Pensar en las intenciones de un autor detrás de su obra suele ser un recurso que oscurece más de lo que alumbra. En primera instancia, nos lleva a hacer una labor detectivesca sobre las notas al pie que deja a lo largo de su trabajo (actividad a la que no todos los creadores son particularmente afectos), pero además, seguir ese procedimiento deja un ojo ciego sobre el hecho de que a veces uno puede querer algo que realmente no sabe o que es opuesto a su planificación consciente. Más interesante es la reflexión sobre ciertas disputas de estética y contenido en la obra -y cómo se juega esto en el entorno cultural en el que es parida-, procedimiento que tampoco garantiza una resolución del problema, pero que al menos genera un campo muchísimo más fértil de análisis y discusión.

En concreto, Nadav Lapid dice haber basado La maestra de kindergarten en un dato de su propia infancia, cuando imaginaba poemas y se los dictaba a su niñera. En el film, el pequeño Yoam comparte el talento casi innato del director, y quien recoge atentamente los restos de genialidad del prodigio es Nira, una maestra cuarentona que dedica su tiempo libre a asistir a talleres de poesía. El descubrimiento de la habilidad de Yoam la lleva a emprender una labor mesiánica, con la intención de acoger al niño y fomentar activamente su producción artística. El problema no es sólo la opacidad expresiva de Yoam (cuyos brotes de genialidad aparecen esporádicamente y sin aviso, como un rayo en medio del campo), sino también el desinterés de su padre y, en palabras de la maestra (y quizá en palabras del director, aunque éste es uno de los asuntos a tratar más adelante), un mundo que es cada vez más indiferente a la poesía en general.

3D

En toda obra sobre artistas y su arte es interesante analizar la forma en que juegan entre sí tres niveles. Primero, las ideas de artista, obra y arte que maneja el film, la novela o el material expresivo que sea. Segundo, la construcción de la obra dentro de la obra, y si dicha creación está a la altura de lo que plantea el primer punto. Finalmente, la manera en que esa obra dentro de la obra y la idea del arte en general sirven como soporte o vehículo para que se despliegue la trama. La mayoría de las películas con esta temática suele tener alguna flaqueza en, por lo menos, uno de los tres puntos. Un caso excepcional que logre realizar un nudo perfecto con estas líneas podría considerarse, casi automáticamente, una auténtica obra de arte (apurándome, uno de esos pocos casos excepcionales que se me ocurren es la obra de teatro dentro de la película Les enfants du Paradis -Marcel Carné, 1945-).

Casi invariablemente, la obra dentro de la obra suele ser el escollo más difícil de sobrellevar. La mayoría de los films resuelve la cuestión tocando el tema de forma tangencial o banalizándolo a conciencia (por ejemplo, la película superflua que sirve de escenario para los acontecimientos extracinematográficos de La noche americana (François Truffaut, 1973). Uno de los problemas más marcados en este terreno, sobre todo cuando la obra dentro de la obra es literaria, es la tendencia a que los guionistas estén más armados en lo audiovisual que en la escritura, por lo que rara vez están a la altura de lo que sugieren que sus personajes han realizado o pueden realizar (uno de los ejemplos más ridículos es el de Descubriendo a Forrester -Gus van Sant, 2000-, en la que el momento dramático y elegíaco del texto final compuesto por el joven estudiante negro presenta un material que no dista mucho de ser pomposo y de estar lleno de lugares comunes).

Curiosamente, en La maestra de kindergarten la obra dentro de la obra es bastante atendible -un particular mérito, tomando en cuenta el yermo terreno de esta categoría- y algunos de los poemas son lo suficientemente buenos para que se entienda el entusiasmo de la mujer. Sin embargo, lo problemático del film radica más bien en las ideas del arte y el artista que transmite. Cuando decimos “problemático”, el término no se debe (o ´no sólo´ se debe) a alguna miopía o error del autor, sino a cierta indefinición sobre los conceptos que maneja (una ambigüedad que no pocas veces se transforma en un punto fuerte de la historia, pero que en este caso termina por encallar). En particular, Nira (Sarit Larry) puede ser vista como un alma patética y mediocre en busca de algo que pueda darle a su vida una cuota de trascendencia nunca obtenida, pero también como una mártir, al rescate de los pocos retazos de creatividad en un mundo que quiere aplastar todo lo que se aleja de la norma.

El contenido y la forma del film siempre parecen sacarse chispas en este punto. El modo en que se registran las lecturas y los ejercicios que Nira intenta plantearle al niño para fomentar su creatividad alternan -casi en paralelo- entre lo beatífico (altamente estilizado por el director) y lo ridículamente banal (aunque hay que reconocer que algunos de estos ejercicios no se diferencian mucho de los que se proponen en ciertos talleres literarios). La señora levanta al pobre Yoam de sus siestas para alzarlo y hacerlo agacharse a distintas alturas, a fin de mostrarle las distintas perspectivas de la lluvia (desde la altura de un niño, de un adulto o de un gato). Después hace caminar a una hormiga por su brazo y le tira abstracciones complejísimas esperando que el chiquilín cace algo. En otra ocasión, intenta introducir a Yoam en las diferencias entre sefaradíes y asquenazis. En la mayoría de los casos el niño parece no estar entendiendo nada de lo que ella le plantea, y esto puede fácilmente lograr que nos ubiquemos del lado de la primera teoría, la de Nira como un personaje patético.

Sin embargo, hay un trasfondo en el que, pese a las torpezas de la maestra en su senda elegíaca, parece vislumbrarse la idea del arte como algo sublime, capaz de brotar de una forma romántica, en oposición a un mundo malvado que quiere obstruir ese proceso (una hilera de concepciones bastante demodées de la noción de obra). Es decir, un camino conflictivamente trazado entre ridiculización y romantización. Ponernos a discutir qué es lo que piensa realmente Nadav Lapid es, como se dijo antes, una labor poco provechosa; no obstante, sólo a modo de cierre, digamos que al retratar las concepciones banales de un personaje siempre se corre el riesgo de ceder uno mismo a la banalidad.

Logros y derrapes

Quizá en esas ramas de concepción de la poesía y lo poético lo más interesante sean lo performático y las diferentes versiones de lo que produce Yoam. El poema del toro y el torero se reinventa cada vez que lo lee una nueva persona (es declamado por el niño, la niñera, la maestra del kindergarten y la poeta de slam). A su manera, Lapid logra hacer un retrato variopinto, dentro de su pequeñez, del escenario poético actual. El profesor de Nira forma parte de un academicismo pomposo y solemne, y siempre habla citando poemas. Todo lo que pasa por la poeta de slam se banaliza en su reproducción orientada a lo más expresivo y bombástico. A su vez, el tipo que en la presentación en vivo de Yoam le arroja caramelos parecería encarnar a los artistas posmodernos, más concentrados en el potencial desencadenante de los happenings que en una visión clásica de la poesía. De cierta manera, la forma en que ese tipo irrumpe en la escena logra reformular lúdicamente lo que dice Nira sobre Mozart y los caramelos en una conversación con el padre del niño (hay que resaltar la brevísima intervención, sumamente magnética, de dicho personaje, encarnado por Yehezkel Lazarov). En definitiva, queda compactada, en esas diversas versiones, una curiosa muestra de escuelas y puntos de vista en relación con lo poético.

Hablando de puntos de vista, hay algo que en primera instancia parece interesante en la forma en que se eligió filmar La maestra de kindergarten. El primer cuadro del film toma el pie del esposo de Nira, y el actor que lo interpreta le da accidentalmente un codazo a la cámara. Esta casi rotura de la cuarta pared ocurre en varias situaciones. Por ejemplo, en la escena inicial del jardín de infantes, en la que vemos niños que se acercan a la cámara y prácticamente la tocan; en un comienzo, pensamos que lo que vemos es el punto de vista de Nira recibiendo a los niños, pero después el film sigue y esa cámara parece, más que ver desde sus ojos, simplemente estar muy cerca de ella. En otra ocasión encarna la mirada de Yoam columpiándose, pero después toma otro rumbo. Así, lo que en un principio parecería decir o tomar el lugar de algo, con el tiempo se va volviendo un mero efectismo, al tiempo que va perdiendo toda coherencia estética y conceptual en acercamientos, travellings y planos secuencia, organizados sin demasiado criterio.

Este último lío parece ser la línea de una película en la que la materia prima parece estar ahí, sin terminar de cuajar del todo. Incluso uno se animaría a decir -traicionando el aserto del comienzo- que es notoria la existencia de intenciones, pero que éstas parecen contradecirse a menudo, generando, en vez del subproducto deseable de esa oposición (que sería una ambigüedad reflexiva y activamente problemática), algo más propio de los vericuetos de lo banal. La cuestión con La maestra de kindergarten es, justamente, cuánto de la banalidad es comentario y cuánto percance de la escritura y la dirección.