Se ha dicho que tu consigna, cuando asumiste la dirección de la FIL, fue “observar, diagnosticar y cambiar”. ¿Seguís manteniéndola?

-En ese momento ésa era la consigna. Sobre todo lo de observar, porque uno nunca puede llegar desde otro lado e intentar cambiar todo sin detenerse a analizar lo que existe. En el caso de la feria la conocía bastante, pero no desde tan adentro, y de hecho aprendí y vi muchísimas cosas. También desarrollé propuestas y avanzamos en varias cuestiones. Pero, básicamente, te diría que ésta es una postura, y lo mismo me sucedió con el FILBA el año pasado: primero es necesario identificar la institución, ver lo que está haciendo y en qué contexto, y a partir de esto comenzar a trazar caminos.

Otro énfasis fue la internacionalización de la FIL, con iniciativas como el Diálogo de Escritores Latinoamericanos.

-También es un interés personal muy fuerte, porque siempre donde trabajé tuve la posibilidad de estar vinculada con el resto del mundo. Para nosotros, que vivimos en países tan alejados de lo que vendría a ser el centro del mundo, poder tender estos puentes es poder mantener un diálogo fluido, poder aprender de ellos, a la vez que mostramos y llevamos todo lo que hacemos nosotros, y esto es muy enriquecedor. En la FIL lo hicimos muchísimo, y de hecho la feria es una herramienta muy poderosa en ese sentido. En el FILBA esa postura ya existía, y en lo particular me siento muy cómoda trabajando para profundizarla en todos los niveles: Latinoamérica entera es un interés, y el Cono Sur es un interés especial, pero también el resto del mundo. Sobre todo a partir de la posibilidad de pensar cuál es el futuro del libro en el hemisferio sur, trabajando con gente de Sudáfrica y Nueva Zelanda. Y claro que nunca pierde valor lo que sucede en Europa y Estados Unidos. La función de los festivales, de las ferias y de todos estos encuentros es poder ser una suerte de red que reúna todas esas puntas.

Sobre todo cuando el futuro del libro no sólo se vincula a los nuevos formatos, sino también a las realidades, los lugares de enunciación y de lectura.

-Absolutamente, y cada vez va más de la mano. Antes uno podía estar aislado en su pueblo sin enterarse de lo que sucedía en el resto del mundo, y hoy en día esto es imposible. Lo bueno es tratar de aprovechar los aspectos positivos. Lo malo viene solo...

La evaluación general respecto de la FIL se detiene en tu aporte en cuanto a la difusión, al récord de ventas y de visitantes. ¿Cuáles creés que fueron los principales estímulos?

-Lo que más logramos fue abrir puertas e incluir todo tipo de jugadores, y de todas las puntas: incluir públicos nuevos y distintos que, por supuesto, terminan redundando en ventas, aunque ése no era mi interés principal. También se trataba de incluir a otras editoriales, abriendo todo lo que llamamos la Zona Futuro, donde sólo ingresaban editores independientes y más chicos, a los que quizá antes les costaba mucho ingresar a la feria, y por esta puerta fue posible. Incluso para aquellos más chicos, que tampoco podían estar presentes, se les pensó un stand colectivo en la misma zona para que puedan traer su material y mostraran lo que hacían. Lo mismo en escritores, productores culturales que trabajan en torno al libro, los historietistas, los encuadernadores. Creo que esto fue muy rico y sembró muchísimas semillas que no se vieron en el momento, pero que ahora se van vislumbrando. De hecho, esa zona, que era un tanto relegada dentro del mapa interno de la feria, pasó a convertirse en un espacio en el que hoy en día muchos quieren estar, y donde, para mí, pasan las cosas más interesantes.

Yendo a tus comienzos, ¿cómo te acercaste al sector editorial, antes de vincularte con Sudamericana y con Paidós?

-Es un poco azaroso, porque nadie dice “voy a ser editor”. Es algo que casi no se tiene en cuenta. Siempre me interesaron muchísimo los libros, y las carreras tradicionales en ese ramo generalmente son letras o periodismo. Me decidí a estudiar periodismo y trabajé como periodista un tiempo, hasta que decidí vincularme con el mundo de los libros. Haciendo un cruce de áreas, existió la posibilidad de que empezara a trabajar en el área de prensa de Sudamericana. La editorial fue una gran escuela, porque todavía estaba la familia López Llovet al mando. Con ellos tuve grandes maestros y fui aprendiendo el oficio de la mejor manera posible. En un momento surgió la posibilidad de trabajar en la feria, justo cuando me encontraba definiendo una idea: libros se hacen muchísimos, pero la angustia del editor siempre es “¿quién los va a leer?”. La posibilidad de la feria y ahora del FILBA es trabajar para que pueda leer cada vez más gente. Esos libros están y vale la pena que tengan su público. Ésta es la motivación más fuerte de los últimos años.

¿Qué fue lo que más te atrajo del FILBA?

-La verdad es que es una isla en el mundo en que nos movemos. En ese sentido es una posibilidad única de trabajar realmente con un grupo humano comprometido, y que comparte los mismos valores. Y que comparte esta búsqueda, porque si no hay más lectores, nos vamos a quedar solos con nuestros libros. Realmente tenemos que trabajar a conciencia para crear lecturas y hábitos de lectura de la mejor manera posible, de la manera más diversa, más crítica. Además, el interés no es vender el libro, porque se puede acceder a muchos en las bibliotecas, y otros libres de derechos se pueden descargar. Esto cada uno verá cómo lo resuelve, pero sí es necesario estimular el hábito de lectura.

El FILBA es un festival que no sólo se vincula con Latinoamérica sino también con el propio interior del país, e incluso con los niños, por medio del Filbita.

-Justamente ahora estoy en una zona relegada de Buenos Aires por el Filbita, que se hace en la zona sur de la ciudad, y que es como ir a otro mundo. Cuenta con todo tipo de público. Trabajar en la zona sur ya presenta desafíos absolutamente diferentes a los que implica trabajar en el centro de la ciudad. Y estas mismas preguntas que me formulaba antes acá me las hago con otro par de anteojos. Lo mismo sucede con el FILBA nacional. Pero lo más lindo es ver las producciones locales -pasa en Uruguay y en Chile-, muy distintas de las que conocemos, y que son muy interesantes y ricas. Poder generar este ida y vuelta, sin pararnos en un lugar desde el cual hay que llegarles a los otros: somos un nodo más en esta red, y lo que queremos es avivar el intercambio.

Imagino que en ese sentido, el festival comparte tu concepto sobre la literatura.

-Totalmente. Es más, te diría que el corazón de la programación del FILBA, que son Amalia Sanz y Catalina Labarca, son lectoras extraordinarias, muy críticas y complejas, con quienes discutimos mucho sobre esto. Precisamente, lo que se propone el FILBA internacional es darles la última vuelta de tuerca a los lectores: sabemos que trabajamos con un público que ya es lector, pero queremos que se atreva a acercarse a autores que no conoce, a formatos diferentes, a textos más complejos, y que sepa que ampliando su registro de lectura se enriquece y crece. El Filbita, en cambio, trabaja más bien en hábitos, y en acercarse más al libro directamente, sin tener tantas pretensiones de qué tipo de lectura se trata.