-Sos todo un uruguayófilo. ¿Cuánto hace que venís por acá?

-La primera vez fue en 2011, en el marco de Montevideo Comics. Después volví, inspirado por la amistad con Ignacio Alcuri. Fue fundamental su cama, con sábanas de Bob Esponja: prácticamente era lo que más me interesaba de Uruguay. Todavía seguimos intercambiando visitas. Y mi serie El amor enferma está musicalizada por uruguayos: Mateo, Fernando Cabrera, Jaime Roos, Franny Glass. Toda esa música fue mi compañía en los últimos años, con descubrimientos recientes como la obra de Mandrake Wolf y otros. Los últimos shows que vi en Buenos Aires fueron casi todos de uruguayos. Fuera de lo musical, hay cierta cultura difícil de definir, en los bares, en la calle, en la gente, en los amigos, que Buenos Aires tiene cada vez menos. Allá hay una preocupación por las apariencias, mientras que acá está todo más relajado.

-Pero vos no sos de Buenos Aires, sino de Mar del Plata.

-Soy marplatense viviendo en Buenos Aires desde hace tres años, después de hacer visitas cada vez más frecuentes. Ahora estoy radicado ahí, donde trabajo. Trato de estar en Buenos Aires sin ser comido por lo peor de ella, esa cosa de estar medio lobotomizado por la velocidad diaria, por los medios de transporte, por la sobreinformación, que hace que uno trabaje o viva automáticamente. Como vengo de Mar del Plata, donde hay otro espíritu, otra forma de ser, trato de ser un marplatense en Buenos Aires, mezclando lo peor y lo mejor de cada ciudad.

-¿Dónde empezaste a publicar?

-Después de un recorrido por fanzines, revistas independientes y eso, como medio nacional empecé en 2006 en Página/12, en el suplemento No, con la tira Bife angosto, que sigo haciendo todos los jueves. Después aparecí en revistas como La Mano, Rolling Stone, Los Inrockuptibles, Barcelona.

-Lo primero que advertí tuyo, porque era muy distinto del resto de la revista, apareció en la segunda época de Fierro.

-Yo era muy lector de Fierro cuando chico, era el máximo al que uno podía aspirar haciendo historietas o humor gráfico. Desapareció en 1992, pero quedó la mitología. En 2006 volvió a salir, de la mano de Juan Sasturain, y ahí hago tiras cortas y material de humor hasta el día de hoy.

-Me acuerdo de que por esos años vi en la sala de ensayo de El Cuarteto de Nos una caricatura de la banda hecha por vos.

-El Cuarteto fue una de mis puertas a la cultura uruguaya. Cuando en Mar del Plata empieza a hablarse del Cuarteto como un mito uruguayo desconocido en Argentina, con “Yendo a la casa de Damián” y la edición de Raro, los voy a ver en vivo, me hago fan y empiezo a ver toda su obra para atrás. Como cholulo les hago un dibujo y voy a la prueba de sonido en Abbey Road -una sala muy importante de Mar del Plata-, espero a que vengan y se lo doy a [Santiago] Tavella y Roberto Musso, me dan las gracias y se lo guardan. Ahora me entero de que no lo tiraron.

-¿Cómo explicarías en pocas palabras lo que hacés?

-Diría que trato de hacer lo que quiero, que me divierta y que sea orgánico desde el humor. Es como tratar de mirar lo que pasa en la calle, en los demás, y con esa información, con esa sobredosis de estímulos, tratar de darlo vuelta y hacer pequeños chistes, ideas, historietas.

-Siempre me pareció que vos, al igual que muchos de los que en los 90 hacían la revista Lápiz Japonés, estabas describiendo lateralmente una camada de personajes urbanos y una nueva cultura pop, rockera.

-Sí, mucha historieta basada en la actualidad y la calle. Casi todos mis escenarios son urbanos. Muchas veces se me ocurren las ideas en un bar, caminando, en un colectivo, en un recital. También esa descripción viene por el lado de jugar con lo dogmático en el rock, cuando gente que supone que debería vestirse como se le canta el culo se viste como manda la regla de ese subgénero. Esas cosas cerradas, que para algunos son tribus urbanas o lo que sea, son material muy rico para el humor, para revisarlo. El punk, que se supone que es una cultura de la antiinstitucionalidad, terminó con toda una lógica de vestimenta, cuando no debería pasar por ahí, sino por cómo te manejes en la vida.

-¿Te gusta lo que hace Peter Capusotto en esa línea?

-Sí. Como todo tipo muy prolífico, tiene cosas menores y cosas brillantes. Habilitó un tipo de humor y un tipo de público.

-En 2011 estuviste en el centro de una polémica por una tira en la que hacías un juego con el DJ David Guetta y los guetos de la Segunda Guerra Mundial, que te valió la crítica de varias organizaciones judías. ¿Qué te dejó aquel episodio?

-No sé si aprendí algo de manera consciente, pero me di cuenta de lo que puede generar, para cierta cantidad de gente que no tiene los códigos que uno maneja, un simple chiste de tres cuadritos. Uno supone que una historieta en un suplemento de rock es algo inocente e ingenuo, o sea, un marco supuestamente incorrecto o irónico, pero en estos tiempos, a la vez que hay mayor apertura para jugar con registros y códigos, también hay una hipersensibilidad hacia muchísimos temas. Y eso que trabajo en medios, como Página/12, en los que siempre hice lo que quise, sin problemas de bajada de línea o advertencias, como comprueba el caso de esa tira, que armó un quilombo nacional e internacional. ¿Qué me dejó? Momentos malos, amenazas, repudios, violencias, cosas muy densas para lo que uno acostumbra, que es trabajar solo, jugar con ideas, tratando de dar vuelta las cosas que ve. Se supone que no es demasiado grave: simplemente chistes, peores o mejores. Lo que sí, no sé si conscientemente, se me cerró la ventanita del humor sobre judíos. No me lo propongo, pero es un mecanismo de defensa o autorregulación invisible. Al mismo tiempo, hay que tratar de que esto no genere un antecedente de autocensura.

-Justo estamos a un año de la matanza de Charlie Hebdo.

-Sí, pero hoy el link con el momento político es el argentino, que es muy denso, con amenazas extremas y prácticamente inéditas en democracia a la libertad de prensa: cierres de medios, persecución al que no se alineó con la línea oficial de [Mauricio] Macri. Al mismo tiempo, hay un crecimiento de la derecha europea, por eso es el momento en que más se precisan medios como Charlie Hebdo o, en Argentina, la revista Barcelona, lugares donde aparezcan miradas humorísticas de protesta, donde al menos uno se puede descargar haciendo un chiste, que puede no servir para mucho, pero al menos puede despertar cierta curiosidad o una semilla de opinión.

-El libro que estás presentando, El amor enferma, es un camino nuevo en tu carrera.

-Nació en un momento de tristeza amorosa; quería convertir ese bajón en algo real, gráfico. Empecé a hacer una serie de historietitas como una especie de autobiografía camuflada. No tuve los huevos suficientes para dibujarme a mí y hacerme cargo de que yo era el personaje, sino que dibujé animalitos. Pero sí, soy yo, por lo menos en muchos de los casos. Empecé a trabajar sin la presión de hacer remates o chistes, eran más bien pequeños pensamientos o ideas que volcaba en un blog. “El amor enferma” es el título de una canción de Viva Elástico, un grupo pop de Buenos Aires que era una especie de banda de sonido de la última época de aquella relación. No había más pretensión que ésa. Yo ya colaboraba en Lento y hacía una página de humor entre costumbrista y guarro a partir de la observación del comportamiento uruguayo, y el editor de Humor en Lento, Marcos Morón, me propuso trasladar ese otro material a la revista. Era un registro distinto al de lo que venía publicando, así que empecé a pensar en la serie con la idea de producción mensual, acumulando material. Paralelamente, el tono de la serie fue mutando, porque yo también estaba cambiado con respecto a mi relación, entonces se hizo menos oscuro, menos mala onda, e incorporé observaciones sobre historias de amigos, lugares comunes de las parejas, canciones de Mateo o de Samantha Navarro, que aparece como personaje. Su hit “Jardín japonés” era lo que yo estaba viviendo; se lo dije a ella y terminamos tomando mate en su casa. Son un montón de cosas que mezclan lo que sentía y lo que quería poner en los dibujos, hasta que llegué al libro.