Menos solemne y previsible que la entrega de los Oscar (pero no por ello un evento que merezca la atención que genera), la 67ª entrega de los premios Emmy de la televisión estadounidense probó más que nada la predominancia del canal HBO sobre su competencia, a pesar de los altos ratings de canales como AMC o el fenómeno de Netflix. De hecho, fue la temporada más exitosa de su serie mascarón de proa, la fantástica Juego de tronos, la que se llevó cuatro de los premios principales (mejor serie dramática, mejor dirección, mejor guion y mejor actor secundario, Peter Dinklage) y otros ocho de categorías técnicas. Un resultado no tan anunciado, ya que como la temporada más reciente de Mad Men fue la última, se suponía que eso jugaría a su favor. Además, posiblemente esta temporada haya sido la más discutida de Juego de tronos, que mantuvo un bajo perfil durante muchos de sus episodios, sólo para remontar al final. Extrañamente, ésta fue la primera vez que ganó el Emmy a mejor serie dramática. A Mad Men le quedó el consuelo de que el premio a mejor actor dramático fue para Jon Hamm, que se lo merecía desde hacía rato por su interpretación del complejo y sombrío Don Draper.

También de HBO es Veep, serie que cortó la racha de premios Emmy a mejor comedia que venía recogiendo Modern Family. No muy popular fuera de Estados Unidos por sus elementos de sátira política local, Veep gira alrededor de la vida de una vicepresidenta interpretada por la gran Julia-Louis Dreyfus (más conocida en nuestro medio por su rol en Seinfeld), que se ganó también su cuarto Emmy de corrido por este rol como actriz de comedia.

Pero de mayor importancia fue el Emmy a mejor actriz dramática concedido a Viola Davis por How to Get Away With Murder. Davis es la primera mujer negra en ganar ese galardón, y lo recordó en un excelente discurso en el que se encargó de recalcar que “la única cosa que separa a las mujeres de color de cualquier otra son las oportunidades”.

Continuando con la tendencia a la diversidad, otra de las triunfadoras de la noche fue la serie Transparent, que se llevó los premios a dirección y actuación masculina de comedia (Jeffrey Tambor), causando algunas dudas, ya que esta serie sobre una trans de edad madura sólo puede considerarse lateralmente como una comedia. De cualquier forma puede ser interpretada como una compensación para Tambor, que se llevó un Emmy que se había merecido ya varias veces por su rol en Arrested Development.

La última gran ganadora fue la miniserie, también de HBO, Olive Kitteridge, que se llevó ocho premios, incluyendo el de mejor miniserie. Olive Kitteridge, basada en una novela de Elizabeth Strout, es un drama familiar interpretado por la colosal Frances McDormand sobre la vida de varios personajes en un pueblo costero de Maine. En total HBO se llevó 14 de las categorías principales de los Emmy, más que todos los demás canales de aire, cable y streaming juntos.

Pero más allá de la consagración tardía de Juego de tronos -que hoy en día es posiblemente la serie más popular del mundo-, y de otros premios bien otorgados a The Daily Show y Orange is the New Black, así como el muy buen nivel de todos los premiados, la entrega de los premios Emmy fue otra demostración del buen momento que atraviesa la televisón actual simplemente por su ceremonia, bastante alejada de la pomposidad y la falta absoluta de espontaneidad de los Oscar, que contó además con la presencia de dos grandes comediantes provenientes de Saturday Night Live: el proteico Andy Samberg, que hizo el discurso inaugural de la noche, y el imprevisible e hilarante Tracy Morgan, que hizo su reaparición en la televisión luego de muchos meses de estar hospitalizado a causa de un accidente de tráfico.