Kurt Sutter es uno de los nombres esenciales de la revolución que vivió la televisión estadounidense (y por contagio, la mundial) a principios de este siglo, pero no se le nota mucho. Es decir, más que un vanguardista formal e ideológico (en términos televisivos) como David Simon (The Wire) o Louis CK (Louie), es un insider. Un laburante más que, contratado como uno de los guionistas de The Shield, serie que en un principio no se diferenciaba demasiado de decenas de series policiales, terminó convirtiéndose en su guionista principal (además de director ocasional) y le dio un perfil propio que la convirtió en una de las piedras fundamentales del gran cambio televisivo y su madurez. The Shield estaba ambientada en una comisaría de un violentísimo barrio de Los Ángeles, donde los policías combatían, muchas veces al margen de lo legal, a diversos delincuentes; pero la serie iba más allá y hacía de varios de esos policías, más que antihéroes, personajes imposibles de diferenciar de sus adversarios.

Si The Shield se movía en la delgada frontera entre el bien y el mal o lo legal e ilegal, la siguiente serie de Sutter, Sons of Anarchy, ya se situaba directamente en el lado oscuro y, sin que se notara mucho, casi lo celebraba. Con un gran elenco encabezado por Ron Perlman y la carismática Katey Sagal, Sons of Anarchy describía la vida de una pandilla de motociclistas inspirada en los conocidos Hell Angels. La serie no se parecía nada a la vieja imagen de las salvajes y nómadas pandillas de motociclistas popularizada por las películas de los 60, sino que se adecuaba a su actualidad; operan más que nada como mafias organizadas, vinculadas a las autoridades políticas y policiales. Los Sons of Anarchy combinaban su moderada criminalidad con enfrentamientos en los que se comportaban con cierta ética interna (aunque no con poca brutalidad y sadismo) que terminaba haciéndolos simpáticos y que convirtió a la serie en cierto objeto de culto hasta su cancelación el año pasado, luego de siete temporadas. La pregunta, entonces, era qué iba a hacer Sutter luego de estas dos violentas y adoradas series, y la respuesta, lógicamente, no fue una comedia, sino la serie de guerra y aventuras medievales The Bastard Executioner (el ejecutor bastardo), estrenada la semana pasada por el canal FX Network, que demuestra que el gusto por la violencia y lo transgresivo-convencional de Sutter permanecen intactos.

La espada renuente

Las acciones de The Bastard Executioner se sitúan en el Gales del siglo XIV, durante el reinado del rey Eduardo II, la misma época turbulenta de la revuelta de William Wallace descrita en Corazón valiente, y sigue las acciones de Wilkin Brattle (Lee Jones), un soldado del ejército de Eduardo I que, tras sobrevivir milagrosamente a una batalla contra los escoceses, decide dejar para siempre las armas y vivir como campesino junto a su esposa embarazada. Por desgracia, los barones de la realeza inglesa arrasan su aldea, como castigo a algunos robos a los recaudadores de impuestos, dejando a Brattle sin familia y convertido en un rebelde. Hasta ahora, con tres episodios emitidos, no sólo la ambientación sino también la trama es casi indistinguible de Corazón valiente, con sus elementos robinhoodescos y la sed de venganza de sus personajes. También se emparenta con la película de Mel Gibson en su fascinación por la violencia y el gore, que alcanza un nivel extremo hasta para estos tiempos: a las previsibles decapitaciones y hachazos se les suman escenas de insólita crueldad, incluyendo el asesinato de niños, tanto natos como no natos.

Una representación brutal y violenta de una época brutal y violenta podría justificar el exceso de elementos chocantes, pero el problema es que hasta ahora ha habido muy poco más que esa violencia en la serie. Es muy difícil evaluar una serie a partir de sólo tres episodios, pero llama la atención hasta ahora la incapacidad de Sutter de generar personajes atractivos e interesantes a primera vista, una de las virtudes que había demostrado en sus series anteriores. Utilizando un elenco sin más rostros conocidos que el de Katey Sagal (poco reconocible en el rol de una bruja vagabunda), la serie no ha conseguido hasta ahora empatizar con ninguno de ellos, girando alrededor del personaje de Lee Jones, que no pasa de ser un grandote con una espada enorme. Las intrigas palaciegas a lo Juego de tronos que la serie parecía prometer -y que en manos de un gran cocinero de intrigas como Sutter prometían mucho a priori- todavía no han tomado forma o interés, limitándose a contrastar con una trama de manera muy elemental.

El aire general es más similar al de la simple serie Vikingos que al de Juego de tronos -con la que se comparaba antes del estreno-, pero todavía da la impresión de que Sutter tiene algunas cartas en la manga que no ha mostrado. Por momentos, y a pesar de su ambientación histórica, la serie amaga introducir elementos sobrenaturales o religiosos que recién comienzan a asomarse. Es difícil ver cómo se puede combinar eso con el realismo sucio que parece distinguir a las series de Sutter, pero podría refrescar este nuevo emprendimiento de un creador interesante que hasta ahora sólo ha demostrado conservar su habilidad para estetizar la violencia, y no de la inteligencia algo primitiva que había revelado anteriormente.