Soy fotógrafo que trabaja en prensa: mi modo de vida es ser reportero gráfico. Trabajo profesionalmente desde 1983 y la primera nota por la que cobré fue realizada en el acto del 1º de mayo de ese año. En 1991 formé el equipo de fotógrafos de El Observador, que marcó una nueva era del periodismo diario y apadrinó a toda una generación de la que hoy aprendo. En 1992 le propuse a ese medio sumar a mi cargo el de editor, como se hacía en los grandes diarios del mundo, por lo que fui el primer editor fotográfico en el país.

Desde este lugar, lo primero que me gustaría hacerle notar al colega Adrián Mariotti* es que los fotógrafos de prensa no se desprenden de la noticia, ni acá ni en ninguna parte del mundo, del mismo modo en que no lo pueden hacer los redactores. Eso de que estamos subordinados a la palabra no es así. Estamos subordinados a la noticia. Y cuando tenemos informes interesantes para hacer, en general poseemos la independencia para brindar nuestra propia mirada. Es cierto que no queda mucho espacio para las iniciativas personales, pero tampoco lo tienen los redactores.

Sin embargo, en los últimos 30 años las cosas han mejorado en una forma increíble para el fotoperiodismo, por lo menos en Uruguay. Los fotógrafos clásicos de diarios como El Día, El País, La Mañana y El Diario se reían de la forma en que trabajábamos “los nuevos”. Recuerdo llegar a una nota y a alguno de ellos diciéndome “tirate al piso para sacar una de esas fotos raras tuyas”. No se dónde están ahora, pero sé dónde estoy yo. No cedimos nada dentro de las redacciones: ganamos espacios y respeto. Adrián no lo menciona, pero en el encuentro organizado por el Centro de Fotografía (CdF) al que se refiere, sí mencionó algo de esto Marcelo Pereira, ex director periodístico de la diaria: las secciones de fotografía de los diarios clásicos siempre estaban en el altillo o el sótano, bien apartadas de las redacciones. Cuando se necesitaba una foto, llamaban a la sección y usualmente atendía el que siempre estaba, el impresor. Le pedían “de tal nota haceme una a 15 cm de base”. Imaginen el resultado. Hoy, en general la sección de fotografía está dentro de la redacción y el editor participa, opina y decide sobre los contenidos, las coberturas y la foto de tapa.

La vida profesional fuera de los medios tuvimos y tenemos que crearla nosotros. Mucha razón tuvo Javier Calvelo cuando, en ese mismo encuentro, dijo que los que están en crisis son los medios, que aún no entienden cuál será su lugar. Tras la irrupción de internet, algunos piensan que están haciendo un nuevo periodismo y en realidad hacen un periodismo desesperado, inmediato, descuidado, y lo transfieren a todos los formatos, incluso al papel.

La forma profesional de trabajar debería ser estando informado, leyendo, preguntando, con humildad, averiguando quién es nuestro entrevistado, cuál es el contexto de los hechos que vamos a cubrir. Y, como dije en el encuentro del CdF, no sólo tener el sentido común de interactuar con las personas involucradas, sino además saber quiénes son, de qué viven, qué hacen. Somos ante todo comunicadores, mediadores entre los lectores y la información, y debemos tener la honestidad de que la historia que contemos esté lo menos teñida posible por nuestras propias opiniones, pero trabajar detrás de la cámara y en silencio no era ni es fotoperiodismo. Es otra cosa.

Adrián menciona al pasar que yo motivo a los redactores a sacar fotos con su celular. Por supuesto que lo hago, del mismo modo que saco y filmo con celular continuamente, porque eso me permite hacer cosas que diez años atrás eran imposibles. Contar historias de una forma nueva, fresca, espontánea. Respecto de los redactores, si ellos sacan fotos, marcan el piso desde el que debemos partir los reporteros gráficos. Si vamos a una conferencia de prensa y hacemos tomas de “cabezas parlantes” no estamos trabajando como profesionales de la imagen. Y si nos podemos desprender de notas intrascendentes y poner más energía en notas más sustanciales, ¿por qué no motivarlos?

La parte de la profesión que está en crisis no está marcada por las nuevas herramientas. No quiero dejarlas de lado, quiero incursionar en ellas. Mi cámara me permite el lenguaje de la imagen en movimiento y sonido de calidad. El foto-video-periodismo no nos esclaviza, nos da libertad de investigar en nuevas modalidades para mostrar lo que hacemos mezclando foto fija, video y audio. Esto no lo aprendo para el medio donde hoy trabajo: lo aprendo para mí.

Creo que hay una confusión en Mariotti cuando habla de que debemos ser “protagonistas de los procesos sociales”. Yo no me siento ni quiero ser protagonista de nada: soy testigo y le cuento la historia a alguien que me cree. Los periodistas no cambiamos nada, los que están informados son los protagonistas de los cambios. Tampoco entiendo lo de la “objeción de conciencia”. En lo que llevo en este oficio nunca la tuve ni debí aclarársela al medio en que estuviera trabajando. Y trabajé para semanarios y diarios de todo pelo y color. No soy el ojo del amo. Soy un profesional que saca fotos, que elige fotos de otros para ilustrar notas, con la decencia del que trata de saber de qué va la noticia para poner la mejor foto posible. Tampoco creo en el concepto del “periodista militante”. Es un oxímoron, una contradicción en sí misma. Si salgo a la calle creyendo que sé de antemano quiénes son los buenos, corro el riesgo de hacer la vista gorda ante hechos que dejen mal parados a los amigos o favorezcan a los enemigos.

Mariotti tiene mucha razón en cuanto al modelo de comercialización de nuestras imágenes. Los fotoperiodistas todavía no encontramos nuestro lugar. No sé si el cooperativismo le permite a Adrián vivir enteramente de la fotografía, y aunque así fuera no creo que ésa sea una solución universal. Cuando moderé una charla en el evento San José Foto, con Walter Astrada y Marcos López, el primero dijo algo parecido a lo que dice Adrián sobre la falta de visión comercial de los fotoperiodistas. Habló de la Asociación de Fotorreporteros de Bodas de Estados Unidos como ejemplo de un gremio, el de los fotógrafos de sociales, que había generado un nuevo nicho de comercialización para sus trabajos y agregado dignidad a su profesión.

No estoy ni quiero estar en un casillero corporativo, tratando de defender un statu quo ante los cambios que vienen. No voy a ser el cadáver de esta revolución. Quiero aprender, hacer cosas nuevas y discutir mucho sobre nuestra profesión y nuestro trabajo.

*Respondo a una columna con el mismo título publicada en la diaria el 10 de agosto.