La existencia de la revista satírica estadounidense National Lampoon (1979-1998) pasó bastante desapercibida en el Río de la Plata durante su época de gloria (mediados de los años 70), lo cual no es de extrañar, ya que a diferencia de la anterior y más conocida, Mad Magazine, nunca tuvo una versión en español ni fue importada en forma regular. Algo bastante lógico, ya que difícilmente su estilo transgresor y libertino hubiera sobrevivido las férreas censuras de las dictaduras del Cono Sur, no obstante lo cual hoy en día es fácil advertir la poderosa influencia que tuvo sobre la mítica revista argentina Humor y, por transitiva, sobre la uruguaya El Dedo. Pero, más allá de que su nombre se hizo familiar gracias a las numerosas comedias que se estrenaban bajo el rótulo National Lampoon Presents, toda su saga es hasta el día de hoy desconocida fuera de Estados Unidos, por lo que un documental biográfico como Drunk Stoned Brilliant Dead: The Story of National Lampoon -parte de cierto redescubrimiento de la hedonista pero nada superficial cultura de los años 70- va a ser todo un hallazgo, incluso para los admiradores y cultores del humor estadounidense.

En un primer momento lo que sorprende es, aun si no se conoce mucho sobre la revista y su proceso, la cantidad asombrosa de talentos que estuvieron relacionados con ella; desde el irascible escritor Michael O’Donoghue hasta el irónico PJ O’Rourke, pero también dibujantes como Frank Frazetta y Boris Vallejo, actores como John Belushi y Chevy Chase, directores como John Landis... De hecho, el programa Saturday Night Live, tal vez el más influyente de la televisión humorística de las últimas décadas, obtuvo su primer elenco y sus primeros guionistas de los conjuntos creativos que se generaron alrededor de la revista.

Una revista que, a pesar de su salvajismo superficial, era producto de tres mentes elaboradas: Henry Beard, Doug Kenney y Robert Hoffman, tres brillantes egresados de la exclusivísima universidad de Harvard, donde se habían encargado del periódico local (el Harvard Lampoon), subvirtiéndolo y transformándolo en algo similar a lo que fue su revista posterior, que se apartaba del modelo paródico, observacional (y, en definitiva, bastante inofensivo) de Mad y sus imitadoras (Cracked, Crazy), para adentrarse en el humor absurdo y surrealista, las deconstrucciones de los situacionistas y una temática más bien adulta, con un notable énfasis en lo relacionado con el sexo, la política y las drogas. Nada que pudiera sorprender si se tiene en cuenta que el staff de la revista estaba compuesto casi en su totalidad por veinteañeros, hijos de la contracultura de los años 60, que atestiguaron y vivieron en sus adolescencias y de la que adquirieron un espíritu iconoclasta que no respetaba ningún parámetro de buen gusto, pero a la vez hacían gala de una creatividad convulsiva y de gran trabajo en lo formal, que demostraba que no eran unos simples provocadores, sino que querían hacer un producto que fuera para el mundo editorial estadounidense un equivalente de lo que habían sido los Monty Python para la televisión inglesa, y durante casi una década lo consiguieron.

El éxito de la publicación fue tan arrollador que rápidamente crecieron como empresa y se ampliaron a revistas de comics (la legendaria Heavy Metal), discos de comedia, programas de radio, obras de teatro y finalmente películas, de las cuales la primera (y tal vez la única realmente memorable) fue National Lampoon’s Animal House_ (John Landis, 1978), hoy en día un auténtico clásico de la comedia descontrolada y una de las películas más graciosas que se hayan hecho nunca.

El documental narra todo este proceso deteniéndose en los personajes más atractivos y llenando la pantalla con las fabulosas tapas y diseños de la revista, que deslumbran tanto en forma como en contenido. Y con una temática tan intrépida que hoy, en estos tiempos más pudorosos y reprimidos, posiblemente parezca mucho más transgresora y confrontativa que lo que fue en su momento.

El proceso de National Lampoon fue muy similar al de la revista argentina Humor: un crecimiento un tanto desaforado que llevó a un exceso de ramificaciones y productos derivados que no siempre eran lo que mejor manejaban estos humoristas, sumado a un descuido general de la calidad de la revista -que fue derivando hacia la provocación de puro mal gusto y a la cada vez más frecuente dedicación al humor sexual y a una explotación descarada de los desnudos femeninos, que antes eran simplemente casuales-.

Pero el documental nos ahorra todo el período de decadencia, como si fuera una biografía de los Rolling Stones que se quedara en Tattoo You (1981) y nos ahorrara la ocasionalmente atractiva pero irrelevante carrera posterior de la banda, y su director, Douglas Tirola, cierra la historia con la muerte de uno de sus fundadores, Kenney (de quien, con su típico humor negro, sus ex compañeros aseguran que falleció accidentalmente al resbalar y caer de un risco en Hawai mientras buscaba un lugar adecuado desde el cual arrojarse), sin perder minutos de película en una lenta caída (recién dejó de salir en 1998, casi 30 años después de su número uno) que, más que triste, es simplemente innecesaria.

En todo caso, y más allá de ser un documental ameno, sorprendente e indispensable para quienes quieran informarse sobre la historia del humor en Occidente durante el último siglo, Drunk Stoned Brilliant Dead (que puede traducirse como “borracho drogado brillante muerto”) es también un retrato de un tiempo de libertades increíbles y una amplitud receptiva que hoy va camino a su muerte, estrangulada lenta y paradójicamente en nombre de la diversidad y el respeto: es imposible no pensar en los crímenes de Charlie Hebdo al ver el desparpajo de los chistes religiosos y étnicos que las bestias de National Lampoon publicaban en sus páginas. Y es también imposible no pensar en que sus bromas macabras (y evidentemente críticas) sobre la Guerra de Vietnam hoy serían vistas como “insensibles” y sus divertidísimas fotonovelas -protagonizadas por los propios integrantes de la revista y llenas de generosos desnudos femeninos- hoy serían vistas como sexistas o malos ejemplos de conducta, ignorando la infinita alegría irresponsable que emana de ellas. La alegría de los tiempos en los que la revolución, el sexo y el arte no eran cosa que decidieran los amargos y los vigilantes.