“Mira dónde estoy. Escucha”, dice, ni bien atiende el teléfono. De fondo se escucha “De Corrales a Tranqueras”, interpretada por Osiris Rodríguez Castillo. Cuando vuelve al teléfono, el incansable Paco Ibáñez arremete: “Mi flete era parejero, / mis años, de domador, / y los caminos cortitos / pa'l trote del corazón”. Ibáñez conoció al uruguayo en Madrid, cuando lo escuchó interpretar esta canción. “Hicimos amistad y después nos vimos en Montevideo y comimos juntos. Luego se nos fue, pero por él tengo un gran sentimiento”, reconoce, y adelanta que intentará cantar este tema cuando se presente en el Auditorio del SODRE (el domingo y el lunes a las 21.00).
Ibáñez conoció en París -donde se exiliaron sus padres tras la Guerra Civil- la música de Georges Brassens y Atahualpa Yupanqui, y fue allí donde comenzó a musicalizar a varios de los mejores poetas hispanoamericanos, como Rafael Alberti, César Vallejo, Alfonsina Storni y Federico García Lorca.
Esta vez, el valenciano llegará a la capital para presentar Vivencias, un concierto que celebra sus 80 años y el cincuentenario de su primer disco, dedicado a García Lorca y Luis de Góngora, cuya portada ilustró Salvador Dalí. Ibáñez defiende el idioma como vehículo cultural, y ha incorporado a su repertorio canciones en otras lenguas, como el francés, el catalán, el euskera y el gallego. “En mi casa no entran los anticatalanes”, advirtió este artista que le ha puesto canción a tanta poesía durante tantos años.
-Vuelve después de tres años.
-Uruguay implica buenos recuerdos. Vuelvo contento, con alegría de reencontrar a Montevideo. Además de la gente que he conocido, el folclore, las guitarras, [Daniel] Viglietti, [Alfredo] Zitarrosa, además de los trovadores. Todo eso se mezcla y se hace una bola, y en esa bola voy yo. Siempre sentí no haber podido conocer a Zitarrosa, cuya voz te lleva a todas partes. Escucharle es como viajar y ver el mundo desde otro lugar.
-¿Cómo se ha transformado hoy el concepto de resistencia o de compromiso político de los artistas?
-La resistencia sigue pero se ha diluido, aunque haya mucha gente que resiste. Como dijo José Agustín Goytisolo, “hay mucha buena gente en este mundo”, pero poco a poco los han ido callando con el puto fútbol, con el puto rock. Los estadounidenses han logrado lo que querían: crear una sociedad conformista, bien plantadita y empaquetada para que ellos puedan hacer los que les dé la gana. Pero hay quienes no lo aceptan, y yo me siento uno de ellos.
-¿Ésa es la resistencia actual?
-¡Y menuda resistencia! Es casi un salto al vacío, porque antes te sentías más acompañado y apoyado. Ahora sólo se trata de una ordinariez cotidiana; y la revolución cotidiana es esa misma ordinariez. Si no tienes dinero no eres nadie. Es como mi tío vasco, que preguntaba: “¿Qué hace Paquito?”. “Está cantando”, le respondían. A lo que él volvía a preguntar: “¿Gana dinero?”. “No mucho”, le contestaban, antes de que él arremetiera: “Entonces no sabe cantar”. Fíjate tú, no sabía que tenía un tío yanqui.
-Con o sin paradojas, todo comenzó con un latinoamericano: el Canto general de Pablo Neruda.
-En la época en que todavía era un analfabeto, un chileno me preguntó si lo conocía, y así fue como me acerqué. Aunque el chileno me miró como diciendo “Vaya, vaya. Ignorante”. Ahí comencé a leer a Neruda. Después descubrí a Brassens, y la profundidad de la canción como expresión, como vehículo para profundizar la existencia. Con eso me quedé hasta hoy, y puedo decir que vale la pena vivir por una canción.
-Después le siguieron Góngora, Lorca, y el disco de poemas de Neruda acompañado por el Cuarteto Cedrón.
-Fíjate qué juego: Góngora me presentó a Lorca, Lorca a [Francisco de] Quevedo, éste a [Jorge] Manrique, Manrique a Gabriel Celaya. Y así, saltando y saltando, se ha producido una suerte de antología de la poesía en castellano. Luego llegaron los latinoamericanos: Neruda, Alfonsina Storni, Nicolás Guillén, [César] Vallejo y Rubén Darío. “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver” [canta]. Bueno, que me pongo a llorar.
-Ahí jugó un papel importante el venezolano Jesús Soto.
-Soto, Yupanqui y Brassens. Conocer a Soto fue fundamental en mi vida, sobre todo como guía espiritual del mundo creativo y revuelto de París. Se ganaba la vida pintando y tocando la guitarra, mientras todos los muchachos se burlaban, porque era un pintor que pintaba con tenazas y alicates. No sé por qué yo nunca me reí de él. Una especie de instinto me decía que en ese hombre había algo profundo. Crecí a su sombra, hasta tal punto que un día, en el bulevar Saint-Germain de París, gritaron por la calle: “¡Ahí van Soto y su satélite!”. A mí me gustaba ser su satélite, porque percibía que él me iba a conducir al mundo que yo anhelaba sin conocerlo.
-En su biografía se dice que el descubrimiento de Yupanqui -a quien conoció por Soto- fue fundamental en su carrera. ¿Es así?
-Sin duda. También Brassens, el trovador más grande de la historia de la humanidad. A ver si me entiendes: he estado muy bien acompañado. Y me ha guiado Soto, cada vez que di un paso inspirado en una canción, o me proponían hacer un concierto aquí y otro allá, siempre me preguntaba si Soto estaría de acuerdo con eso, si le gustaría. Aunque no estuviera me lo seguía preguntando, porque era mi referencia.
-Usted ha sido muy crítico con el impulso revolucionario de esos años.
-Fue una revolución de corbatas. El fraude más grande es la revolución del 68. ¡Cómo han engañado a la juventud! Enseguida empezaron: “Oye, tú, déjate de guitarra, déjate de romance”. Sólo ritmo, ritmo y ritmo. Pensar parece ser un pecado mortal. El egoísmo que se instaló es un horror. Ahora con Cataluña hay un problema gordo, porque desde Isabel la Católica todos están a las órdenes de Madrid. Los catalanes se sienten víctimas, y ellos tienen derecho a elegir. El problema es que el sentimiento de los catalanes no está recogido en Madrid.
-Acaba de decir que en aquella época, cuando recién llegaba a París, era un analfabeto. Pero usted se crió en un caserío cuidando vacas.
-Exactamente. Conozco muy bien el lenguaje de las vacas y los burros. Sobre todo, tuve suerte de conocer al burro más inteligente del mundo, como es el burro del caserío. Un día mi tía me dijo: “Tienes que ir al molino”, porque el de al lado estaba estropeado, y teníamos que moler maíz. No sabía dónde estaba ese molino, pero mi tía me dijo: “Súbete con el saco al burro, que cuando lo pongas en la carretera, él te llevará”. Tiquitiquitiqui, tacatacataca, cortó un camino, cruzó por un bosque y llegó al molino. Ése sí que se merece un Nobel. Después tengo otras que ya te contaré en Montevideo.
-¿Qué lugar ha ocupado la poesía todos estos años?
-“La poesía es un arma cargada de futuro”, y de ilusiones. Ahora estamos desarrollando una política lingüística que usa mis canciones para motivar a los niños catalanes. Cuando les propusieron hacer un trabajo a partir de estas canciones, comenzaron a bailar y a reír y a comprender. Les ha dado vida y ellos lo perciben. El cantar los ha quitado de la uniformidad del libro. Incluso se les enseña a crear, y no te imaginas los poemas que han hecho los chavales. Cuando se multiplique en el mundo, esto será un baile permanente de ilusión.
-Vivencias es un proyecto de celebración, pero también refleja cómo se siente en cuanto a las nacionalidades.
-Me siento vasco, catalán, francés, andaluz, y también me siento uruguayo porque tengo un sentimiento hacia tu país, como lo tengo hacia Argentina y Colombia. Todo porque me dejo guiar por los sentimientos, y los sentimientos se convierten en nacionalidades. Hace mucho tiempo también viví en Israel, pero como un empresario me engañó todo terminó a hostia limpia [a las piñas]: él en el hospital y yo en la cárcel. Como no pude salir por cinco meses, aproveché para aprender hebreo, porque me gustan las lenguas, los sabores de cada país. Por eso puedo cantarte una canción judía con el mismo sentimiento con que te canto una española.
-Ha musicalizado a tantos poetas, ¿nunca se le dio por componer?
-No. Y no sé por qué. Tal vez por complejo, por casero, por analfabeto. O porque no valgo para ello, porque cuando realmente vales, vences todas las barreras. Me conformo con componer la música de esos poemas y convertirlos en canciones, para que todos canten, salten y bailen. Pero ya me gustaría poder hacerlo, “letra y música: Paco Ibáñez”. Cantaría sacando más pecho aun.
-Dígame, ¿a quién quiere enterrar en el mar?*
-A todos los que no tienen sentimiento. Y al ruido, claro.