-Sos hija de inmigrantes austríacos y de Peñarol. ¿Cómo se dio ese cruce?

-Mi padre vino en 1937 y mi madre en 1938. Ella venía escapando de Viena: su padre era un socialdemócrata que trabajó en el gobierno hasta 1934, cuando se tuvieron que ir. Antes de llegar, mi abuelo materno estudió las constituciones de Brasil, Argentina, Paraguay, Chile y Uruguay, porque quería que sus nietos vivieran en democracia, y resolvió que la uruguaya era la más evolucionada. En cuanto a mi padre, para que veas con qué ganas vino a Uruguay, apenas bajó del barco le pidió a un hermano suyo, que ya estaba viviendo acá, que lo llevara a la sede de Peñarol para hacerse socio, porque lo había visto jugar en Austria. Así que yo nací tatuada.

-Sos la mujer más asociada al “candombe beat”, y en tus primeros conciertos ya fuiste elogiada por la prensa. ¿Cómo viviste ese proceso?

-De forma inconsciente. Nunca me pareció que iba a ser conocida ni nada de eso. Cuando hacíamos los “conciertos beat”[1966] nos divertíamos. Ocurría algo que ya no sucede: había críticos de música que publicaban sus comentarios después de los shows. ¿Ahora cuántas veces, después de un show, ves una crítica? Me apena, porque los artistas necesitamos una devolución para mejorar, para crecer. Pero bueno, nos gustaba mezclar humor negro con un cuarteto de cuerdas, y tocar música barroca, y rock, y bossa nova, y “candombe beat”.

-A la vez, cambiaban el concepto de lo artístico...

-Sí, estábamos desolemnizando y desacralizando el propio Solís, por ejemplo. Pero mi padre decía “¡una artista!”.

-Decidiste cambiar de apellido.

-No me quedó otra: él no quería que cantara, pero no iba a dejar de hacerlo por no ensuciar su nombre. Elegí el “Denoir” todo junto, para que no pareciera “de negro”. Y quedó. ¿Ves el concepto que se tenía de los artistas? Si pertenecías a lo popular y no estabas cobijado por un mecenas, era terrible; en el caso de una mujer, aunque cantara en el Solís, era como si cantara en un cabaret.

-Mateo iba a tu casa hubiera o no ensayo. ¿Cómo era eso?

-Primero venía para ensayar, y sus conciertos fueron una especie de fiebre que empezó a crecer. En cada uno queríamos cambiar de repertorio, y había que hacerlo en menos de un mes. Después vinieron Punta del Este y la TV, era una suerte de dinámica acelerada. Él venía siempre y ensayábamos. Yo le decía: “Mirá este tema, che”. Eso de mostrarnos cosas estaba instalado en la rutina, fuera brasileño, francés, jazz. Los “conciertos beat” eran muy buenos y particulares, con una propuesta y la idea clara de que era necesario buscar calidad.

-Él ya componía en esa época.

-Sí. En inglés, porque tenía un grupo de rock. En español empezó a componer en el año siguiente a los “conciertos beat”.

-¿Cómo te llevás con esa etiqueta de “musa de Mateo”?

-Te diría que por un ratito todavía, pero ya se está convirtiendo en una carga. Y no es por Mateo, sino por el término. No creo que sea tan importante haber sido una fuente de inspiración de alguien. Y tal vez una misma, sin inspirar a nadie, puede tener un peso específico. De Mateo no me puedo desprender, porque lo que compuso tiene tanta vigencia y tanta actualidad... Incluso hago temas que no canté con él, como “Quién te viera” y “Tras de ti”. Es un tipo de un vanguardismo y una vigencia impresionantes. Pero lo de musa, ya no. Aunque capaz que les sirve a los jóvenes como referencia.

-En las notas siempre te preguntan si ustedes anduvieron juntos y respondés de forma lacónica.

-No, los dos estábamos ennoviados. Aunque él era muy pillo.

-¿En qué sentido?

-Con Nancy [la novia de Mateo entonces] se amigaban y se peleaban. Y anduvo cortejándome, pero no le fue bien; sólo me robó un beso. Eso nunca afectó nuestra relación diaria y musical, y tampoco esa empatía y esa sociedad que tuvimos. Pero sí, era picarón y mujeriego, y a la vez muy seductor. [Ruben] Rada también.

-¿Ah, sí?

-Sí, los dos a la vez, y a Rada le gustaba mi hermana. Pero picoteaban con cualquiera.

-Vos y Mateo conocieron a Astor Piazzolla en Punta del Este.

-Cuando salimos del “concierto beat” estaba Piazzolla esperándonos a nosotros dos. No lo podíamos creer, porque antes yo iba a Buenos Aires sólo para verlo a él con su cuarteto. “Muchachos, los quiero felicitar porque me gustó mucho”, nos dijo, y para nosotros era como si fuera Paul McCartney. Lo invitamos a donde nos quedábamos, y ahí estuvimos hasta las seis de la mañana. Fue un encuentro muy lindo, muy sincero y muy de verdad, pero sobre todo musical. Él me decía: “Dale, animate, subí la voz. No seas cagona”. Después, cuando iba a Buenos Aires lo llamaba. Cuando grabé allá mi primer disco, y él ya no estaba en Argentina, pedí que el violinista fuera [Antonio] Agri.

-En 1972 se editó ese disco, después de un buen tiempo de haberlo grabado.

-Sí, y ya era todo en español. En esa época no pensábamos tanto en hacer discos, aunque grabábamos para la televisión, donde siempre había un espacio para la música nacional. No era que incluyeran una cancioncita al final de un programa, como ahora. Aquello no era promoción, sino un espacio dedicado a la música nacional; era otro concepto.

-En una entrevista que te hizo Elina Berro para Marcha te preguntó por qué cantabas en francés y vos le respondiste que el español no se prestaba para lo moderno: “Sería lógico [cantar en español], pero sería feo de oír”.

-¿Eso dije? En esa época yo cantaba canción francesa, temas que no se habían traducido y que eran muy especiales, y cantaba bossa nova, que en español nunca la vi. En francés sí queda muy bien, porque es muy dulce. La bossa nova canta lo cotidiano, y de hecho yo he tratado de traducirla, pero no es lo mismo, como cuando se tradujo a Chico Buarque. Creo que el español dice bien muchos otros géneros, como el bolero, que es desgarrador. Con la cotidianidad es diferente, aunque el tango tenga mucho que ver con ella. Pero ahora canto sobre todo en español. Es más fácil componer en español que traducir las composiciones en portugués. Y a Mateo traducido al inglés no lo veo... Una obra natural no es necesariamente fácil de traducir, pero es cierto que la gente tiene que entender lo que uno dice.

-Por esos años empezaste a cambiar tu impronta, con canciones más comprometidas políticamente.

-Fue parte de mi evolución, y la realidad de Uruguay había empezado a cambiar. Vivíamos en un país ejemplar y democrático, donde la Policía te cuidaba, y de repente pasamos a las Medidas Prontas de Seguridad, empezaron a meter gente presa, a matar estudiantes. Me golpeó mucho cuando mataron a Líber Arce. El intérprete es un comunicador, y por eso es lógico que transmitas lo que ves.

-¿Militabas a nivel partidario?

-Cuando volví de Europa, antes no. En 1971 integré el Frente Amplio, que se acababa de formar. Ahí fue cuando comencé a cambiar el repertorio. Y Mateo no me acompañó, no por no tener un interés político, sino porque ese tipo de canciones no le interesaba. Lo de él era una crítica más musical que ideológica. En 1974 me fui a Argentina, donde después me requirieron como sediciosa, y terminé yéndome a Venezuela.

-Esa vida errante, ¿cómo fue en términos musicales?

-Siempre me interesó la música de cada lugar al que fui. Primero trabajando como musicalizadora en la Universidad Nacional de Venezuela, y después recorriendo otros países, donde conocí muchas expresiones distintas. El mundo trata de que vayas hacia el anonimato, pero creo que hay jóvenes que entienden eso y están tratando de revertirlo. A mí me siguen preocupando mucho ciertos temas, y es necesario apoyarlos. Si no, ¿qué más queda?