Convertido en algo así como la respuesta británica a Quentin Tarantino, el director Guy Ritchie desaprovechó rápidamente el prestigio ganado en sus veloces comedias criminales Juegos, trampas y dos armas humeantes (1998) y Cerdos y diamantes (2000), con una tríada de experimentos realmente fallidos (Swept Away, Revolver y RocknRolla) que hicieron olvidar que el hombre había hecho algo más que casarse con Madonna. Pero aunque hubiera perdido prestigio creativo, evidentemente era un director técnicamente brillante, por lo que fue contratado para realizar dos exitosas películas con la enésima versión de Sherlock Holmes, a quien convirtió en un héroe de acción más, sin mayor atractivo que la extraviada interpretación que hizo de él Robert Downey Jr y la velocísima (y agotadora) yuxtaposición de planos de la edición de Ritchie.

Con esos antecedentes, no es raro que nadie esperara ningún milagro de la remake de El agente de C.I.P.O.L, que llegó a las carteleras sin demasiado estruendo y que parecía otra de esas malas ideas que lleva adelante Hollywood cuando no tiene ninguna otra. La serie original había sido un producto de su época -los años 60 de la Guerra Fría- y un subproducto de la escuela spi-fi de James Bond (de hecho, dos de sus creadores fueron Ian Fleming, el padre de 007, y el autor de ciencia-ficción Harlan Ellison), cuyo mayor atractivo era tener simultáneamente un héroe estadounidense y uno ruso. Hoy, con sus espectadores originales promediando los 50 o 60 años, resucitar a El agente de C.I.P.O.L. no parecía ser más que un ejercicio fetichista y nostálgico que estuvo dando vueltas 20 años por las productoras de Hollywood, hasta que una se decidió a llevarlo adelante y agregar una entrada más a la larga lista de remakes innecesarias.

Sin embargo, y tal vez jugando con las pocas expectativas a su favor, esta versión de El agente de C.I.P.O.L terminó siendo un producto más interesante y refinado de lo que se podía esperar. Antes que nada, hay que darle la derecha a Ritchie en la selección del casting, en el que reunió el mejor elenco que haya tenido desde Juegos, trampas y dos armas humeantes, recurriendo al mismo sistema de aquella película de combinar rostros conocidos con otros completamente nuevos o menos familiares, reservando los principales roles para estos últimos. Así, los roles protagónicos de Napoleon Solo e Ilya Kuryakin están a cargo de Henry Cavill y Armie Hammer, quienes, a pesar de haber tenido roles protagónicos en blockbusters de superhéroes (Superman y El Llanero Solitario, respectivamente), aún no son rostros reconocibles instantáneamente, y ambos tienen esa apostura algo apersonal de los galanes de hace medio siglo. Cavill, en particular, parece haber emergido de una máquina del tiempo y por momentos parece ser un mejor Napoleon Solo que Robert Vaughn, que lo encarnó en la versión original (Ritchie se sacó la lotería cuando Tom Cruise, quien iba a tener el rol, no pudo hacerlo por superponerse con el cronograma de Misión imposible 5, lo que nos brinda la rara oportunidad de ver una película de espías contemporánea en la que Cruise no es el protagonista). Hammer está serio y físicamente amenazador (aunque no demasiado ruso) como Kuryakin, pero la que se roba la película es la sueca Alicia Vikander -quien ya había llamado la atención en la modesta pero excelente Ex machina (Alex Garland, 2015)- que aquí interpreta un rol lateral como la hija de un científico nuclear, pero con tanto carisma que termina ocupando un plano jerárquico similar al de los dos protagonistas. Dueña de un particular atractivo retro, la menuda y nada voluptuosa Vikander posee una gracia nerviosa que convierte su presencia en un imán en la pantalla, cosa que Ritchie explota con inteligencia: por ejemplo, en una divertida escena en la que el serio Kuryakin intenta solucionar un problema de ajedrez, Vikander hace un estupendo baile borracho en piyama en un distante segundo plano, que, por supuesto, es el auténtico atractivo de la escena.

Esa misma escena, en la que lo importante sucede en un segundo plano mientras la cámara se enfoca en una acción más estática, parece contener la clave estética y conceptual del film. Salvo un comienzo bastante vertiginoso y convencional, El agente de C.I.P.O.L. es la película de acción con menos acción que se haya visto últimamente; no sólo las escenas de violencia dinámica son más bien escasas, sino que en ocasiones ocurren en segundo o tercer plano, o incluso completamente fuera de campo (hay una paliza que Kuryakin le da a unos maleducados italianos de la que literalmente no sabemos nada, excepto que tiene que haber existido, ya que vemos todos sus prolegómenos). Hay una extensa escena en la que Solo cae de una lancha, vuelve a la orilla y pasa varios minutos sentado en un camión, esperando a que sus perseguidores y Kuryakin pasen justo debajo de él, lo que se nos narra con Cavill en primerísimo plano, comiendo y escuchando pop italiano mientras a la distancia se ve pasar las lanchas desenfrenadas.

Este recurso se repite -junto a escenas de acción más normales, como para que el público no perciba su carácter deliberado-, como si a Ritchie le importara poco la intensidad espectacular y tuviera que recurrir a ella a desgano y por compromiso. Es parte de una elección conceptual que, yendo a contracorriente de la saga de Misión imposible y del tratamiento que Ritchie les dio a sus dos películas sobre Sherlock Holmes, está enfocada en la elegancia y la serenidad por encima de lo explosivo. Incluso la trama es primitivamente sencilla, sirviendo de mera excusa para poner en escena ambientaciones de época, situaciones de sutil comicidad y el mejor vestuario de los años 60 que se haya visto desde las películas de Austin Powers. Un mundo hermoso al que el director fotografía con detenimiento, abandonando la edición fragmentaria y ocasionalmente incoherente de sus films anteriores, optando por una más contemplativa, que respira la época en la que está ambientada la historia.

¿Es El agente de C.I.P.O.L. un ejercicio superficial de elegancia, ego y moda? Casi, pero hay cierta simpatía, una afectuosidad entre personajes que salva a la película del vacío absoluto, hay un énfasis en la armonía de la composición visual por encima de su impacto, y hay una sensación de que hay algo más detrás de lo que vemos que, aunque no sea cierta, hace que la película parezca mayor de lo que tal vez realmente sea. En todo caso, es un producto de una bienvenida exquisitez formal (e indumentaria) que parece remar a contracorriente aunque realmente no lo haga. Como sea, se agradece el gesto.