Cómo decíamos recientemente en una nota sobre su serie televisiva -Inside Amy Schumer-, la blonda Amy Schumer se ha convertido en uno de los grandes fenómenos del humorismo estadounidense actual. Tal vez la comediante más profundamente feminista de la actualidad, Schumer ha optado por crear un personaje -Amy- que parecería encarnar todos los estereotipos machistas de la rubia tonta y deseable, para luego desplazar el foco de gracia de ese personaje a las reacciones de los hombres a su alrededor. Con falsa ingenuidad, candidez y algo de reflexión autobiográfica, Schumer ha pasado a ser algo así como el equivalente femenino de Louis CK, aunque con una agenda de combate más definida que la perpetua crisis existencial de éste, y a la vez muy distanciada en estilo de la comedia político-feminista de precursoras como Janeane Garofalo o Ellen DeGeneres.

Inside Amy Schumer no es un producto masivo, pero ha tenido un impacto cultural suficiente para convertir a su protagonista en una estrella y permitirle el pasaje -otrora decididamente un ascenso, pero tal vez hoy meramente horizontal- al mundo de Hollywood, con esta película en la que es figura central y guionista. No es casual que haya formado equipo con el director Judd Apatow, pope actual del cine humorístico estadounidense y principal exponente del subgénero denominado bromantic (mitad brother -hermano-, mitad romantic), sobre relaciones de amistad entre compinches varones. La idea de que la calidez que sabe darles Apatow a sus personajes masculinos podía ser aplicada a mujeres debe de haber sido irresistible para los productores y constituye uno de los grandes atractivos a priori de esta película.

El título en castellano -Esta chica es un desastre- no sólo es una fealdad que hace pensar en una comedia argentina abominable de los años 80, sino que también traiciona bastante el nombre original Trainwreck (choque de tren o tren chocado), expresión que suele usarse para alguien cuya vida está algo fuera de control -podríamos decir “descarrilando”-, pero que no llega a la ya más definitiva y lapidaria idea de “reventada/o”. Amy es una trainwreck; treintañera con un buen trabajo en una revista (pero sumamente precario y dependiente del espíritu cambiante de su editora inglesa, la una vez más magnífica Tilda Swinton), que sale con un fisicoculturista al que desprecia y le pone los cuernos cada vez que puede, y bebe demasiado. Pero su conducta no parece ser un accidente de malas costumbres, sino parte de una estricta filosofía, heredada de su padre, de desprecio por la monogamia y escepticismo respecto de la familia y el amor, filosofía que, sin embargo, no la satisface en absoluto. Previsiblemente, conocerá a una suerte de novio ideal (el ex Saturday Night Live –SNL- Bill Hader), y entablará con él una relación a la que deliberada o involuntariamente sabotea, adentrándose en el terreno clásico de las comedias sobre donjuanes irreductibles que finalmente hallan su media naranja, pero con roles invertidos.

La idea no es mala y el equipo reunido parece ideal, pero el resultado final es bastante más convencional que lo ya explorado por Schumer en la TV. El concepto general se vuelve un poco difuso (¿es una reivindicación de la independencia sexual femenina, o una crítica a ésta que desemboca en la más tradicional de las soluciones?), pero sobre todo funciona más por partes que en su conjunto: a pesar de su talento, la relación entre un excesivamente dócil y pasivo Hader y una Schumer un poco más dramática de lo aconsejable no llega a una química real, y la gracia indudable de la protagonista -poderosísima en breves cuotas televisivas- satura un poco en un film que se extiende algo más de lo necesario. Hay momentos excelentes, debidos a personajes secundarios -como las intervenciones del astro del básquetbol LeBron James en un rol deliberadamente sensibilizado, las ráfagas de energía aportadas por Swinton o la extraordinaria simpatía de la SNL Vanessa Bayer (la sonrisa más contagiosa de la TV actual)- y otros propios de Schumer, que culminan en una coreografía graciosísima sobre la que no queremos adelantar nada, pero no se llega a la contundencia lograda por Kristen Wiig en Bridesmaids (Paul Feig, 2011), en la que la inversión de códigos y roles de la comedia masculina funcionaba más naturalmente y en forma menos programática.

¿Se trata, entonces, de una comedia fallida y el fin de la carrera de Schumer en el cine? En absoluto; como se dijo antes, tiene muy buenos momentos, pero en su relativa convencionalidad termina volviéndose un poco previsible, justamente algo que, con sus aciertos y errores, Inside Amy Schumer nunca es.