverse “la” comediante del cáncer, el ejemplo de cómo convertir lo terrible en una creatividad exitosa. Aun teniendo en cuenta que la historia a contar está (afortunadamente) inconclusa, el film de Netflix sólo ronda los aspectos más positivos y ejemplares de esta segunda vida de Notaro, y -voluntaria o involuntariamente- la reduce un poco a la mera supervivencia de la enfermedad que casi la mata, buscando lo conmovedor por encima de la parálisis creativa de que un artista quede fijoen un momento crucial de su vida. La cámara muestra a Notaro y a su novia en su nueva mansión y cierra con una nota de felicidad material el documental, pero no se detiene a preguntarle en profundidad a la comediante acerca de este rol accidental lleno de luces y sombras, que evidentemente cambió su individuación creativa para siempre. De cualquier forma es una de las pocas aproximaciones actuales accesibles en la red al trabajo de Notaro; hay otros dos documentales dedicados a su figura (incluyendo uno, claro está, de HBO) que tal vez ahonden más en lo excepcional de su trabajo y no en lo dolorosamente común de sus problemas de salud. Tig se dedica a los aspectos más llamativos y de fácil empatía, pero tampoco es algo realmente reprochable ya que al final de cuentas lo que irradia es, esencialmente, una enorme voluntad de vida.