2016 arrancó bravísimo para los íconos británicos, ya que a la muerte de David Bowie el domingo se sumó ayer la del actor Alan Rickman (con la misma edad, 69 años, y también a causa de un cáncer), un artista al que la fama mundial le llegó algo tardíamente, pero que le otorgó al cine dos de los mejores y más populares villanos de las últimas tres décadas. Dueño de una particular flema y una dicción que lo hacía parecer extranjero incluso en su Inglaterra natal, Rickman dedicó las dos primeras décadas de su carrera al teatro, a la alta comedia y a películas locales de corte clásico, hasta que, recién llegado a Hollywood (ya con 42 años), le ofrecieron el rol de un terrorista alemán en una película con la que un actor televisivo esperaba triunfar en el cine. Ese actor era Bruce Willis y la película, Duro de matar (John McTiernan, 1988). El rol de Rickman como el malévolo y brillante Hans Gruber lo convirtió en estrella cinematográfica y en cierta forma lo condenó a los papeles de villano, que parecían hechos para sus rasgos de pérfido decadente. Tres años después, encarnaría a un siniestro y memorable Sheriff de Nottingham en la exitosa versión de Robin Hood (Kevin Reynolds, 1991) protagonizada por Kevin Costner.

Rickman podía interpretar cualquier rol sin problemas, pero le costó salir de esos papeles de criminal vodevilesco, uno de los cuales le aseguró finalmente la fama mundial: el del gótico y torturado Severus Snape en las ocho películas de la saga de Harry Potter. Posiblemente uno de los mejores personajes creados por JK Rowling, Snape no es un villano (aunque lo parece durante buena parte de la saga), sino un héroe trágico, tan fiel a su causa que jamás puede hacer conocer su fidelidad a ella. Detrás de su torva apariencia, esconde a un antiguo joven herido de amor.

Seguramente es debido a ese papel -más complejo y carismático que muchas de sus actuaciones “serias”- que Rickman será recordado mayoritariamente, pero, puestos a elegir, destacaríamos otro que en su momento pasó casi inadvertido. En Galaxy Quest (Dean Parisot, 1999), una comedia que pasó sin pena ni gloria por las carteleras pero que con el tiempo se ha vuelto un film de culto, Rickman interpretó a un personaje bastante similar a él: Alexander Dane, un actor shakespeareano británico que, tras haber participado en una serie televisiva de ciencia ficción casi idéntica a Viaje a las estrellas, en el rol del Dr. Lazarus (un alienígena muy similar al Dr. Spock), se ve condenado a ser conocido sólo por ese papel, que considera irrelevante, y a ser acechado por fans nerds que le piden una y otra vez que repita su frase clásica: “¡Por el martillo de Grabath, serás vengado!”, algo que hace con hilarante desgano. Tal vez no vengado, pero aquel Rickman graciosísimo y burlón consigo mismo merece ser tan recordado como las tétricas criaturas sombrías a las que encarnó y prestó su inconfundible voz.