-¿Una cocacola?
-Así como me ves, ahora con una cocacola. Antes podía beberme al hilo 30 carajillos de anís. Cuando hice un largo monólogo de 100 minutos sobre mi vida, recordé muchísimo esas cosas. Pero, en verdad, para mí fue una obra de teatro y una forma de promocionar mis novelas. Siempre he sido muy activo, antes más que nada por las drogas: dormía muy poco, y para hacerlo necesitaba ocho inductores de sueño, cuatro me los esnifaba y cuatro me los comía, y así podía dormir cuatro horitas. Porque la Policía no descansa, nosotros somos los que dormimos. Piensa que cuando eres delincuente profesional tienes que estar atento. Tío, la cárcel es una cosa más, pero no puedes estar predispuesto a morir. La gente que hace daño por robar o porque le da placer tiene una patología.
-Pediste para conocer una cárcel uruguaya.
-En general, tengo un mensaje de vida. En el mundo entero, todo es una mierda. Y todo es queja y más queja. Pero cuando estás pagando mínimamente tu hipoteca tienes mucha suerte. Por eso soy muy positivo, ¿vale? Piensa que he salido de la mierda. Cuando abro los ojos por la mañana me río, porque antes, para moverme necesitaba de todo: coca, caballo [heroína] y más. Ahora puedo hacer lo que quiera. Y a lo mejor tengo una filosofía diferente porque he estado 14 años en una cárcel conviviendo con 11 tíos en una celda, viéndonos mientras dormíamos y cagábamos. Tienes una psicología que en general los demás no tienen. A mí el dinero no me dio la felicidad; me dio prostitutas y me dio enfermedades. Lo pasé muy bien, pero la felicidad no me la dio.
-Te llamás igual que el héroe del mayo francés.
-Sí, es un guiño, porque yo me llamo Daniel Rojo. Cuando me metí en el mundo de la música con Loquillo, [Andrés] Calamaro y demás, era un ex delincuente conocido como uno de los mejores atracadores, entonces me llamé así. Mis acciones durante estos 19 años son distintas, tú ves que no tomo, pero puedes hacer lo que quieras. El uso de cualquier sustancia -a no ser que sea veneno-, como la cerveza, el whisky o el vino, que nos pueden alegrar un poco, está muy bien. El problema viene con el hábito y el abuso, que lo hacemos nosotros, no las drogas. Ellas nos han salvado mucho, como los medicamentos, por ejemplo. Nosotros hacemos mal uso de ellas, que en general provienen de la naturaleza, como el cannabis, el opio y la coca, que nacen solos. Son plantas que están ahí, y yo no creo en Dios pero sí en la naturaleza. Y si están será para que sepamos de ellas; por ejemplo, gracias a su uso no hay dolor en el cáncer. Después vienen los intereses creados por los narcos. Hay que legalizar todo y verás que no hay más problemas. Mi niño no irá a la farmacia a comprar nada porque es una farmacia. Los jóvenes van a buscar la rebeldía; si no, no son chavales. Eso es lo que doy a entender en mi primera novela. Porque siempre parece que la delincuencia proviene de un estrato bajo. Ahora ya no se puede decir eso, porque sabemos dónde están los mayores, pero hace años se creía que sólo se daba en familias disfuncionales, en la marginalidad, en la periferia, cuando en los mejores barrios he conocido las peores cosas. Yo empecé a picarme heroína en los mejores barrios de Barcelona. Esos niños podían ir a Tailandia a coger heroína.
-Has dicho que eras un crack atracando. ¿Cuál era tu marca?
-En los atracos yo me he peleado con mis amigos, porque creía que asustando a los civiles no se lograba nada, o todo lo contrario: me tenía que preocupar por los civiles, por los del banco y porque no nos llegara la Policía. Yo entraba al banco diciendo: “Todo el mundo quieto. Si nadie se mueve no les va a pasar nada. Yo sólo vengo a robar el banco. Caballero, no se tape el reloj que no se lo vamos a coger”. Cosas así tranquilizan a esos tíos, porque imagina que llegan dos tipos sudando, con unos cuchillos... y si todavía los asustas más, siempre puede salir un valiente y pasar cualquier cosa. Es que siempre he sido bueno. Que tenía una percepción diferente de cómo jalarme el dinero, sí, pero te garantizo que sin ir haciendo daño. Por eso puedo ir tan bien, con la cabeza en alto. Estoy muy orgulloso de lo que soy ahora. Y no es que esté orgulloso de mi pasado, pero uno es lo que ha vivido. Si reniego de mi pasado estoy renegando de mí. Cuando empecé a robar enseguida me di cuenta de que me gustaba vivir bien, vestirme, comer, tener un techo. Para eso tenía que hacer muchos robos. Supe sumar 2+2; el dinero está en los bancos, y a los 16 años ya estaba haciéndolo. Para mí fue muy fácil, y por eso digo que lo fácil ya lo hice, como drogarme y atracar bancos. Ahora hace 19 años que estoy haciendo lo difícil: estar limpio y mantener una familia. A veces me dicen: “Qué jodida la cárcel”. Sí, lo fue, pero lo jodido es vivir con 1.000 euros al mes, mantener a tus hijos y pagar los colegios. Cuando me preguntan si me arrepiento, ¿cómo me voy a arrepentir? Con la actitud que han tenido los bancos en estos últimos 15 años, me arrepiento de no haberles robado en euros sino en pesetas. Una cosa es que luego sepas lo que es bueno y lo que es malo, pero de eso no me puedo arrepentir. Si yo hubiera estado pegándole a alguien, o para quitarte un anillo te hubiera quitado un dedo, no sería un ladrón, sino un psicópata hijo de puta. Y no estaría aquí.
-¿Cómo es que uno decide robar un banco?
-Mira, lo cuestión es cómo empezar a robar, porque así te enganchas. A mí no me criaron para ser delincuente o drogadicto. Eso tuvo que ver, también, con una situación en la que se encontraba mi país. Recién terminábamos una terrible dictadura. Yo canté el “Cara al sol” en el colegio para poder bajar al patio. Y antes de irte del colegio debías rezar el rosario. ¿Por qué te crees que soy anticatólico? Cuando se fue [Francisco] Franco nos empezaron a llegar otras influencias, e inmigrantes de todas partes. Y en lo cultural ni que hablar, todas nuestras vivencias han sido con censura. No hemos escuchado a los Beatles en directo; nunca hemos visto la versión original. Ahora en España tenemos un gran problema, porque hay una maquinaria industrial de doblaje que es muy buena, pero que viene de una herencia de censura muy fuerte y muy radical. Es como la monarquía. ¿Cómo es que todavía le estamos pagando a ese tío? Hay cosas que nos las metieron por la cara, y yo me rebelo contra eso.
-¿Cómo viviste la transición, a los 13 años?
-Empecé a leer a William Burroughs, a escuchar a Patti Smith, Lou Reed, David Bowie. Y claro, todo era positivo. Las adicciones vienen por percepciones, y si la percepción es positiva, quieres ser así. Esto no es una excusa: para mi padre, que yo haya salido drogado y delincuente fue un deshonor.
-No te visitó en la cárcel.
-Eso no lo tengo en cuenta. Hace 19 años, cuando salí, decidí no enfadarme. Y muchas otras cosas, además de dejar de drogarme. Es un ejercicio que tienes que hacer, pero en mí ya es inconsciente. También es ponerte en la piel de los demás, y las víctimas son los familiares. Uno se enfada cuando lo toma mal, porque no lo comprende. El ejemplo brutal son los terroristas. Ponte en el lugar de un palestino que tiene piedras y arena donde plantar, y nada de comida para sus hijos. Y encima te están bombardeando. A lo mejor si tú vivieras ahí te la verías más gorda. Ya no me enfado, y los comprendo aunque no lo comparta. Hace poquito, cuando lo de [Charlie] Hebdo, se dio una masacre total hacia los musulmanes. Señores, ¡que han sido unos fanáticos! Y no soy nada pro musulmán. Si un grupo fundamentalista católico hace una matanza así, no me siento responsable. Vayamos al delito y no al grupo de quienes lo cometieron.
-Has reclamado que se juzgue a los torturadores y has afirmado que se logró la democracia renunciando a la justicia. ¿A qué te referís?
-Logramos la democracia a cambio de bajarnos los pantalones. Estoy contento con que los ciudadanos hayan dado una hostia al PP [Partido Popular] y al PSOE [Partido Socialista Obrero Español], porque ya era un descaro. Ya en 1978 Felipe González ganó la mayoría absoluta diciendo no a la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte], y teníamos tres bases metidas en el país. Parece que la memoria política se olvida. Yo he sido asocial y he estado en la cárcel, pero me acuerdo de esas cosas.
-¿Creés que la cárcel puede rehabilitar?
-No. La cárcel no quiere rehabilitar. La institución penitenciaria de cualquier gobierno es un negocio. Además, en los 80 era un descaro, porque encima, como las cárceles eran políticas, se encontraron con 2.000 tíos ahí que éramos presos comunes, y encima todos enganchados con la heroína. Suerte que con los años se dieron cuenta, y entonces se hizo una cárcel rehabilitadora. Si sabes que 98% de los presos están por toxicomanía, es necesario trabajar el tema. Empezaron a incluir psicólogas terapeutas y reestructuración cognitiva. Si te apuntabas a esos cursos, ya estabas “demostrando” que querías irte de la droga, y entonces te daban segundo grado, podías pedir permisos. Y si hacías los tres niveles de toxicomanía, te daban como premio una salida terapéutica a la calle, y el segundo premio, si volvías, eran tres días de permiso. Te tienen cogido, ésa es la rehabilitación. Hasta que no se llega a ese punto, es muy difícil que una cárcel sea rehabilitadora. Ahí siempre están los psicólogos peleando con nosotros. A ellos siempre en mis novelas les digo chapeau, porque saben que van a oír mentiras en 99%, de tipos que lo que quieren es salir a la calle y no dejar las drogas.
-También en la literatura fuiste transgresor. Los policiales suelen estar protagonizados por detectives o periodistas judiciales, no por delincuentes.
-En primer lugar, [la editorial] Planeta me lo ofreció así: un policial protagonizado por un delincuente. En los medios se me conoce porque he acompañado a artistas por más de diez años. Y cuando me veían decían: “¿Éste no es el que venía detrás de Calamaro?”. Como vieron que mis novelas no eran una apología de la droga o el delito, me han llevado a todas partes. La transgresión es que el protagonista es un antihéroe delincuente, algo que no se ha desarrollado mucho en España. En América sí hay historias del estilo, como la del forajido Jesse James o la de Edward Bunker, el escritor y ex delincuente que trabajó en Reservoir Dogs, de [Quentin] Tarantino.
-Empezaste como narrador oral, cuando la gente pedía que contaras historias, y después lo hiciste para un escritor, Lluc Oliveras.
-Un día estaba en una reunión en la que empezaron a hablar de que harían un documental periodístico sobre atracadores. Eran unos productores de Guerrilla Films -vaya nombre- y trabajaban para TV3. Participé como un atracador catalán reinsertado y conocí a Lluc, que era guionista. Él me vino con 60 páginas y me dijo: “Esto es lo que podría ser tu novela”. “¿Cómo ‘mi novela’?”, le pregunté. Y ahí me explicó que era necesario escribirlo; ése fue el impulso. Cuando contaba cosas veía que la gente se quedaba atontada, pero sólo pensaba que era buen narrador o cuentacuentos. Era algo que ya hacía en la cárcel, porque me había enamorado de la lectura, y como había muchos analfabetos me dedicaba a leerles a los demás. Allí aprendí muchas cosas. En 14 años de cárcel leí muchísimo, La conjura de los necios [John Kennedy Toole, 1980] y todo lo que fuera de 1.000 páginas, como [León] Tolstoi, o libros de historia, evolución, religión, antropología. Con Lluc trabajé mucho en mis primeras tres novelas, sobre todo porque escribo a mano, más allá de que para mí escribir se vuelve fácil porque sólo tengo que recordar mis vivencias. Así creé a Hugo el Tiburón, que mide 1,90, como yo. Cuando tienes personaje y argumento, crear es más fácil.
-¿Te identificás como escritor?
-Ahora sí, porque ya he escrito tres novelas. Lo único que no me atrevo a decir es que sea un buen escritor, pero en la novela negra escribo de lo que sé. Creo que por mi condición de enfermo de cáncer, de enfermo de anticuerpos del sida y de ex delincuente, por todas esas cosas, puedo ser políticamente incorrecto. Y como no quiero ganar un premio Cervantes -que un escritor de verdad buscaría-, no voy de filólogo o de clasista, de esos que buscan palabras que nadie comprende. Por más que algunos me cataloguen como el Edward Bunker español, a mí escribir me da la estabilidad de saber dónde estoy.