“Yo no escribo para mí ni para encontrar una moral o un sentido a las cosas. Escribo ni más ni menos que para ser leído”. Esta frase define a Michel Tournier, una figura alejada del elitismo y de las molestas poses artísticas, que más bien prefería definirse como “un artesano que trabaja para el lector”. Desde hace décadas, Tournier se había convertido en la leyenda viva de la novela francesa de la segunda mitad del siglo XX, con títulos fundamentales como Viernes o los limbos del Pacífico (1967) -una nueva versión del mito de Robinson Crusoe que obtuvo el Gran Premio de novela de la Academia Francesa-, El Rey de los Alisios (1970) y Los meteoros (1975). El lunes, en su casa del sur de París, falleció el escritor galo a los 91 años, después de haberse convertido en lectura obligatoria de la enseñanza francesa. Según recordó El País madrileño, hasta no hace mucho tiempo los cursos de francés para extranjeros de la Sorbona empezaban con el dictado de un texto de Marguerite Duras seguido de otro de Tournier, como ritual iniciático a la gran literatura.
Autor de una veintena de ensayos, nueve novelas y seis antologías de relatos, Tournier creó obras híbridas, en las que cruzó la narrativa con la filosofía, creando y recreando mitos literarios tradicionales o engendrados por él mismo. Paradójicamente, comenzó a escribir a los 42 años, de manera que llegó a la novela de forma tardía, después de haber intentado convertirse en catedrático de filosofía, ya que había estudiado esa disciplina en la Sorbona, donde intimó con muchas personalidades de la época, como Gilles Deleuze y el compositor Pierre Boulez. Cuando publicó Viernes o los limbos del Pacífico el éxito fue inmediato, y con su segunda novela, El Rey de los Alisios, no sólo vendió cuatro millones de ejemplares, sino que además fue el único en recibir el Goncourt por decisión unánime del jurado en 1970, premio del que después fue jurado hasta 2010.
Traducido en el mundo entero, Tournier fue un eterno candidato al Nobel pero nunca recibió el premio, seguramente por sus polémicas declaraciones que, cada tanto, surgían en los medios, como cuando en 1996 dijo: “Francia es un montón de mierda de vaca y los hombres políticos, se llamen [Michel] Rocard, [Valéry] Giscard o [François] Mitterrand, son sólo moscas que circulan sobre su costra. Nunca van al interior para saber qué sucede allí”.