Sibyla Vaine se formó hace más de una década bajo la tutela de Orlando Fernández, ex Cadáveres Ilustres y actual bajista de Buitres. El peculiar nombre de la banda se inspiró en el personaje Sibyl Vane, de El retrato de Dorian Gray. Debutó en 2003 con un EP (como un LP pero más corto, señora) que contenía la canción “Milagros”, más tarde versionada por Buenos Muchachos para su disco Uno con uno y así sucesivamente, de 2006 (Marcelo y Alejandro Fernández -mejor conocido este último como Pedro Dalton- son hermanos de Orlando). En 2011 editó su primer álbum, Largas madrugadas; ahora vuelve con Tenue luz y una nueva formación: Fernández en guitarra y voz, Sebastián Codoni en guitarra y bajo, e Ignacio Lasida en batería y voz (sustituye a Nicolás Souto, también integrante de Buitres).

El nuevo disco es dueño de un sonido más crudo y directo -es decir, más rockero- que el del anterior; aquí no tienen lugar temas como “Envejecer” o la excelente “Juana”, una canción a medio camino entre reggae y ska pero de pura cepa pop. Apenas el CD empieza a girar en el reproductor de turno, en los primeros segundos de la canción que le da nombre al disco suena un riff a dos guitarras con distorsión podrida, que plantea parte de las intenciones del álbum. El riff -de tres acordes- es de los que parece que arrancan con todo y que se van a comer la cancha, pero al final no terminan de redondear y se quedan ahí, como esas cañitas voladoras de dudosa procedencia que se alborotan dentro de la botella y luego caen bobonas a medio metro, para decepción de los botijas. Ni el aporreo de la batería ni un par de punteos nos salvan de la frustración. Pero cuando en el estribillo aparece un típico corito “Na na na na...”, caemos en la cuenta de que la veta popera de Sibyla Vaine sigue estando. Y es la que le va mejor.

Un riff mucho más certero y redondo (para ejemplificar el concepto de “redondez”: el riff redondo por excelencia es el de “Sunshine of Your Love”, de Cream) suena en “Y después”, una de las mejores canciones del disco -y primer corte de difusión-, que tiene una llevada de ribetes rockabilly sobre la que Fernández canta que le rompió el corazón y le destruyó la emoción a una mujer; eso siempre es rockero. El gran momento del tema es el inesperado break instrumental, en el que irrumpe un obsesivo y afilado punteo, cañita voladora que sí estalla por lo alto. El mismo efecto logra el solo -tocado con gran sustain- de una especie de power ballad titulada “Sonic”.

Quizá la mejor la canción de Tenue luz sea “Almas gemelas”, en la que canta como invitado el español Jaime Urrutia (ex líder de Gabinete Caligari). Por la atmósfera instrumental (el arpegio minimalista y las guitarras eléctricas limpias) y algunas inflexiones melódicas, la canción desprende aires de Buenos Muchachos, que se vuelven un chijete de novela en el estribillo: “Llueve de día y de noche parece estar muy bien. / Risas y encantos que vuelven de pronto a suceder. / Almas gemelas”. La letra está acreditada al grupo con la colaboración de Garo Arakelian, ex guitarrista de La Trampa y ahora solista.

Si se le presta atención al folleto, se puede concluir sin mucho esfuerzo que es en las letras donde está la parte más floja del disco. En algunas canciones se repiten palabras clave como “lluvia”, “alma”, “ansiedad”, “cielo” o “mañana”, y en la mayoría se habla de amor, pero con metáforas de primera página de compendio de figuras retóricas. “Pequeño viaje al cielo / sobre tus alas. / Claro de luna iluminó / nuestras dos almas. / Lentamente el mundo se detiene / una vez más. [...] Eres mi estrella cuando estoy / perdido y triste”, dice “El viaje”, que se gana el premio a la frase más obvia del disco: “Y verás / que las cosas cambian / para bien o para mal”. “Fantasmas de mi barrio” parece referirse a un amor adolescente -el primero, quizá- que se recuerda con nostalgia: “Fantasmas de mi barrio / deambulan por aquí. / La plaza donde yo te vi / aquel miércoles de abril. / Las tardes bajo lluvia / cerca del viejo hotel. / El primer beso nos dejó / amargos brillos de dolor”.

Más allá de un par de las canciones mencionadas (“Y después” y “Almas gemelas”) y de algunos momentos que pueden resultar interesantes (como el solo de la coda de “Estaremos”, el riff del interludio de “Noches de ansiedad”, la batería de “Sé” o alguna que otra melodía vocal), luego de que termina el disco queda la sensación de que no pasó nada realmente memorable por nuestros oídos. En definitiva, es una tenue luz que no alcanza para iluminar la marquesina de lo mejor del rock nacional.