Por lo menos una parte del público uruguayo de cine infantil ha conseguido darse cuenta de que existe un mundo fuera de la oferta de Pixar, DreamWorks, Disney y Marvel. Ha llegado a reconocer, por ejemplo, la magnificencia de la obra de Hayao Miyazaki y los Studio Gibli, así como otros productos con personalidad y atractivos propios. Sin embargo, la obra de los estudios Aardman Animation sigue sin haber conseguido un auténtico éxito en la audiencia local. Tal vez esto se deba a lo convencional (y hasta anticuado) de su animación -que excluye casi por completo las texturas digitales y se limita a usar el stop motion, generalmente de figuras de plasticina o arcilla-, pero más posiblemente sea consecuencia de la sutileza de sus historias, frecuentemente ambientadas en entornos rurales o históricos. Aardman, que se hizo conocer esencialmente con su saga de cortos de Wallace & Gromit, que tenían como protagonista a un despistado inventor y su silencioso pero inteligente perro, también ha producido largometrajes de razonable éxito mundial, como la sátira de las películas de escapes de la Segunda Guerra Mundial Pollitos en fuga (Nick Park, Peter Lord, 2000) y la imponente ¡Piratas! (Peter Lord, Jeff Newhit, 2012), de la que se han prometido continuaciones que aún no se han concretado.

Shaun el cordero: la película es, como indica el título, la llegada a la pantalla grande de uno de los personajes televisivos de Aardman, que había surgido como un personaje menor en un par de cortos de Wallace & Gromit: el rebelde e inquieto cordero Shaun. A pesar de este carácter algo subordinado al de sus personajes más famosos, el cordero Shaun y sus compañeros han demostrado tener una vida propia tal vez más intensa que la serie de la que provienen, habiendo protagonizado una larga cantidad de cortos que presentan al ovino como un juvenil y osado héroe siempre dispuesto a solucionar algún entuerto de los animales de su granja.

En el caso de este largometraje, la historia se limita a contar cómo un intento de escape temporal de Shaun causa un accidente por el que el dueño de la granja en la que vive debe ser trasladado a la ciudad por haber perdido la memoria. Shaun y un exagerado conjunto de ovejas deciden ir a la capital para devolverle la memoria y rescatarlo; en el viaje se produce una serie de accidentes, como cabe esperar de un rebaño de ovejas que tratan de hacerse pasar por humanos en Londres, donde decididamente los animales de granja no son bienvenidos.

Como otras películas de Aardman Animation, está plagada de guiños y pequeñas parodias de escenas de otras películas, generalmente de espías o de acción de la década de 1960, pero ninguna es explícita u obvia, ni interrumpe de alguna forma el flujo narrativo para ocupar la escena, en el estilo brutal al que nos han acostumbrado las películas de DreamWorks. De hecho, las referencias pueden pasarse por alto sin que se resienta en absoluto la narración, que tiene la perfección de la simpleza conceptual absoluta, combinada con una coreografía de gags que se amontonan a una velocidad que, si no fuera tan simple el concepto base, resultaría completamente abrumadora. Con un humor mucho más barroco y veloz que el de las películas de Wallace & Gromit, Shaun el cordero no deja descansar y casi no introduce escenas de pasaje de menor intensidad: desde el principio nos introduce en una montaña rusa de golpe, porrazo y absurdo que no cesa durante sus 84 minutos, duración que puede parecer breve para el común de las películas actuales, pero que es exactamente el tiempo que se puede soportar tanta intensidad de comedia sin sentir agotamiento. También ayuda el hecho de que al menos siete de cada diez chistes sean buenísimos y que el octavo sea simplemente genial.

Más allá de la visión algo paradisíaca del mundo rural, claramente ecologista y pro animal, que se contrapone a la locura urbana, Shaun el cordero no pretende introducir grandes moralejas o reflexiones en su relato, distanciándose así un poco de ¡Piratas!, que debajo de su amable historia de camaradería escondía no pocos dardos dirigidos al concepto actual de triunfo, al materialismo e incluso a la tradición imperialista británica. Acá todo es tan simple que ni siquiera hay diálogos propiamente dichos: los animales están antropomorfizados, pero siguen siendo animales y no hablan, limitándose a emitir algún sonido onomatopéyico o a leer algún cartel en la ciudad, lo que resalta más su parentesco con el humor de la edad de oro del cine mudo.

Pero más allá de lo efectivo de su humor para el espectador de cualquier edad, lo que hace ideal a Shaun el cordero como propuesta cinematográfica para niños es esencialmente su simple buena onda: no hay rastros de odio o de violencia (más allá de esa violencia payasesca en la que los personajes se dan tremendos mamporros accidentales sin que nadie salga lastimado) en toda la película, que, al estilo de las de Miyazaki, carece tanto de villanos como de héroes, y se limita a colocar una serie de personajes en oposición eventual. Aun cuando la factura virtuosa de la película da cuenta de un trabajo de producción excepcional y seguramente agotador, toda ella da la impresión de haber sido realizada con alegría, estado de ánimo que se traspasó en forma natural a la historia. Es imposible pensar en una propuesta mejor para comenzar a imaginar la primavera o relajarse del remolino de malas noticias de los últimos días. Shaun el cordero está obviamente orientada hacia el público infantil, pero a cualquier adulto le va a valer la pena pedir prestado un sobrino -o contratar uno- que le sirva de excusa para disfrutar sin culpas de esta fiesta.