Abre los ojos antes de prender la luz, de que chille la alarma a las 5 de la mañana y de que su esposo ponga a hervir agua para el mate. Le gusta pensarse en la oscuridad y en ese ínterin se le hace agua el paladar cuando recuerda el sabor de la mandioca con huevos fritos y cebolla. Aquí, en esta tierra que recibe a todos pero que ampara a unos pocos, dice, se toma mucho mate, se come mucho pan y no hay costumbre de cocinar verduras para el desayuno. Y a ella, mujer voluptuosa de piel negra y cabello rizado, que nació en el sopor del calor tropical, por más que lo intente, no le gusta el sabor amargo, ni el dulce, del mate; y siempre elige la fruta antes que el pan. Todas las mañanas revive el sabor de su tierra.

“Yo no vine con mi mente en fantasía”, dice Aura Marleni Mercado Pérez, y se limpia con papel higiénico las lágrimas que se le estancan en el surco entre la nariz y los labios. Los ojos redondos color chocolate miran fijo en su casa de Flor de Maroñas. Suspira y dice su verdad: “La realidad es que para tú alcanzar las metas, tú tienes que luchar y estar firme en lo que tú quieres”, y cuenta cómo en su país, el del escudo donde se lee “Dios, Patria, Libertad”, no encontró lo que aquí sí: la oportunidad de ser lo que allá no fue.

Aura Mercado es verborrágica y agradece a Dios por haberla bendecido con “la fortaleza para seguir el día a día”, dice al reconstruir su periplo. Es, además, la estudiante de gastronomía más veterana del grupo SJ1 de la UTU de Arroyo Seco; empleada de la cooperativa de acompañantes Servicios de Atención de Adultos y Ancianos (Seraan); madre que está a 6.108 kilómetros de distancia de sus tres hijos, José Guillermo González Mercado, de 11 años, Rainiery Medina Mercado de 16 y Antoni Michael Mercado de 23.

Aura ahora es una futura esposa que ya perdió un anillo de compromiso y vendió otros dos de matrimonio para arrancar de su memoria tres historias que le dejaron hijos pero no finales felices. Sonríe cada vez que menciona al montevideano Alejandro Rizzo, un hombre de piel pálida, rostro redondo y cachetes colorados con oficio de herrero, que trabaja en la construcción y en las Fuerzas Armadas, y que tiene un perro manso con nombre de fiera, Rocky.

Él enamoró a Aura, una de los 2.889 dominicanos que vinieron a Uruguay en 2014, una de los 14.699 que han llegado desde 2005: buscando dejar una vida de “lucha, lucha y lucha” sin recompensa, para tener otra de “lucha, lucha y lucha, pero con sueños cumplidos”.

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Es hija de Rafael Mercado Villa, un ingeniero tecnólogo y mecánico automotriz con 11 hijos, y de Mercedes Mecho Pérez Medrano, modista y operaria industrial con cinco hijos. Dieciséis hermanos en total.

Nació el 25 de junio de 1975 en Nagua, capital de la provincia María Trinidad Sánchez, que queda a dos horas de Santo Domingo y en la zona costera que da al Océano Atlántico. Se crió a partir de los tres meses con su madrina y el esposo, en Dajabón, un departamento fronterizo con Haití, a unos 300 kilómetros de la capital del país.

Su padre, del que habla con la admiración de una niña y al que describe como un hombre de aspecto blindado, con la piel de un color trigueño antiguo y montaraz, fue el líder de la comunidad donde vivía, Herrera, en Santo Domingo Oeste. Su hija mayor, Aura, cuenta que fue uno de los fundadores de la Defensa Civil en 1966, lo que aquí vendría a ser el Sistema Nacional de Emergencia. Ella define a esa entidad como “los guardianes de la bahía”.

Dice que era “la hembra” de la familia, pero también la hermana mayor. Eso le permitió ayudar a su padre “en la parte de asistencia y cocinando” para los guardianes, mientras sus hermanos varones asistían en el entrenamiento físico.

A los 11 años su madrina falleció y su padre la llevó a su casa en Santo Domingo, donde tuvo su primer hijo y su primer trabajo, y vivió allí hasta que se enamoró de un hombre de Puerto Plata.

Se fue tras el amor y los 11 años que duró, vivió a seis horas y hacia el Norte de la capital, donde dio a luz, a los 22, a su segundo hijo. Fue allí donde desarrolló su vocación.

En Puerto Plata trabajó como promotora de salud voluntaria de la organización civil Colectivo de Salud Popular: estudió crecimiento humano y metodología de la enseñanza, educación y prevención de enfermedades, y auxiliar de farmacia. Dice que su marido era el proveedor, por eso recién cuando se separó y regresó a Santo Domingo a la casa de su padre, se preocupó por terminar el bachillerato y trabajar.

El pasado que vivió Aura es un mundo que dejó de existir hace diez años, cuando su padre murió, pero lo recuerda esbozando una sonrisa que irradia ternura; ése fue el primer acercamiento con su vocación: la de “ayudar al otro, el servicio”. En ese tiempo conoció al padre de su tercer hijo. También fue el nexo entre una comunidad vulnerable al Oeste de la capital -La Cuaba del municipio Pedro Brand- y el Ministerio de Salud. Llegó al puesto de supervisora gracias a que era reconocida como líder por su labor de voluntaria y porque Gertrudis Ramírez, hoy candidata a alcaldesa de Pedro Brand, se lo ofreció. “Yo estaba feliz”, recuerda, pero no sonríe.

Es que se enfermó por estrés y estuvo diez días en un hospital sin recibir ayuda de los que ella ayudaba diariamente, incluso de la candidata a alcaldesa, que le había dicho que podía contar con ella, cuando fuera y para lo que fuera. Entonces, pensó: “Me gusta mi trabajo, pero no me da la oportunidad de crecer como persona y de ir tras mis sueños”. Y reflexiona: “Yo dije: ‘Voy a cumplir 40 años y no voy a poder estar en la universidad’. Sé que el cargo que yo tenía, aunque era profesional de la salud, era político, y si el gobierno actual pierde, el que viene me saca”.

Aura Mercado se pensó a sí misma y huyó.

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La mujer de acento caribeño y habla veloz, que se maquilla los ojos con colores brillantes y que posa con una pierna levemente flexionada cuando le van a sacar una foto, pisó suelo uruguayo por primera vez el 22 de marzo de 2014 con 1.000 dólares en el bolsillo -que le exigían declarar en Migraciones-, la esperanza de trabajar, estudiar, ahorrar plata, construir un hogar para traer a sus hijos. Todo por la promesa de un conocido duraznense de que contaría con su ayuda. Llegó y tomó un taxi rumbo a Tres Cruces y allí un ómnibus a Durazno.

El hombre al que no llamó nunca por su nombre la alojó dos días. “La persona no había hablado con su familia de que yo venía. Yo no quería ser un problema para nadie, por eso cuando vi la situación duré dos días y me fui”. Volvió a Montevideo, se quedó con 100 dólares para costearse la vida y envió el resto “a Dominicana”. Allá los suyos se encargarían de pagar el préstamo que había sacado para comprar su pasaje de venida y por el que tuvo que hipotecar su casa, en la que ahora está viviendo su hijo mayor.

En Tres Cruces, mientras esperaba el ómnibus a Durazno, conversó con Daniel González. “Cualquier cosa, tú me llamas”, le dijo, así que luego del primer duraznense que le falló, llamó al segundo. “Le pedí si me podía esperar en la terminal para hablar y decirle la situación. Yo dejé mi ropa en Durazno, vine con un bolsito y mis documentos. No sabía. Lo que quería era saber si me podía conseguir un trabajo. Algo”.

El hombre de Tres Cruces escuchó su “historia de princesa, de fantasía”, la llevó a su casa en Atlántida y la contactó con una familia cristiana. María Saldia, dueña de una chacra en Suárez, Casarino, le dio techo y comida. Allí se quedó 15 días hasta que decidió instalarse en Montevideo para no tener que viajar diariamente a entregar currículums. “Yo tenía el número de un compañero de viaje que vino conmigo, y él me esperó por La Paz y Barrios Amorín, y María y su esposo vinieron en su auto conmigo. Nos reunimos todos a conversar, porque ellos tampoco querían que yo me fuera a reunir con personas para pasar trabajo”. Se hospedó en una pensión por la calle Nueva York. En esos días conoció a su futuro esposo. “Dime tú. Buscando trabajo fue que lo conocí”. No lo dudó y se fue a vivir con él a una casa pequeña en Flor de Maroñas.

Aura ora y agradece a Dios. “Porque me ha abierto puertas y me ha puesto ángeles a mi alrededor para que me guíen”. Cuenta, entusiasmada, cómo poco a poco el apartamentito que queda por la costanera del barrio se fue transformando en su hogar. Utilizaron unos carteles de plástico que tienen el escudo de las Fuerzas Armadas como pared para crear un dormitorio, le colgaron telas naranjas y azules que Aura zurció, y enmendaron y pintaron sillas y una pequeña mesa que ahora lucen un blanco envidiable. Al barrio, como si fuera poco, también lo hizo suyo. Se enganchó con el candombe, tanto que salió a bailar en las llamadas con la cuerda de tambores Unión Candombera. Con conchero, plumas y maquillada con brillantes. En algunas fotos que tiene en su cuenta de Facebook se la ve transpirada pero feliz, alegre por haberle echado candombe a su bachata.

La dominicana dice que ella y su futuro esposo quieren ahorrar plata y solicitar una casa a la Agencia Nacional de Viviendas y tener un lugar para criar a sus hijos.

La dominicana quiere lo mismo que querrían tantos uruguayos: vivir dignamente.