-El primer disco de La Tríada, editado en 2006, era completamente instrumental; en cambio, en Sayago hay sólo cuatro temas sin canto. ¿A qué se debe el cambio?

-Para aquel disco nos llamó [el sello] Bizarro, que en principio quería mostrar el trabajo de una batería de murga a los turistas que venían y preguntaban. Así arrancó y fue todo instrumental, con tres invitados: Hugo Fattoruso, Alberto Magnone y [Edú] Pitufo Lombardo. Después quisimos mantener las estructuras rítmicas que habíamos mostrado ahí; empezamos a trabajar sobre un montón de bases que teníamos guardadas, de hacía años, y nos pareció que estaba bueno empezar a decir cosas, poder armar canciones. Fue una locura; empezar a juntar música que había compuesto, más algunas cosas que había escrito Batata [Gerardo Cánepa]. Lolito [Pablo Iribarne], por su parte, nos dijo: “Yo no quiero escribir, pero armo estructuras rítmicas”. Así fuimos repartiendo el laburo, hasta que le fui con todas esas músicas y pedazos de letras a Andrés Arnicho, que fue la cabeza musical de este disco; se empezó a meter y le gustó la idea. Empezó a hacer toda la producción musical y a armar los temas, y así se encaminó el disco.

-Vos tocás el redoblante. ¿Con qué instrumento componés?

-Me compré una computadora, y con ella y el piano empecé a tirar melodías y a escribir cosas mías, que me daba mucha vergüenza mostrárselas a Arnicho. Pero, bueno, eran tantas las ganas de mostrar el trabajo y sacar un disco que la vergüenza quedó de lado. Obviamente, era algo muy rudimentario. Andrés fue el encargado de convertirlo en canciones con arreglos.

-De los instrumentales me llamó la atención “Cuplé”, que dura diez minutos y transita por distintas intensidades. Es como un “Moby Dick” de Led Zeppelin murguero.

-“Cuplé” es uno de los temas que muestran la búsqueda incesante de la batería de murga, que pasa por todos lados. Te estoy hablando no sólo de La Tríada, sino también de todas las baterías. Fue lo que siempre quisimos mostrar: el trabajo de la batería de murga sin el coro, que es muy importante y poca gente conoce. Es la banda sonora de la murga. Por más que la función básica de la batería es el acompañamiento -y por eso tiene que estar un escalón por debajo del coro, sí o sí-, también es el colchón de todo lo que pasa ahí adentro, de los arreglos musicales. “Cuplé” sintetiza eso: la búsqueda de tomar otros estilos musicales y hacerlos con redoblante, bombo y platillos.

-La canción “Contrafarsa”, que compusiste junto con Arnicho, dice: “Es la murga de ayer la que siempre te canta, / alegría y dolor, por siempre Contrafarsa”. ¿Extrañás aquella experiencia?

-Creo que todos la extrañamos un poco. Ahora capaz que por medio de la Sayago Murga Band, que es una formación que arrancó el año pasado, despuntamos un poco el vicio de cantar los temas de Contrafarsa. Pero siempre se extraña, porque nosotros nacimos ahí, fuimos fundadores de El Firulete, cuando teníamos diez años, en el 80.

-Hace diez años que Contrafarsa no sale en carnaval. ¿Por qué?

-Hubo diferentes cuestiones. Puede ser por cansancio, de compartir tantos años y tratar de armar espectáculos que cada año fueran mejores. Hay un desgaste lógico. Además de que algunos componentes empezaron a tener actividades propias, como Pitufo Lombardo cantando y Marcel Keoroglian como humorista.

-En la actualidad el carnaval es más profesional. ¿Cómo lo ves desde el punto de vista artístico?

-Hay de todo un poco; de cal y de arena. Por el lado de la tecnología se han logrado muchísimas cosas buenas, que la murga también supo aprovechar. Después, en cuanto a los espectáculos, nosotros mamamos toda esa historia de cuando había 1.000 murgas: las de la Unión, las de La Teja, etcétera, que hoy por hoy casi que no se ven, y también hay muchísimos menos tablados. Obviamente, hay una serie de factores que no entiendo, porque no estoy en ese tema, pero me encantaría volver a aquella época, con más tablados y más murgas. Por otra parte, los espectáculos han cambiado: de tener un personaje central en cada cuplé a mantener un hilo conductor del espectáculo.

-En “Canción final” hablás de la esquina como lugar de encuentro; la relaciono con “Sueños de niño”, otra de Sayago, porque ambas desprenden nostalgia.

-Hay mucho de nostalgia, y hay mucho del barrio, de Sayago. “Sueños de niño” surgió en 2003, cuando nació mi hijo. La arranqué y quedó por la mitad, hasta que nos juntamos con Andrés [Arnicho], que con su esposa estaban embarazados, y empezó a escribir la otra parte de la letra, que es espectacular.

-Así como decías que hoy hay menos tablados, ya no es tan habitual la esquina como lugar de encuentro de niños y adolescentes.

-Sí, creo que eso se perdió, aunque capaz que sigue existiendo y es que uno va creciendo, se va poniendo más veterano y ya no lo vive. Pero me acuerdo de muchas noches y madrugadas en la esquina del barrio, compartiendo con amigos. Todo sano: quedarnos hasta las 5.00 hablando boludeces, riendo.

-En “Marcha camión” hablás de la identidad.

-Sí, porque muchos peleamos para que este ritmo fuera reconocido formalmente como patrimonio cultural de todos los uruguayos. Hacíamos desfiles y encuentros de baterías de murga pidiendo eso. Se luchó bastante, porque todo en este país demora, pero finalmente se logró. El tema de la identidad es el respeto hacia nuestros referentes. Ahora existen talleres de murga; antes no había: aprendías en el tablado, tocando en el tablón, te ibas para tu casa y tratabas de reproducirlo, o marchabas. Es el respeto por la base y la identidad, por esos que nosotros veíamos; por suerte, algunos están vivos.

-La Tríada llegó a compartir escenario con el baterista estadounidense Joey Baron, que tocó con medio mundo, desde David Bowie hasta Michael Jackson.

-Ese fue casi el bautismo de La Tríada, en 2002, cuando la Escuela Universitaria de Música hizo el Festival de Percusión en la sala Zitarrosa y nos invitó, como batería de Contrafarsa, para hacer algo de 20 minutos. Entonces nos pusimos las pilas y nos presentamos. Ahí estaba ese baterista, y antes de subir nos dijeron: “Joey Baron quiere improvisar con ustedes”. Lo que salió fue espectacular, lo tenemos grabado.

-¿Estudiaste música?

-Estudié tres años de percusión sinfónica con un maestro de la Filarmónica [de Montevideo], Héctor Schiaffino, que te abre la cabeza para otro lado. También estudié con Osvaldo Fattoruso y Sergio Tulbovitz. Después, eso lo volcás a lo que más usás, que en mi caso es la murga. El redoblante sinfónico lleva una técnica, pero hay tipos que fueron mis referentes, como [Ramón] Cuita Correa, que capaz que no sabe leer música, pero su manera de tocar no la tiene nadie; te eriza la piel. Ronald Arismendi, que es conocido y sigue tocando, también. Son músicos, dueños de un toque que es de ellos, y producen cosas que no se estudian en ningún lado, quizá más que cualquier académico. Es la calle. La batería de murga es eso, la calle.